1. Cada vez entiendo más la preferencia de los (malos) “escritores cinematográficos” por el cine “clásico” antes que por esas boutades posmodernas que tanto daño hacen al cine…se supone. Hay múltiples razones, pero una de ellas se dispara cuando uno revisiona La séptima víctima, un film dirigido por Mark Robson bajo el auspicio de Val Lewton. Y es que el crítico, en el fondo, es una persona celosa del mundo, celosa de aquellos que descubren lo que él cree haber descubierto antes. De ahí la proliferación de súcubos alrededor de según que realizadores, como si nadie más que ellos tuviera derecho a reflexionar sobre los mismos. El cine “clásico”, en este sentido y obligado por el contexto y las circunstancias a erigirse como epítome del eufemismo visual, brinda una oportunidad de oro para apropiarse de signos, metáforas y metonimias con los que desmarcarse del resto de usuarios. Así, el cine “clásico” puede ser un terreno yermo sobre el que siempre se puede elaborar un discurso fácil, sin necesidad de esforzarse demasiado, a diferencia de la explicitud del cine (pos)moderno, donde el subrayado impide el goce infantil del primer descubrimiento. Ante lo que todos podemos ver, la elucubración debe trabajarse a niveles más profundos y exigentes, ya que donde antes no sabíamos si se trataba de una mujer pantera o de algún brote psicótico, ahora somos testigos de la transformación física, por lo que el discurso debe adaptarse a lo que requieren las nuevas imágenes. El cine “clásico” mal entendido sigue siendo, por tanto, refugio de los mediocres, amparados en la mitificación, las verdades colectivas, y los discursos a prueba de balas…perdón, de puesta en escena.
2. Vista hoy, La séptima víctima es una película realmente interesante, aunque quizás un tanto desangelada. Y lo digo porque asimilándola de manera retrospectiva, ha sido ampliamente superada por aquellas obras que la han tomado como referente, incluso la posterior La noche del demonio. Pero tanto las ficciones de David Lynch, Dario Argento o Roman Polanski han contraído méritos suficientes como para evidenciar que la asepsia visual —perdón otra vez, la depurada serie B— del film de Mark Robson no equivale a mayor riqueza conceptual, aunque siendo honestos, los tres casos citados son una muestra en bruto de un talento del cual Robson carecía. Lynch ha transportado al corazón de Hollywood la línea narrativa de La séptima víctima, liberándola de cultos paganos y aunando narración, reflexión, homenaje, vanguardia, y un mayor psicologismo. Argento, en sus dislocadas Suspiria o Phenomena, relata un trayecto madurativo similar al de la protagonista del largometraje de Robson, sostenido sobre su abigarrada imaginería visual nada ajena a las disquisiciones teóricas sobre el género. Y por último Polanski en La semilla del diablo dibuja el perfil más incómodo, perverso, pero también atractivo, de las reuniones esotéricas, conjugando el realismo social con un inquietante barniz fantastique. Son cineastas que, explicitando todo aquello que La séptima víctima sugiere, consiguen elevar sus propuestas por encima de la, en ocasiones, insípida gramática “clásica”, dotándola de una mayor capacidad semántica.
3. En su capítulo del libro colectivo “El demonio en el cine” y a propósito de La séptima víctima, Hilario J. Rodríguez hacía referencia a la relación entre el contexto social de la época y las malsanas motivaciones de los paladianos —la secta que acoge a la hermana de la protagonista—. Es acaso el apunte más brillante del film, que conecta los sentimientos de indefensión propios de la participación norteamericana en la II Guerra Mundial con la sensación de vacío existencial de los miembros del culto, y su turbia inclinación hacia el Thanatos. Con todo ello, La séptima víctima concentra momentos visuales estimulantes —la secuencia de la ducha, donde la sombra desvela toda su polisemia— con otros bastante ridículos —la muerte del investigador—, poniendo de relieve lo mejor y lo peor de ese lenguaje —afortunadamente superado— que es el clasicismo. Yo, por mi parte, prefiero relatos más abiertos del propio Robson, como la magistral El barco fantasma, que tras su arquetípica estructura whodunit, se agazapa una profunda lección sobre la autoridad y el poder.
Saludos
2. Vista hoy, La séptima víctima es una película realmente interesante, aunque quizás un tanto desangelada. Y lo digo porque asimilándola de manera retrospectiva, ha sido ampliamente superada por aquellas obras que la han tomado como referente, incluso la posterior La noche del demonio. Pero tanto las ficciones de David Lynch, Dario Argento o Roman Polanski han contraído méritos suficientes como para evidenciar que la asepsia visual —perdón otra vez, la depurada serie B— del film de Mark Robson no equivale a mayor riqueza conceptual, aunque siendo honestos, los tres casos citados son una muestra en bruto de un talento del cual Robson carecía. Lynch ha transportado al corazón de Hollywood la línea narrativa de La séptima víctima, liberándola de cultos paganos y aunando narración, reflexión, homenaje, vanguardia, y un mayor psicologismo. Argento, en sus dislocadas Suspiria o Phenomena, relata un trayecto madurativo similar al de la protagonista del largometraje de Robson, sostenido sobre su abigarrada imaginería visual nada ajena a las disquisiciones teóricas sobre el género. Y por último Polanski en La semilla del diablo dibuja el perfil más incómodo, perverso, pero también atractivo, de las reuniones esotéricas, conjugando el realismo social con un inquietante barniz fantastique. Son cineastas que, explicitando todo aquello que La séptima víctima sugiere, consiguen elevar sus propuestas por encima de la, en ocasiones, insípida gramática “clásica”, dotándola de una mayor capacidad semántica.
3. En su capítulo del libro colectivo “El demonio en el cine” y a propósito de La séptima víctima, Hilario J. Rodríguez hacía referencia a la relación entre el contexto social de la época y las malsanas motivaciones de los paladianos —la secta que acoge a la hermana de la protagonista—. Es acaso el apunte más brillante del film, que conecta los sentimientos de indefensión propios de la participación norteamericana en la II Guerra Mundial con la sensación de vacío existencial de los miembros del culto, y su turbia inclinación hacia el Thanatos. Con todo ello, La séptima víctima concentra momentos visuales estimulantes —la secuencia de la ducha, donde la sombra desvela toda su polisemia— con otros bastante ridículos —la muerte del investigador—, poniendo de relieve lo mejor y lo peor de ese lenguaje —afortunadamente superado— que es el clasicismo. Yo, por mi parte, prefiero relatos más abiertos del propio Robson, como la magistral El barco fantasma, que tras su arquetípica estructura whodunit, se agazapa una profunda lección sobre la autoridad y el poder.
Saludos
10 comentarios:
Leo algunas afirmaciones de marcado cariz polémico: "El cine “clásico” mal entendido sigue siendo, por tanto, refugio de los mediocres, amparados en la mitificación, las verdades colectivas, y los discursos a prueba de balas…perdón, de puesta en escena.
Me sorprende este silencio.
Saludos cinéfilos, camarada.
Habría que explicar qué se entiende por cine "clásico" bien entendido. La reseña parece excusa (últimamente suelo comprobar que es práctica significativa) que cualquier textito sobre un filme se aprovecha para para lanzar una serie de latiguillos contra otros sectores de la crítica cinematográfica a través de frases más o menos efectistas que quedan bien para consumo de la galería, aunque aquí y en otros lugares, con un cáriz, por supuesto, distinto al utilizado por los Boyeros y Otis de turno. La palma se la lleva una mini reseña en el mismo dossier de Miradas donde se publica esta, que no tiene más de 25 líneas y tres cuartas partes se dedica a despotricar contra la crítica de enfrente. Vamos, que le daba igual el dossier de los años 40 y la película en cuestión parece que todavía menos.
Uno que es un simple espectador de cine sin ínfulas críticas, tiene la sensación que lo que importa no es un debate serio sobre el papel de la crítica, sino más bien las batallitas por llevarse la mayor parte de la tarta en unos casos y, en otros, las migajas.
"...a prueba de balas... perdón, de puesta en escena.". 'Brillante' juego de palabras, sí, señor.
Amigo Hermann, gracias por disentir del texto, acto nada habitual en el ególatra mundo de los blogs. El cine clásico "mal entendido" consiste en admirar la puesta en escena "clásica" (siempre con comillas porque sigue sin estar nada clara), como si fuera el punto álgido de una manifestación artística que ya no puede volver a lo anterior, como la perfección plástica (en cuestión de narración, de puesta en escena) que ejemplifica el culmen del cine. El cine clásico "mal entendido" supone el no ir más allá de los discursos preestablecidos, el no cuestionar su propia naturaleza y el quedarse, en definitiva, con que toda manifestación "neoclásica" en la actualidad siempre es positiva, sea cual sea su digestión.
El cine clásico "bien entendido" (o perdón, como lo entiendo yo), supone el darse cuenta que sólo se trata de una parte más de un lenguaje que no para de desarrollarse, que es una estructura a la que no ya no podemos volver porque está más que caduca, y que debe ser revisada constantemente (¿qué aporta una película como "La séptima víctima" vista en la actualidad?) para no caer en la autocomplacencia....porque es fácil volver a hablar (una vez más) de "La séptima víctima" para repetir lo concisa que es, lo sobria que es su puesta en escena, cómo juega con lo implícito, etc,etc..
En cuanto a las "guerras críticas", creo que ahí lo ha filtrado por el momento actual, pero para nada va con esa intención. De hecho, el texto tiene otros dos párrafos que escapan de la beligerancia del primero y que obliga a repensar otras cosas, aunque no están tan bien desarrolladas como me hubiera gustado.
Saludos
Creo yo que los simples espectadores ni se han enterado de las polémicas con Boyero y Oti. Al menos, así ocurre con los que yo tengo alrededor.
De todas maneras, se tiende a tomar a la tremenda reflexiones como las que aquí hace Roberto, cuando no se trata de "imponer" una opinión, sino intentar hacer reflexionar al lector que no se había planteado otro punto de vista.
El discurso de los bandos y las guerras a mí me tiene un poco cansado. Cada espectador es libre de ver el cine como le venga en gana, igual que nosotros, como críticos, somos libres de intentar revolverle con nuestros escritos y acercarlo a nuestros puntos de vista.
El cine "clásico" bien o mal entendido tiene tanto de punto álgido artístico como de mitificación. No se trata de vanagloriar las bondades del pasado despreciando las corrientes artísticas que definen el presente, ni de negar al propio arte cinematográfico su necesidad continua de evolución (y de reinvención), sino de dotar a una de las dos concepciones de un sentido superior en tanto que a sus indudables virtudes técnicas se une, con más o menos razón, y siempre atendiendo a postulados subjetivos, la rememoración pasional, las sensaciones vividas.
En este sentido, prefiero La séptima víctima de Mark Robson y cualesquiera de las otras películas de Val Lewton (en especial, los primeros cincuenta minutos de The Leopard Man), que buena parte del cine de terror actual, por muy posmoderno que se presente.
Dicho lo cual, no se trata de desequilibrar la balanza a favor o en contra de una u otra opción, sino de hacerlas convivir en una misma horma emocional, con el atenuante que supone a una de las dos, haber sobrevivido al paso del tiempo.
Desde este punto de vista, cualquier película actual podrá en justicia adquirir su condición de clásica, no ya solo cuando logre sobrevivir al paso del tiempo (¿alguien se acuerda de Carl Franklin?), cuestión nada fácil, sino por haber cristalizado, no solo teóricamente sino en términos de practicidad, algunas de las implicaciones neo-clásicas que solo algunos detectaron.
Cuando ambas concepciones puedan equipararse, podremos compararlas lógicamente y establecer orden a nuestras preferencias. Porque en este momento estaremos hablando de un mismo lenguaje, no ya en continua evolución, como se apunta, sino como parte de una misma estructura mítica (es decir, de mitos).
Saludos cinéfilos, camaradas.
Me quito el sombrero, Bango. Magnífica reflexión.
Estoy de acuerdo con Roberto en que quizá se le tiene demasiado respeto al cine "clásico" por el mero hecho de serlo, cuando no todo en él es brillante. Es interesante y necesario que se hagan revisiones del mismo desde el punto de vista actual, pero sin perder nunca de vista, como bien dices, Bango, las aportaciones de éste y lo increíblemente bien que sigue conservándose.
De la misma manera que se le tiene demasiado respeto al cine clásico, también parece que para algunos es un mundo bastante olvidado mientras se discierne cual es el último auteur al que encumbrar para posteriormente tirar a pedradas.
Leo a diario muy buena crítica, gracias a estos titanes que se presentan y no dan tergua a la inteligencia. Pero MUY pocas veces leo crítica radical.
Miren, yo estoy harto, pero harto de verdad, que la posmodernidad o neoclasicismo sea tan rechazada por parte de la crítica que ¿adivinan? es reaccionaria. Y hay que señalarlo porque llega una película como Speed Racer y viene la tos. Tos que nunca se manifiesta en el cine clásico. No en Oti, por eso le llamaba radical. Y me cansa, me extasia el discurso de "eso estaba ya hecho" que no se centra en nada. Y por eso agradezco este texto, porque veo Scream y aún leo a los cuatro de siempre que siguen sin tener las herramientas para el slasher.
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