sábado, julio 28, 2007

[Varios] Queremos tanto a Asia.....Argento




Hay algunos que dicen que lo mejor que ha hecho Dario Argento en su vida es poner su granito de arena -que bonito eufemismo- para la existencia de esta fémina, magnética y morbosa donde las haya, una versión mainstream de lo que Belladona representa para los circuitos del cine X. Mientras esperamos también su comentada presencia en Go Go Tales (Abel Ferrara, 2007), quizás aterrice antes su trabajo junto a Olivier Assayas, Boarding Gate (2007), a saber: thriller internacional, globalización, posmodernismo, flujos de dinero, y fijación asiática. ¿La podremos ver en Sitges? Aquí podéis echar un vistazo al trailer.

Saludos

viernes, julio 20, 2007

[Estreno] "El guía del desfiladero" (Marcus Nispel, 2007): La mitad oscura



A Marcus Nispel habría que agradecerle que abriera la veda para la propagación de esta nueva corriente de horror de “línea dura”, que supuso un balón de oxígeno ante la mojigatería y puritanismo del slasher para teenagers que copó las carteleras durante gran parte de la década de los ’90, y los epígonos del terror elíptico promulgado por El sexto sentido (The Sixth Sense. M. Night Shyamalan, 1999) y por las modernas ghost-stories –el neo-kaidan eiga para los más puristas- procedentes de Asia. Su valioso remake de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 2003), aparte de poner de relieve la necesidad del público por experimentar sensaciones “fuertes”, se alejaba convenientemente del manoseado original de Hooper en base a su cuidado empaque formal, que sin desdeñar el “realismo sucio” abrazaba una cierta imaginería de lo bizarro, condimentado con un notable sentido de lo truculento y arropado por la contemplación explícita de una violencia pergeñada por el ya legendario matarife aficionado a las “armas blancas”. Revisada hoy, La matanza de Texas (2003) quizá se resienta debido a unas carencias –en particular, las relacionadas con la descripción de sus protagonistas- que en su momento fueron solapadas ante el ávido recibimiento de este esteta de lo tenebroso que personificaba el propio Nispel, un realizador en el fondo más atraído por la deformidad, por lo siniestro, que por esos jóvenes de cuerpos esculturales violentados por el psicópata; un aspecto que emerge nuevamente en El guía del desfiladero (Pathfinder, 2007) (1).

Con su interesantísimo y finalmente abortado proyecto televisivo de Frankenstein (2004) –del que sólo quedó su capítulo piloto- se evidenció la presencia de una personalidad fuertemente fascinada por la contemplación de lo macabro, a través de una fetichista filiación por las agujas, sierras o cuchillas, objetos punzantes con los que proporcionar dolor, así como por la visualización de cuerpos ahorcajados en ganchos de carnicero. Hay un Marcus Nispel muy oscuro, marcado por el sadismo y los sentimientos torcidos, representados a través del barroquismo de los escenarios, casi siempre recargados de elementos escénicos como si se tratase de una versión actualizada del imaginario gótico.


¿Y qué ocurre cuando una personalidad así se encuentra con otra psique tan tormentosa como la del escritor Robert E. Howard, con su prosa impulsiva y volátil? Pues que se produce un choque de proporciones primitivas, de emociones atávicas que dan como resultado una actualización de un género tan discutido como la “Fantasía Heroica”(2). El propio Stephen King afirmaba que dicho género “no es la manifestación más baja de la fantasía, pero aún así destila una sensación bastante chabacana”, debido a que “la ficción de fantasía mediocre –en referencia a la “Fantasía Heroica”- gira en torno a gente que tiene poder y nunca lo pierde, sino que sencillamente se sirve de él (…) Atrae a gente con un agudizado sentimiento de carencia de poder en el mundo real, que obtiene una inyección directa de éste leyendo relatos de forzudos bárbaros cuya extraordinaria habilidad con la espada sólo se ve superada por su extraordinaria habilidad con la polla”(3) (sic); unas afirmaciones que obviamente no comparto por su reduccionismo y simpleza, si bien King podría haber generalizado tras el análisis de la figura inestable de Howard –al que sin embargo salva de la quema debido a su talento literario-, un adolescente enclenque y retraído, objeto de crueles bromas por parte de sus compañeros de clase, y que entendía la escritura como un acto de exorcismo en el que asumía el rol de un todopoderoso e invencible guerrero enfrentándose sin descanso a las huestes del mal, ya fuera en la piel de Kull, Solomon Kane o el célebre Conan el Cimerio(4).

Tomemos por ejemplo un breve fragmento de su formidable relato “Los gusanos de la tierra”: “El romano hizo un gesto a los ejecutores. Uno de ellos agarró un clavo y, colocándolo contra la muñeca de la víctima, lo golpeó con fuerza. La punta de hierro se hundió profundamente a través de la carne, crujiendo contra los huesos. (…) La víctima se convulsionó y forcejeó instintivamente. Las venas se hincharon en sus sienes, el sudor perló su frente, los músculos de sus brazos y piernas se retorcieron y anudaron. (…) La sangre manó en un río negro sobre las manos que sujetaban los clavos, manchando la madera de la cruz, y se pudo oír el sonido inconfundible de los huesos astillándose” (5). Es éste el espíritu que impregna la atroz narración de Nispel, no sólo a través del despiadado regodeo –amparado en un hiriente detallismo- en los cráneos fracturados, los miembros amputados o los torsos ensartados, sino también mediante la descripción visual de un paisaje que parece fundirse con los personajes y que los impulsa a la barbarie, donde cuevas, lagos helados, bosques o montañas se convierten en los mejores aliados para la planificación de una emboscada, para ejecutar el golpe de gracia que acabe con el enemigo. En el fondo no andamos muy desviados del espíritu de films neo-impresionistas como Blissfully Yours (Sud Sanaeha. Apichatpong Weerasethakul, 2002), Old Joy (Kelly Reichardt, 2006), o más recientemente El bosque del luto (Mogari no mori. Naomi Kawase, 2007), donde el argumento se reduce a anécdota para confrontar al ser humano ante las inclemencias del medio natural, y de esta manera despojarlo de los pesados estigmas de la civilización, todo ello pasado por el filtro del más avezado relato de aventuras.

No obstante, a diferencia de los territorios habituales de la “Fantasía Heroica”, en El guía del desfiladero nos encontramos lejos de esos mundos arcaicos regidos por el caos, la autocracia y poblados por las más fantásticas criaturas. Nispel contextualiza la acción en unos imaginarios quinientos años antes de la llegada de Colón a Norteamérica para desplegar la feroz lucha entre los indios autóctonos –un poblado cuya existencia se revela “naif” y pacífica- y los invasores vikingos, entregados al culto a la espada y a la violencia como forma de vida. Así, el protagonista del film, un joven vikingo abandonado por su padre, liderará la resistencia del débil ante el fuerte, y un poco a la manera del Tom Stall de Una historia de violencia (A History of Violence. David Cronenberg, 2005)(6), la Novia del díptico Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004) o la de tantos y tantos héroes del western de pasado oscuro, deberá efectuar un ejercicio regresivo casi esquizofrénico para combatir al intruso, que no es otro que su yo oscuro, su ello, o concretando aún más, ese No Yo que proclamaba H. S. Sullivan en sus teorías, es decir, aquello que mantenemos oculto porque no deseamos que salga a la luz. Nuestro héroe necesitará invocar lo olvidado, lo reprimido, para luchar en igualdad de condiciones contra el villano, y para ello deberá volver a hablar su lengua –que se asemeja en su articulación vocal a un gruñido, recordando aquello que afirmaba Slavoj Zizek del lenguaje como representación cinematográfica/figurada del ello-, recordar sus estrategias, y consumar un simbólico parricidio para borrar la mácula del pasado. Un pasado salpicado por la violencia que siempre vuelve hacia nosotros y nos impide descansar.


En su crítica de El perro mongol (Die Höhle des Gelben Hundes. Byambasuren Davaa, 2005), Tonio L. Alarcón nos recordaba que los pobladores de aquel paisaje indómito al menos podían dar caza a los lobos que atacaban su rebaño de ovejas, mientras que “ante los que venden hipotecas a 40 o 50 años, con posibilidad de que las herede la familia, sólo nos atrevemos a agachar la cabeza y tragar bilis”(7). Quizás en este sentido no habría que obviar el valor terapéutico que puedan tener películas como El guía del desfiladero, Apocalypto (Mel Gibson, 2006) o 300 (Zack Snyder, 2006), no solo como un refugio ante el sometimiento psíquico que engendra el adocenamiento intelectual o lo “políticamente correcto”, sino como una derivación adulterada de la catarsis, cuando en la actualidad ésta solo es satisfecha a través de vías indirectas tales como el propio cine, los videojuegos o incluso las relaciones sexuales. Es aquí donde opera este nuevo revival del cine primitivo: el bien contra el mal, el héroe contra el villano, desterrando por un rato el molesto relativismo y proyectando en la pantalla esa mitad oscura que todos poseemos y que la “civilización” persiste en intentar desactivar.

(1) Largometraje que toma como base al film noruego pseudo-ecologista Pathfinder, el guía del desfiladero (Ofelas. Nils Gaup, 1987), pero cuyas similitudes se reducen a algunas licencias narrativas.

(2)Aspecto sobre el que basa su análisis el crítico Antonio José Navarro desde las páginas de Dirigido por: «El guía del desfiladero. Recordando la “Heroic Fantasy”», en Dirigido por, nº 369, pág. 18.

(3) King, Stephen. Danza macabra. Ed. Valdemar, Madrid, 2006. Pág. 493.

(4) Con el paso de los años Robert E. Howard se interesó por la práctica del boxeo, moldeando su cuerpo hasta convertirse en un joven musculoso. Quienes lo conocieron, lo veían como una versión “en carne y hueso” de su Conan. Manifestaba una enfermiza relación de dependencia hacia su madre, hasta el extremo de suicidarse pegándose un balazo en la sien después de que ésta sufriera un colapso y cayera en coma. Howard apenas contaba con 30 años de edad, y su atribulada vida lo coloca dentro del malditismo de toda una generación de escritores norteamericanos, desde Ambrose Bierce hasta H.P. Lovecraft pasando por Henry S. Whitehead.

(5) Howard, Robert E. "Los gusanos de la tierra"; en La piedra negra y otros relatos de horror sobrenatural. Ed. Valdemar; Madrid; 2007. Pág 111.

(6) En una comparativa –la del film de Cronenberg- que tomo de las reflexiones de mi acompañante durante el pase de prensa de la película.

(7) Tonio L. Alarcón: “El perro mongol. Tradición contra modernidad”, en Dirigido por, nº360, pág 19.


Saludos

lunes, julio 16, 2007

[Reflexiones] A vueltas con la comedia....y con Steve Carell



Desde hace un tiempo para acá, hastiado por las discusiones sobre la crítica, los Cahiers, y demás patrañas, me he terminado congratulando con la "nueva comedia americana", encabezados por la generación de "actores-autores" como Ben Stiller, Adam Sandler, Jack Black, Vince Vaughn, Chris Rock, Rob Schneider, los Wilson Brothers, y por supuesto el dúo formado por Will Ferrell y Adam McKay (este último escribiendo y dirigiendo). Intentando deshacerme de mi renuente actitud ante las nuevas vías que está tomando el género -nada que ver, afortunadamente, con el virtuosismo y la elegancia de Lubitsch, la verbigracia natural de Allen, las brillantes réplicas de Hawks, la espontaneidad de Capra o el cinismo de Billy Wilder- me he encontrado con una gran cantidad de películas muy interesantes, que en algunos casos deambulan por unos cauces absolutamente vanguardistas.

El caso más estimable es la magnífica El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (Anchorman. Adam McKay, 2004), posiblemente la cima más alta del género por el momento, que partiendo de la habitual sátira a un estamento social -en este caso los medios de comunicación- se desprende rápidamente de la mera parodia para convertirse en el paradigma conceptual de su generación: un humor absurdo llevado al límite del sinsentido, pero que a la vez no se limita a la mera sucesión de gags a lo Agárralo como puedas; la afrenta a la coherencia interna en lo relativo al desarrollo de personajes -en El reportero toda elección argumental es fruto del azar, incluso de la indiferencia-; el no aferrarse a la corrección o incorrección política -o el todo-vale si induce a la risa-; y una narración que, teniendo su soporte en la improvisación, no atiende a una linealidad, sino que se fragmenta en set-pieces que no tienen necesidad de aportar nada al hilo conductor del film....y cuyo ejemplo más claro es la memorable secuencia de la lucha entre los clanes de reporteros.

De entre la pléyade de figuras humorísticas que hacen su aparición en El reportero, dentro de ese baile de cameos tan habitual en el género, destaca la presencia de Steve Carell, un roba-planos como secundario -recordemos su breve pero inmensa participación en Como Dios (Bruce Almighty. Tom Shadyac, 2003) que salido de la inagotable cantera de Saturday Night Live, se consolida poco a poco como estrella autosuficiente del género. Quizás sea su físico de cuidado y entrañable cuarentón, su habilidad para la mímica nada manierista, o su particular vocalización, las que lo han convertido en uno de los comediantes de moda. Tras su papel de presentador del tiempo retrasado en El reportero, Carell firma junto a Judd Apatow el guión de otra comedia fundamental, Virgen a los 40 (The 40 Year Old Virgin. Judd Apatow, 2005), un film nada desdeñable que nos habla de la desmedida obsesión por el sexo que impera en la sociedad actual, o lo que es lo mismo, sobre la sumisión del hombre independiente ante los imperativos sociales -tesis que también esgrime la menos interesante De boda en boda (The Wedding Crashers. David Dobkin, 2005)-. Siempre me ha gustado ver en Virgen a los 40 la versión menos sulfurosa y más divertida de El sabor de la sandía (Tian bian yi duo yun. Tsai Ming-liang, 2005), ya que ambas describen entornos donde el sexo se ha convertido en un mecanismo de entidad robótica.


Asombrado ante el genio de Carell me acerco finalmente a The Office, serie creada por Ricky Gervais y Stephen Merchant para la televisión británica, posteriormente "remakeada" por el propio autor para la industria norteamericana, y cuyo protagonista principal es, obviamente, Steve Carell. Puntualizo diciendo que no he visto absolutamente nada del original inglés y que por tanto, estaré encantado de que algún blogger experto en el tema nos comente las diferencias o semejanzas entre ambas versiones. Por lo demás The Office, que narra las relaciones que se establecen en una oficina cualquiera de una multinacional cualquiera, asume de forma aparente los códigos de una "sitcom", ya sea su formato de duración, su economía espacial -casi todo su desarrollo se reduce a una oficina y sus aledaños-, y su querencia por el gag, pero a la vez aporta un enfoque menos artificioso (y más realista) en sus chistes y el uso de la cámara al hombro la libera de ese "pseudo-teatro filmado" que representa la "sitcom" más ortodoxa. Además, en una inteligentísima decisión de guión la serie adopta casi el formato de documental, ya que la cámara pretende retratar el día a día de las actividades -digamos que trabaja como un elemento diegético-, y los personajes son conscientes de esa intromisión, por lo que actúan en consonancia con ello, representando un papel si es necesario.

Pese a que la breve primera temporada refleja cierta contención, como si tocara esporádicamente los "puntos de presión" del público para comprobar su respuesta, The Office, partiendo de ese microcosmos, pretende reflejar un entramado socio-cultural mucho más amplio y complejo. En este sentido, la figura del jefe (Steve Carell) es elocuente: un narcisista y miserable polizón, racista y con conciencia de clase, y para colmo de males variante concienciada de lo "políticamente correcto". Ahí radica digamos, gran parte del meollo de la serie, en confrontar las actitudes del variado muestrario de personajes ante o detrás de la cámara, en indagar en sus miserias laborales y emocionales, aunque todo esté bañado por un sentido del humor más cotidiano, que no fuerza tanto los límites de la "suspensión de la incredulidad".

Curiosamente en el número de Julio-Agosto de Dirigido por Hilario J. Rodríguez, a propósito de la execrable Fast Food Nation (Richard Linklater, 2006), hacía referencia a la actitud de varios críticos norteamericanos durante el festival de Cannes que, como respuesta al film, decidieron irse a comer a un McDonald's tras el visionado del mismo. Supongo que a un servidor le ha ocurrido un poco lo mismo -y perdonen por la disquisición personal- ante la retórica hueca y ansias de reconocimiento personal parapetados tras esa supuesta "batalla" por no-se-sabe-bien-qué. El inesperado refugio no sólo me ha congraciado con un género al que había olvidado, sino que en cierto modo me ha alegrado un poco más la vida. A todos ellos, gracias.

Aahhh, y por cierto, os dejo el teaser trailer de Get Smart (Peter Segal, 2008), la versión cinematográfica de las inolvidables aventuras del Superagente 86. ¡Que lo disfruten!



Saludos

sábado, julio 14, 2007

[Varios] Lo último de James Wan

Una de esas pelis "fascistoides" que tanto me gustan.....



Saludos

domingo, julio 08, 2007

[Varios] Lo nuevo de Kim Jee-woon



Kim Jee-woon, uno de esos directores todoterrenos, epítome de lo ecléctico, de la fusión de géneros que puso en el mapa al cine de Corea del Sur, capaz de moverse entre el terror, la comedia negra, o la "freak-movie", regresa tres años después de A bittersweet life con este western oriental arropado por habituales del "star-system" surcoreano. La cosa promete...y al menos ese poster llama poderosamente la atención.

Saludos

viernes, julio 06, 2007

[Retro] "El rey de Nueva York" (Abel Ferrara, 1990)



El malogrado cantante de rap y poeta Tupac Shakur nos legó en su día una frase que bien podía resumir los ajetreados años '90 de lucha de bandas y disturbios en los ghettos. Su mítica "Who Lives by the Gun, Dies by the Gun", que se convirtió en el lema de las pandillas juveniles poseídas por el espíritu del gangsta rap —cuyas crónicas fueron divulgadas por artistas como Mobb Deep, Dr. Dre, Wu-Tang Clan o Notorius B.I.G.—, parece embalsamar también la filosofía de El rey de Nueva York, quizás el viaje de ida de un Abel Ferrara que difícilmente ha encontrado la vuelta a esos submundos desgarrados de moral esquiva y poses perturbadoras —y acaso solo recuperadas en la posterior Teniente Corrupto—. El rey de Nueva York sirve así como película puente entre la etapa furiosamente underground del neoyorquino, plagada de films bastardos y difícilmente clasificables —cf. Ángel de venganza— y su progresivo amaestramiento que lo ha conducido a la castidad de planteamientos de dudosa metafísica —cf. Mary o The Addiction—. Y por ello en esta película se respira ese ambiente de suntuosa decadencia, de morbilidad ciertamente "viscontiana" por mucho que se desarrolle en una Nueva York resurgente pero ya extraña a los ojos de su protagonista, el inquietante Frank White, encarnado por un Christopher Walken que parece ensayar su futura composición en Ángeles y demonios.

De ahí que Ferrara filme con extrañeza y moderado esteticismo las pomposas estancias habitadas por unos gángsters en perpetuo cuelgue o las ostentosas reuniones sociales de la "nobleza", y las contraponga a unas calles semivacías, de aspecto turbador que profetizaban un nuevo "a change is gonna come" que cantaba Sam Cooke. Y entre esa "nueva Jerusalén" plagada por comerciantes que se reparten sus esquinas prostituyendo a adolescentes y explotando a sus semejantes, se eleva la figura casi crística, de regusto ascético pero en el fondo tremendamente desequilibrada de un Frank White que viene a impartir justicia y a hacer milagros con la Ley del Talión en una mano y el revólver en la otra. Una remodelación de la sempiterna crook story pasada por el filtro de un ciclotímico Jesús traicionado por su Judas, en esta reinterpretación demasiado apócrifa del cristianismo nada chocante si atendemos al tortuoso catolicismo con que Ferrara ha impregnado algunas de sus películas. En definitiva, un balón de nitroglicerina capaz de aunar el realismo de las calles con un "neogoticismo" de interiores, arropados por la visión totalmente descarnada de la violencia y el sexo, rebosante de amoralidad para una confusa redención que hoy por hoy todavía conserva un extraño hálito de misterio.

Saludos