sábado, septiembre 27, 2008

Se va uno de los Grandes



La Historia nunca hará justicia a los Kings del "lock-out" porque la Historia solo se escribe con los ganadores. Y en los Kings habían demasiado jugadores sin carisma ni voluntad ganadora (Webber, Stojakovic, Divac..) como para conseguir algo importante. Pero la NBA nunca deberá olvidar lo que fue el comienzo de muchas cosas: la reacción ante una huelga que bien pudo hundir el baloncesto profesional, el juego que llena pabellones y que aterroriza a especialistas, la venta de camisetas que jamás lograrán los Spurs, pero también el limitado trayecto que ellos mismos cortaron con sus indicaciones implícitas, aquellas que impiden a Suns o Warriors avanzar rondas y consolidar una forma de ver el baloncesto (y por ende, la vida) que es algo así como lo que promulga un film como Wanted en la actual cartelera: éxito de público, varapalo crítico.

Cuando todos pensábamos que J-Will resurgiría de su asepsia baloncestística en los nuevos Clippers, completando el "back-court" junto a Baron Davis, resulta que una noticia bomba nos deja atónitos: una de las personalidades más estrambóticas del basket se retira de forma inesperada, muy a tono con el carácter introvertido y huraño de este post-Pete Maravich (sic). A Jason Williams le han echado mucha mierda, pero pasado mañana y si no muere por sobredosis, tocará a la puerta de John Stockton para enseñarle su anillo. De algún modo, se habrá hecho justicia.

Y ahora os dejo con sus maravillas:





Saludos

lunes, septiembre 22, 2008

La Séptima Víctima



1. Cada vez entiendo más la preferencia de los (malos) “escritores cinematográficos” por el cine “clásico” antes que por esas boutades posmodernas que tanto daño hacen al cine…se supone. Hay múltiples razones, pero una de ellas se dispara cuando uno revisiona La séptima víctima, un film dirigido por Mark Robson bajo el auspicio de Val Lewton. Y es que el crítico, en el fondo, es una persona celosa del mundo, celosa de aquellos que descubren lo que él cree haber descubierto antes. De ahí la proliferación de súcubos alrededor de según que realizadores, como si nadie más que ellos tuviera derecho a reflexionar sobre los mismos. El cine “clásico”, en este sentido y obligado por el contexto y las circunstancias a erigirse como epítome del eufemismo visual, brinda una oportunidad de oro para apropiarse de signos, metáforas y metonimias con los que desmarcarse del resto de usuarios. Así, el cine “clásico” puede ser un terreno yermo sobre el que siempre se puede elaborar un discurso fácil, sin necesidad de esforzarse demasiado, a diferencia de la explicitud del cine (pos)moderno, donde el subrayado impide el goce infantil del primer descubrimiento. Ante lo que todos podemos ver, la elucubración debe trabajarse a niveles más profundos y exigentes, ya que donde antes no sabíamos si se trataba de una mujer pantera o de algún brote psicótico, ahora somos testigos de la transformación física, por lo que el discurso debe adaptarse a lo que requieren las nuevas imágenes. El cine “clásico” mal entendido sigue siendo, por tanto, refugio de los mediocres, amparados en la mitificación, las verdades colectivas, y los discursos a prueba de balas…perdón, de puesta en escena.

2. Vista hoy, La séptima víctima es una película realmente interesante, aunque quizás un tanto desangelada. Y lo digo porque asimilándola de manera retrospectiva, ha sido ampliamente superada por aquellas obras que la han tomado como referente, incluso la posterior La noche del demonio. Pero tanto las ficciones de David Lynch, Dario Argento o Roman Polanski han contraído méritos suficientes como para evidenciar que la asepsia visual —perdón otra vez, la depurada serie B— del film de Mark Robson no equivale a mayor riqueza conceptual, aunque siendo honestos, los tres casos citados son una muestra en bruto de un talento del cual Robson carecía. Lynch ha transportado al corazón de Hollywood la línea narrativa de La séptima víctima, liberándola de cultos paganos y aunando narración, reflexión, homenaje, vanguardia, y un mayor psicologismo. Argento, en sus dislocadas Suspiria o Phenomena, relata un trayecto madurativo similar al de la protagonista del largometraje de Robson, sostenido sobre su abigarrada imaginería visual nada ajena a las disquisiciones teóricas sobre el género. Y por último Polanski en La semilla del diablo dibuja el perfil más incómodo, perverso, pero también atractivo, de las reuniones esotéricas, conjugando el realismo social con un inquietante barniz fantastique. Son cineastas que, explicitando todo aquello que La séptima víctima sugiere, consiguen elevar sus propuestas por encima de la, en ocasiones, insípida gramática “clásica”, dotándola de una mayor capacidad semántica.

3. En su capítulo del libro colectivo “El demonio en el cine” y a propósito de La séptima víctima, Hilario J. Rodríguez hacía referencia a la relación entre el contexto social de la época y las malsanas motivaciones de los paladianos —la secta que acoge a la hermana de la protagonista—. Es acaso el apunte más brillante del film, que conecta los sentimientos de indefensión propios de la participación norteamericana en la II Guerra Mundial con la sensación de vacío existencial de los miembros del culto, y su turbia inclinación hacia el Thanatos. Con todo ello, La séptima víctima concentra momentos visuales estimulantes —la secuencia de la ducha, donde la sombra desvela toda su polisemia— con otros bastante ridículos —la muerte del investigador—, poniendo de relieve lo mejor y lo peor de ese lenguaje —afortunadamente superado— que es el clasicismo. Yo, por mi parte, prefiero relatos más abiertos del propio Robson, como la magistral El barco fantasma, que tras su arquetípica estructura whodunit, se agazapa una profunda lección sobre la autoridad y el poder.

Saludos

jueves, septiembre 18, 2008

American Gothic



Muchos meses hemos tenido que esperar hasta que una de las publicaciones cinematográficas más estimulantes del pasado curso viera la luz en tiendas. Diversos problemas con la distribución impidieron que American Gothic: El cine de Terror USA (1968-1980) fuera accesible al grueso del público. Aprovechando su salida hace escasas fechas, reciclo mi reseña publicada en Miradas en Noviembre (!!!) del año pasado.

Que buena parte del cine norteamericano contemporáneo ha efectuado una regresión tanto estética como temática al producido durante los años ’70, parece ser una reflexión que a estas alturas ya no sorprende a nadie. El terror abrió la veda para la evocación de unas coordenadas artísticas que poco tienen de simple nostalgia: la mojigatería del slasher para adolescentes ha abierto paso al salvajismo sin coartadas visuales de las nasty movies en casos como La casa de los 1000 cadáveres (House of 1000 Corpses. Rob Zombie, 2003) o Hostel (Eli Roth, 2005); y el macanudo cine de acción musculoso ha cedido su sitio a la indefensión memorística –—por tanto, a la fragilidad existencial— de Jason Bourne. El cine de espionaje también ha echado la vista atrás con títulos como El buen pastor (The Good Sheperd. Robert de Niro, 2006) o Munich (Steven Spielberg, 2005), mientras que el thriller se ha deshecho de manierismos para engendrar títulos más desabridos como Hostage (Florent Emilio Siri, 2005) o Narc (Joe Carnahan, 2002). Incluso se ha recuperado la siempre polémica figura del “vigilante”, bien desde una perspectiva “clásica” —La extraña que hay en ti (The Brave One. Neil Jordan, 2006), Death Sentence (James Wan, 2007) — o mediante la actualización de sus códigos —Paparazzi (Paul Abascal, 2004) —.

No obstante, dentro de la publicación que vamos a tratar, los puntos de vista varían. Centrándonos más en el género a colación, es decir, en el terror, Roberto Cueto afirma que dicha invocación se debe más a que el «gótico americano se ha fetichizado y convertido en objeto de consumo cinematográfico», lo cual entronca con las teorías esgrimidas por Carlos Losilla en su libro “El cine de terror” acerca del horror posmoderno; mientras Quim Casas nos demuestra que el género no es ajeno a los ciclos, y que el patrón actual descansa en la modernización de un discurso debido a la necesidad de exorcizar los demonios del presente. Sea lo que sea, la realidad es que muchos expertos se han adelantado a establecer paralelismos entre el turbulento escenario sociopolítico de los Estados Unidos post-Kennedy y la agitada era Bush Jr., de ahí las concomitancias en una expresión artística que nunca ha dejado de ser espejo de la realidad. No en vano, hasta en un largometraje tan aparentemente desligado de estos esquemas como Shortbus (John Cameron Mitchell, 2006), uno de sus personajes profiere que «esto es como en los ’60 pero con menos esperanza».

Por ello, la publicación de “American Gothic. El cine de terror USA (1968-1980)” –en un esfuerzo conjunto entre la Semana de Cine Fantástico y Terror de San Sebastián y el Festival Internacional de Cinema de Catalunya, Sitges, con el apoyo de otros organismos- no es solo una iniciativa alabable por su elevada calidad literaria ni tampoco por el hecho de cubrir un vacío editorial (que también), sino por su necesario oportunismo que nos permite entender ahora y en presente, unas circunstancias que parecen condenadas a repetirse con escalofriante fidelidad. Coordinado por Antonio José Navarro —que no por casualidad cuenta en su haber con la coordinación de otras dos obras fundamentales en su ámbito como son “La nueva carne. Sobre una estética perversa del cuerpo” (Ed. Valdemar, 2002) y “El giallo italiano. La oscuridad y la sangre” (Ediciones Nuer, 2001)— American Gothic es un excelente trabajo no exento de irregularidades –como en todo proyecto colectivo que se precie- que aspira a recopilar en sus más de 400 páginas las particularidades de una tumultuosa época que fructificó en la absoluta renovación del género de terror. Un paraíso cinematográfico generado por un infierno social que parió a toda una generación de cineastas única: John Carpenter, George A. Romero, Wes Craven, Tobe Hooper, Brian de Palma, Bob Clark, Bob Kelljan; todos “hijos” del desengaño de la Contracultura, del fracaso de la “era del Acuario”, del horror de Vietnam y de la “crisis urbana”. Desde el análisis sociopolítico a los orígenes literarios, de los precedentes culturales a la reflexión generalista, American Gothic pretende (y consigue) lanzar una mirada heterogénea, plural y poliédrica tanto a la época como, por supuesto, a su cine, y por ello se ahonda con deleite en los temas que acapararon el género: el canibalismo, la psicopatía, el satanismo o la serie Z, así como un acercamiento a los autores y al análisis particular de una serie de películas, que abre la señera La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead. George A. Romero, 1968) y cierra la paródica Motel Hell (Kevin Connor, 1980).

Estructurado en tres partes bien diferenciadas —Contextos, Temas y Películas— abre el fuego el propio coordinador, Antonio José Navarro, que en un vigoroso prólogo asume con fruición un material muy de su estilo donde conjuga política y horror, cultura y sangre, y donde desglosa de forma rigurosa los ingredientes sociales que provocaron el estallido del género. A través de su inconfundible y virulento estilo de escritura, Navarro toma como referencia una serie de largometrajes fundacionales para ahondar en su significación social y en su jerarquía cinematográfica. Por su parte Quim Casas recapitula, y con temple se deshace de la etiqueta localizacionista para afrontar un capítulo que bien podría ser epílogo. En él, con su habitual estilo poco dado a la retórica, nos dice que el terror siempre ha traído adjuntada una etiqueta política, solo que en los años ’70 se optó por evidenciarla y torear la alegoría. Además, establece paralelismos, levanta lazos fraternales entre dicha época y la situación actual, aunque en su repaso olvida que hoy en día el terror no sólo mira hacia dentro, el Otro se ha convertido también en instrumento para la propagación del miedo. A continuación Roberto Cueto, en un formidable trabajo, nos retrotrae a las raíces literarias e historio-geográficas del “gótico americano”, donde se entrecruzan Charles Brockden Brown y Nathaniel Hawthorne, Washington Irving y Wardon Allan Curtis. Su capítulo, brillante, denso pero ágil, rico en referencias pero sin petulancias ni cultismos, profundiza en los orígenes para separar en cuatro vértices los temas fundamentales del imaginario gótico. Tomas Fernández Valentí, con menos suerte, finiquita esta primera parte con un texto en el que analiza los precedentes cinematográficos del “gótico americano” —el americana y el thriller rural—, un tema ya recurrente en sus reflexiones para “Dirigido por”. Valentí encara su parcela con lucidez, pero pese a su fuerte personalidad literaria, el conjunto decepciona porque el repaso es somero y un tanto superficial.

El especialista italiano Roberto Curti, trasunto de Freixas transalpino, descorre el velo de la segunda parte del libro en un capítulo que podría haber aparecido igualmente en “El demonio en el cine. Máscara y Espectáculo” (Ed. Valdemar, 2007)—otra de las publicaciones editadas durante Sitges ’07—, al recordarnos que el caos y el desorden social acentúan la desconfianza en Dios, y por tanto, promueven la aparición de otros cultos. Así, destaca el elevado número de largometrajes que versan sobre satanismo o sobre otras manifestaciones paganas, entendidas como una variación grotesca de los crecientes movimientos esotéricos del período. La dupla incansable, Ramón Freixas y Joan Bassa, se entrega con delectación a uno de sus (seguros) placeres, fusionando violencia y sexo, Eros y Thanatos, roughie con nudie, en un texto que recorre el vasto legado del rape & revenge. Su aportación es pura sabiduría y mejor exposición, aunque su habitual estilo amanerado encubre en demasiadas ocasiones a un contenido capaz de brillar por sí solo. Entre los jóvenes, destaca la nueva savia de Tonio L. Alarcón quien, pese a su juventud, posee un estilo depurado y expositivo, siempre cercano al lector. Aquí nos acerca a una de las temáticas más escabrosas como es el canibalismo. Su comienzo es avasallador, su final pierde fuelle, pero la sobresaliente conjunción entre cinefilia, ensayo psicológico y perspectiva antropológica denota la excelencia del trabajo bien hecho.

Un veterano en el tema, Jesús Palacios, vuelca su tremenda erudición en la materia abordando otro terreno fundamental: la figura del psicópata. Palacios frecuenta territorios paralelos, lo cual se agradece, al describir la influencia del pulp, del menace pulp y del apache killer en el arquetipo del psychokiller, aunque a su texto le sobra cierta afectación retórica y se echa en falta algo más de concreción. En las abisales estancias del inframundo fílmico nos tropezamos con el siempre estimulante Rubén Lardín, que nos recuerda que toda manifestación artística tiene siempre sus vertederos. A la inmundicia, bien vale hacerle frente con descaro y pasión, porque el exploitation es al mismo tiempo desechos, reciclajes, y materia prima. Su (re)visión nos (re)descubre a varias figuras de este pequeño infierno: Ted V. Mikels, Al Adamson y Andy Milligan, en sus propias palabras, «autores por acumulación» (sic). El repaso por temas lo cierra otra joven especialista, Desirée de Fez, en un capítulo de carácter ambiguo y poco claro, que sirve más como introducción que como cierre. Su esforzada contribución, disertando sobre los autores del período, no evita que el resultado final sea anodino, no tanto por innecesario como por mal planificado. Finalmente, el libro concluye con el análisis pormenorizado de veinte largometrajes, donde destacan los escritos firmados por Carlos Losilla, José María Latorre y Emi G. Cortés. Un trabajo que pone un buen broche a este notable logro colectivo en un proyecto que, pese a merodear por zonas parecidas, sabe repartir la cosecha y esquivar lugares comunes; un ejemplo, no sólo de la gran coordinación y de la labor de los especialistas sino también de la riqueza semántica de la ficción de la época. Por último, tampoco hay que olvidar la atractiva edición de la publicación, pródiga en imágenes de gran calidad. Un lujo que todo aficionado al cine (de género o no) no puede ni debe perderse.

Saludos

miércoles, septiembre 17, 2008

Che, El Argentino


A falta de ver la segunda parte del dichoso proyecto, Che el Argentino podría formar parte de cualquier teatro del absurdo, porque es una de las películas más abyectas que se han podido contemplar en mucho tiempo. Que en un film sobre un revolucionario, lo más revolucionario sea el uso de las nuevas cámaras RED, es un hecho elocuente. ¿Pero acaso no conocemos ya a Steven Soderbergh? ¿no sabemos que en el fondo se trata de un esteta que encubre falsos intereses políticos? El día que filtremos toda la obra de Soderbergh a través de sus pulsiones estilísticas, su filmografía ganará enteros.

Cuando estamos de lleno en el "fin de las ideologías", Soderbergh busca precisamente eso: desideologizar al personaje, despolitizar en la mayor medida posible al icono para encontrar un ideal de lucha puro, tan (o más) naif que el representado en esa versión "adolescente-pop" que es Diarios de motocicleta. Che el Argentino sí es un film épico porque Soderbergh jamás rueda a ras de suelo, quiere rodar la campiña cubana como si se tratase de un Olimpo donde se mueve su Aquiles asmático. Soderbergh encuadra el cielo cuando debería encuadrar la tierra, encuadra un cuerpo cuando debería filmar una herida.....pero al final su película no pasa de ser un film figurativo que pretende transmitir una cierta abstracción. Da miedo lo que podrían haber hecho tanto Terrence Malick como Samuel Fuller, dos directores tan opuestos, con este material. Porque lo peor que se puede decir de una película sobre una revolución es que ni siquiera incomode, que sea tan poco "revolucionaria". Che el Argentino no deja de erigirse como la bandera del relativismo.

No nos extraña que el target que más disfrute con la apuesta "alternativa" (es decir, contemplativa, no lineal y ciertamente aburrida) de Soderbergh sea el del universitario entre 18-30 años, perteneciente a algún grupo anti-globalización, pero que estará encantado de visionar Che el Argentino en una estupenda copia digital vía Kinépolis, pagando el euro de más en su entrada. En su texto de Miradas, Miguel Calero afirmaba que Soderbergh había rodado "otra camiseta". No se me ocurre una mejor definición para un retrato que obvia las contradicciones de un desarraigado que no encontró cobijo en ninguna patria, y que terminó muriendo en un exilio buscado, un Simón Bolivar apátrida que se (auto)convenció de una liberación imposible. Pero como diría el propio Soderbergh, eso ya sería otra película. Toca chuparla en dos horas y diez minutos que se pueden resumir en el esbozo de un tipo sensible, arrogante, moralmente estricto y convencido de su lucha.

Saludos


domingo, septiembre 14, 2008

Se fue...(1962-2008)



Tras el "shock" inicial, me siento más preparado para escribir alguna línea sobre David Foster Wallace, que fue descubierto muerto -al parecer, ahorcado- en su casa la noche del viernes pasado. Como es habitual, la estupefacción es el primer sentimiento que uno experimenta ante tal noticia, ya que si el suicidio parece que no entiende de criterios, hay algunos que compran más billetes que otros para llevarlo a cabo. Nunca hubiera apostado por Foster Wallace, pese a que la extrema ironía y el sangrante cinismo de sus escritos revela la visión de un mundo despojado de almohadas y de tarros de vaselina. Pero jamás hubiera apostado por él, lo juro.

Tampoco he leído demasiado como para ejecutar un buen epitafio ni para tirarme el pisto, pero sí me había estimulado lo suficiente como para colocarle ahí, en ese panteón de escritores cuyas obras están listas para salvaguardar tu CI. Mi primer contacto con él fue hace unos años, cuando un compañero me prestó La niña del pelo raro, un libro de relatos que en su momento desprecié, pero que al igual que con Izo, no paró de dar vueltas en mi cabeza durante el tiempo que pasó hasta que adquirí otra obra suya, Algo supuestamente divertido que jamás volveré a hacer. En esta obra -mezcla de ensayo y ficción autobiográfica-, Wallace se transforma en el omnisciente narrador que desglosa las peripecias de un viaje a bordo de un crucero hacia el Caribe. El libro me recuerda a aquella película de Roger Corman con Ray Milland, donde un tipo empezaba viendo a través de los objetos, y terminaba sacándose los ojos al descubrir la temible realidad que se parapetaba detrás de lo aparentemente "real". Interpreten ustedes.

Y por último, La broma infinita, obra inmensa que lleva en mi mesa de noche ya cuatro meses, y que degusto de forma lenta, raro en mí, que atropello un libro para pasar al siguiente. Dicen que se parece a DeLillo y a Pynchon, pero yo solo he leído un libro de DeLillo y nada de Pynchon, así que no puedo confirmar o desmentir nada. A mí me parece una versión bizarra y transgresora de la gran novela decimonónica, una mise-en-abisme que juega de forma absurda con referentes como Zola o Balzac. Incluso, en ocasiones imagino que es un producto surgido de un mix entre John Dos Passos y Phillip K. Dick, mis referencias más cercanas y con las que me siento capaz de conectarlo....en definitiva, puede que se trate de la "gran broma americana".

Lo siento pero no puedo ir más allá. Parece que es cierto aquello que dice que, detrás de una comedia, pervive una tragedia aún mayor. Lástima. Más información, aquí.

Saludos

martes, septiembre 09, 2008

Hellboy 2



Para aquellos que, como un servidor, no somos de ningún sitio, Hellboy es un formidable espejo en el que mirarnos. Para aquellos que queremos ser de todas partes y encajar en ambos lados, Hellboy ejemplifica dicho paradigma, mucho más que los apolíneos mutantes de X-Men. Porque Hellboy representa la contradicción del que no quiere desprenderse de lo suyo, pero a la vez desea adaptarse a su nueva realidad...y lo hace de manera física. Hellboy tiene cola y cuernos de demonio, pero lleva un rosario en su brazo izquierdo; su mano derecha es un inhumano amasijo de piedras de mínima sensibilidad y con la izquierda podría masturbar perfectamente a Liz. A Hellboy le crecen los cuernos cuando su "yo primigenio" se despierta, y a mí me da por bailar salsa cuando escucho algo de Estopa. Y de esa dialéctica en ocasiones emerge algo fascinante, pero otras veces uno termina dándose cabezazos contra la pared de pura impotencia. Así, la secuencia de Abe y Hellboy emborrachándose a ritmo de Barry Manilow tiene más de patética que de tierna: sólo a través del alcohol estas criaturas pueden dejar a un lado su verdadera naturaleza....es decir, que yo solo me emociono con Extremo Duro cuando me he bebido alguna que otra copa de más; en circunstancias "sobrias" la experiencia deriva en el análisis racional de la melodía.

En una futurible tercera entrega, Hellboy tendrá que decidir hacia dónde va y deberá sacrificar algo. Lo mismo ha de hacer Guillermo del Toro, a riesgo de que su película no vaya hacia ningún sitio o tenga alguna meta clara. ¿Logrará Hellboy desembazarse de su impronta demoníaca? ¿Lograré cantar algo de Los Secretos sin que parezca forzado? Yo, por aquel entonces, espero también tener más claro hacia dónde tengo que dirigirme.

Saludos

lunes, septiembre 08, 2008

Disfrutando.....






Que Japón es una de las cinematografías con más joyas escondidas no es ninguna sorpresa. Un ejemplo más es esta deliciosa trilogía (Legends of the Poisonous Seductress) que mezcla sin pudor y con un gusto estético envidiable (Nobuo Nagakawa firma las dos últimas entregas en estupendo color y glorioso scope) chambara, pinku (del flojito) y algo de gore. Un suculento adelanto para el ero-gro pasado de vueltas de Teruo Ishii.

Saludos

lunes, septiembre 01, 2008

Siempre Bierce



El Yerno Elegible

Una Persona Realmente Piadosa que dirigía una caja de ahorros y prestaba dinero a sus hermanas y a sus primos y tíos de ambos sexos, fue abordada por un Andrajoso, que le solicitó un préstamo de cien mil dólares.

- ¿Qué aval puede presentar?- preguntó la Persona Realmente Piadosa.
- El mejor del mundo - replicó el solicitante con aplomo -: voy a convertirme en su yerno.
- Ese sería, efectivamente, el mejor aval - dijo el banquero gravemente -; pero ¿qué méritos tiene usted para pretender la mano de mi hija?
- Uno que no puede ser rechazado a la ligera - dijo el Andrajoso - estoy a punto de entrar en posesión de cien mil dólares.

Incapaz de descubrir un punto débil en este plan de mutua ventaja, el financiero dio al disfrazado promotor un libramiento por dicha cantidad, y mandó una nota a su esposa notificándole el compromiso de la muchacha.

Saludos