viernes, junio 23, 2006

[El plano] "Hierro 3" (2004) de Ki-duk Kim


¿Realidad o Sueño? ¿Happy-end romántico o la constatación de una fantasía amorosa encarnada en un espectro imaginario? Múltiples relecturas para un film mágico...

Saludos

jueves, junio 08, 2006

[Estreno] A propósito de "Misión Imposible III": El enemigo en casa


Dedicado a Miguel C., conspirador y militante de la vida



Podría pensarse fácilmente que el acercamiento crítico a un film como Misión Imposible III (Mission: Impossible. J.J. Abrams, 2006) se reduciría simplemente a las coordenadas más o menos clásicas o tópicas del análisis fílmico. Dedicar un par de líneas a desgranar su convencional argumento, nombrar a Tom Cruise como cabeza única del proyecto, comentar el modelo narrativo que nos presenta las andanzas de este agente secreto a lo largo de diversas localizaciones mundiales, y finalmente despachar la reseña con los tres o cuatro adjetivos de rigor. Pero para empezar, habría que prestarle atención ya desde su primer frame: Misión Imposible III se abre con un primerísimo plano de Tom Cruise/Ethan Hunt, su rostro sudoroso y ensangrentado, profuso en cortes y heridas pero que mantiene una pose, una estética bien cuidada a pesar de lo cuantioso del maquillaje. De esta manera se podría elaborar un sesudo ensayo acerca de la fotogenia en el cine, o de cómo un actor/autor controla un proyecto construido en base a su figura y grandilocuencia. De hecho, podríamos empezar por el semblante aún aniñado de Cruise y terminar con esa fijación de Almodóvar por los hermosos y voluminosos pechos (¿operados?) de Penélope Cruz en Volver (2006). Pero no iremos por aquí, sería más sabroso tratar otro aspecto.

También resultaría de interés analizar la puesta en escena de un talento televisivo como J. J. Abrams en su traslación, no sólo a la gran pantalla, sino bajo las órdenes de un tipo tan egocéntrico como Cruise. Y es que a pesar que un gurú de las ondas como Abrams – con un importante caché cimentado en base a series como Alias y en particular a la extraordinaria Perdidos- ha sabido dotar al film de toques conceptuales similares a los de Alias, finalmente no ha tenido más remedio que plegarse ante las condiciones impuestas por el gran Tom. Pero tampoco quisiera hablar de esto, así que dejémoslo de lado por ahora.

Por último, sería incluso curioso incentivar el debate acerca del nuevo interés dramático que acarrea la última entrega de la saga, al introducir torpemente la doble vida que debe afrontar un agente secreto cuando intenta sobrellevar su exigente trabajo con sus relaciones sentimentales, proyectadas en esta ocasión en una bella Michelle Monaghan. Así, se podría establecer una nada gratuita comparativa entre este largometraje y uno de los trabajos más disfrutables y peor valorados del curso cinéfilo pasado, Sr. y Sra. Smith (Mr. and Mrs. Smith. Doug Liman, 2005), una incomprendida sátira sobre la aburrida vida de una pareja burguesa. Digamos que Misión Imposible III pretende introducir en su tramo final una cierto tratamiento irónico sobre la relación de pareja, pero fracasa considerablemente al tomarse demasiado en serio a sí misma con anterioridad, algo que no ocurre con el socarrón largometraje de Doug Liman, que muestra sus cartas ya desde el principio. También se podría extender uno más en este aspecto, pero mejor dejarlo para otra ocasión. Vamos a lo que más me interesa.



Si por algo se ha caracterizado la saga cinematográfica de Misión Imposible ha sido por sus constantes trasvases de identidad, por las múltiples caras y dobleces morales de sus protagonistas. Ya desde el largometraje firmado por Brian de Palma -donde un integrante del propio MI traiciona a su equipo entero inculpando al superviviente Ethan Hunt- se advierte esta tendencia, también evidente en la secuela de John Woo, donde un ex-agente del MI se escindía de la agencia, obligando a sus superiores a contratar a una espía internacional para que engatusara al desertor, en un descarado plagio de Encadenados (Notorius. Alfred Hitchcok, 1946). Estos temas tan particulares que han manejado las dos primeras entregas se ha materializado en el uso y abuso del gadget más característico de la saga: la máscara que suplanta la identidad de cualquier personaje, fetiche al que por supuesto no es ajeno la tercera parte. Un juego de máscaras tanto físico como psicológico, con personajes que aparentan ser buenos pero que luego devienen en malos, y donde el villano de la función, un peligrosísimo traficante de armas encarnado por el siempre competente Philip Seymour Hoffman, no deja de ser una pieza más de un complejo entramado gubernamental, un medio que se desvela necesario pero prescindible ante el advenimiento de intereses mayores. Es aquí donde radica el aspecto más interesante y también gratificante de esta entrega.

Se dice que el cine refleja –o debe reflejar- el mundo en el que vivimos, no sólo a través de pretenciosos vehículos de autor sino también mediante ese cine “de consumo” aparentemente inane e insustancial. Curiosamente Misión Imposible III tampoco da la espalda a ciertas constantes que se ven reflejadas en demás películas, digamos, comerciales. Lejos de largometrajes donde los terroristas de turno –ya sean arábes, soviéticos, etc…- secuestran al presidente o ponen en peligro al estado de la nación, en el film de J. J. Abrams el enemigo está en casa. A poco que el espectador esté atento y no obvie detalles que pueden parecer puramente anecdóticos, uno descubre que la utilidad del mcguffin de la cinta –esa improvisada “pata de conejo”- no es más que un recurso por parte de un sector gubernamental para invadir un país. El objetivo: vender la “pata de conejo” –en el fondo un arma de destrucción masiva- a una nación árabe para luego atacarla. ¿Concienciación social, crítica nada subliminal, o simple plasmación fílmica de un presente en conflicto de identidad? (1) ¿Quiénes son los buenos? ¿Quiénes son los malos? En el siglo XXI las fronteras morales se han borrado íntegramente, algo que ya parece decir Rob Zombie en la magistral Los renegados del diablo (The devil’s rejects. 2005), donde una peculiar familia de antropófagos se convierte en los héroes de una Norteamérica esquizoide.



Plan oculto (Inside man. 2006) también nos ofrece unas buenas dosis de realidad. Una clásica heist-movie con giro final incluido, se convierte en una simple excusa para que el cada vez menos fiero Spike Lee nos muestre un abanico de personajes mezquinos y ambiciosos, encabezados por un magnate de la banca cuya fuente de riqueza procede de los crímenes perpetrados por los nazis durante el Holocausto; otro retrato moral de policías con pasado turbio que buscan la limpieza de su historial, pijas rubias que se mueven como serpientes entre la corrupción del cuerpo policial, y ladrones de origen extranjero que resultan héroes en busca de una justicia de índole casi medieval.

Mucho más directa e incómoda resulta la interesante aunque muy de diseño V de Vendetta (V for Vendetta. James McTeigue, 2005), en su recado más bien explícito a la administración norteamericana. Los creadores del film decidieron cambiar el look sucio y decididamente catastrófico de la novela gráfica de Alan Moore por una Inglaterra futurista y algo näif, pero a la vez cercana, actual. Así, a pesar de la simbología filo-nazi que rodea a ese gobierno totalitario de naturaleza fascistoide, se sugiere una exageración ficcional de las estrategias de control instauradas por ciertos poderes fácticos occidentales. Las imágenes de los campos de pruebas, que remiten tanto a los experimentos durante el Holocausto como a las torturas en Abu Ghraib o Guantánamo, son una mera cosquilla al lado de las teorías que se manejan en la película, que tienen su base en las conjeturas conspiranoicas que rodean a los atentados del 11 de Septiembre. Más sutil parece el penúltimo trabajo de ese maestro que responde al nombre de M. Night Shyamalan, que en una obra maestra como El bosque (The Village. 2004) articula un discurso sociológico acerca del miedo como mecanismo de opresión, en ese esbozo de una comunidad rural cuyos líderes engañan a los más jóvenes advirtiéndoles de la presencia de monstruos en las cercanías del pueblo: reflexión que hunde sus raíces en la política Bush, que parece dispuesta a crear fantasmas externos sin ser conscientes de sus males internos.



Pero si la autoconciencia política funciona en el cine comercial, el tubo catódico va mucho más allá. Bien vale acercarse a la hipervitaminada 24, creada por Joe Surnow y Robert Cochran, frenético artefacto televisivo desarrollado en tiempo real donde el público es testigo de las inverosímiles aventuras del agente Jack Bauer, en su lucha contrarreloj por solucionar una trama que crece exponencialmente en dificultad y magnitud a cada temporada (2) -aviso: a partir de la próxima línea se pueden desvelar detalles importantes de la 5ª temporada de 24- . En la ya finalizada quinta temporada este antihéroe reaccionario debe desentrañar una conspiración que rodea a la muerte de un ex-presidente, así como desactivar la aparición de una peligrosa célula terrorista. Sin embargo, el argumento termina por implicar personalmente al presidente de los Estados Unidos en una feroz confabulación, y el capítulo final presenta a Jack Bauer apuntando con su pistola a la cabeza del presidente. En este caso, 24 sirve tanto como rasero sociopolítico del estado actual de las cosas así como de reivindicación patriótica del orgullo americano, que aboga por la querencia de los ideales colectivos por encima de intereses individuales. Curiosamente es una cadena tan conservadora como la FOX quien da pie a tal ficción, así como a Prison Break, serie de acción que narra las peripecias de Michael Scoffield, un yuppy que se introduce en una prisión de máxima seguridad para rescatar a su hermano, condenado a muerte por un crimen no cometido. A pesar de estar encaminada hacia la más primaria descarga de adrenalina, Prison Break presenta a una vicepresidenta del gobierno que gracias al control de una gran corporación, intenta acceder a la presidencia haciendo uso de toda clase de complots y tretas ilegales. Una visión nada halagüeña de los entresijos del poder, a tono con la ambigüedad ética y el desconcierto ideológico del mundo en el que vivimos.

Saludos

(1) Mantengo al margen de manera consciente títulos como Syriana (id. Stephen Gaghan, 2005) o El mensajero del miedo (The Manchurian candidate. Jonathan Demme, 2004) al tratarse de largometrajes de un marcado y abierto carácter político.

(2) Agradecer a Sergio su ayuda con respecto a 24, sin la cual no me hubiera atrevido a hablar sobre una serie que no conozco en profundidad.