Algún dia sería interesante leer un estudio para comprender el por qué de ese masoquismo cinematográfico, que nos lleva a visionar subproductos que no debieron nunca rodarse. Y lo peor es que, teniendo un amplio surtido de (supuestas) obras maestras en las estanterías, uno se lanza a por la caspa, siendo evidentemente consciente de aquello a lo que se enfrenta. De ahí esa tentación casi morbosa en "disfrutar" de Terror en la niebla (The Fog. Rupert Wainwright, 2005), versión actualizada y teen de La niebla (The Fog. John Carpenter, 1980), película de culto, y elevada desde ya, a obra maestra del cine de terror al compararla con su remake.
Como en casi todas las actualizaciones de títulos de terror antiguos (incluso, en gran parte del horror moderno), nos encontramos ante la presencia de una serie de variables que se mantienen inmutables en la mayoría de los títulos. La primera es reducir considerablemente la edad de sus protagonistas, con el objetivo de dirigirse directamente a la audiencia más joven -es decir, se acabó la concepción del género que tenía el maestro Terence Fisher, cuando decía que sus películas eran cuentos de hadas para adultos-. Luego, hay que utilizar a actores preferiblemente de la televisión, o mejor, de series de moda para atraer todavía a más público: aquí tenemos al Superman de Smalville (Tom Welling), y a una actriz de Perdidos (Maggie Grace) -Perdidos, por cierto, se está convirtiendo en cantera de actores para este tipo de largometrajes, "Jin" en The Cave, "Claire" en Las colinas tienen ojos, o "Boone" en Pulse-. Y por último, un grupo heterogéneo de personas, donde todas las razas tengan su papel para que nadie se sienta marginado. En cuanto a la dirección, lo mejor es elegir a un realizador mediocre, impersonal, pero que ruede rápido y no se pase del presupuesto; en esta ocasión ha sido Rupert Wainwright, que todavía debe andar fustigándose tras haber firmado Stigmata (id, 1999).
Está prohibida la creación de una atmósfera, eso ya carece de importancia. Ahora hay que utilizar los golpes de efecto, de sonido o visuales, cuantos más mejor, y Terror en la niebla llega a límites vergonzosos en este sentido, gracias a ese montaje hipervitaminado que hace imposible situarse en el espacio. Se han puesto de moda también los planos infográficos, con unos travellings imposibles a cargo del ordenador que poco o nada añaden a la narración. No olvidar el añadido del hip-hop, que sustituye a las clásicas composiciones atmosféricas del género. En cuanto a la sangre, poca, muy poca, aquí nos pasamos a lo políticamente correcto y las muertes las rodamos fuera de campo para que no suban puntos en la calificación de edad, y los niños pequeños puedan entrar en la sala. Y el sexo que sea casto, que se parezca a un anuncio de colonia o de calzoncillos.
Por si fuera poco, Terror en la niebla también nos deleita con unos convencionales flashbacks, insertados torpemente a lo largo del metraje para conseguir que al final todo encaje. En la construcción de personajes, uno puede pensar que el grupo de adultos pasarían por ser esa mezcla de avaricia y ruindad que tan bien plasmaba Carpenter en el original, hasta que nos damos cuenta que todos los seres humanos que campean por Antonio Bay son planos y de cartón-piedra.
Entonces, ¿para qué sirve Terror en la niebla? Pues bien, más allá de sus propósitos meramente económicos, sirve como herramienta para la defensa de ese magnífico autor que es John Carpenter. Desde el principio estaba claro que un remake de La niebla no podría funcionar, porque el original solo se sustenta en la fenomenal y efectiva puesta en escena del realizador norteamericano. La niebla no deja de ser un cuento de terror simplón y con moraleja -esos fantasmas que vuelven clamando justicia por la codicia de aquellos que los asesinaron-, pero que está planteado de manera muy eficaz, sin desmarcarse de las inquietudes de su creador. Ese relato de grupo "a lo Howard Hawks", la ochentera banda sonora compuesta por el propio director, el retrato mezquino de los pobladores de Antonio Bay -desde la alcaldesa hasta el sacerdote-, la presencia de la niebla como otro personaje más -y no como en su remake, que no es más que un cutre efecto digital-, y la construcción de unas terroríficas set-pieces como la escena en el faro. Aspectos que sirven para romper una lanza a favor de un maestro del fantástico, un director que se adentra en las entrañas del género para reinventarlo -solo hace falta echar un vistazo a su infravalorado y último trabajo, Fantasmas de Marte (John Carpenter's Ghost of Mars, 2001)-.
Pero esto no se queda aquí, otros remakes vendrán. Para este año tendremos la nueva versión de La profecía (The Omen 666. John Moore, 2006) y la enésima adaptación del terror asiático, Pulse (id. Jim Sonzero, 2006), por cierto, inpirada en una de las mejores (sino la mejor) película asiática de terror, Kairo (id. Kiyoshi Kurosawa, 2001), título que espero se edite en España ante el aterrizaje de su remake yanqui. Eso sí, al menos un lugar para la esperanza: Alexander Aja y su particular visión de Las colinas tienen ojos. Con ella y con el nuevo Shyamalan estamos salvados...
Entonces, ¿para qué sirve Terror en la niebla? Pues bien, más allá de sus propósitos meramente económicos, sirve como herramienta para la defensa de ese magnífico autor que es John Carpenter. Desde el principio estaba claro que un remake de La niebla no podría funcionar, porque el original solo se sustenta en la fenomenal y efectiva puesta en escena del realizador norteamericano. La niebla no deja de ser un cuento de terror simplón y con moraleja -esos fantasmas que vuelven clamando justicia por la codicia de aquellos que los asesinaron-, pero que está planteado de manera muy eficaz, sin desmarcarse de las inquietudes de su creador. Ese relato de grupo "a lo Howard Hawks", la ochentera banda sonora compuesta por el propio director, el retrato mezquino de los pobladores de Antonio Bay -desde la alcaldesa hasta el sacerdote-, la presencia de la niebla como otro personaje más -y no como en su remake, que no es más que un cutre efecto digital-, y la construcción de unas terroríficas set-pieces como la escena en el faro. Aspectos que sirven para romper una lanza a favor de un maestro del fantástico, un director que se adentra en las entrañas del género para reinventarlo -solo hace falta echar un vistazo a su infravalorado y último trabajo, Fantasmas de Marte (John Carpenter's Ghost of Mars, 2001)-.
Pero esto no se queda aquí, otros remakes vendrán. Para este año tendremos la nueva versión de La profecía (The Omen 666. John Moore, 2006) y la enésima adaptación del terror asiático, Pulse (id. Jim Sonzero, 2006), por cierto, inpirada en una de las mejores (sino la mejor) película asiática de terror, Kairo (id. Kiyoshi Kurosawa, 2001), título que espero se edite en España ante el aterrizaje de su remake yanqui. Eso sí, al menos un lugar para la esperanza: Alexander Aja y su particular visión de Las colinas tienen ojos. Con ella y con el nuevo Shyamalan estamos salvados...
Saludos
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