La próxima semana lllegará a las carteleras españolas el último trabajo de ese enfant terrible del cine que es el danés Lars Von Trier. Manderlay supone la segunda parte de su trilogía "Visiones de Norteamérica", que se dará por concluida con Wasington (sin h). Su último trabajo arranca justo después del final de Dogville, con su protagonista, Grace, llegando con su padre y sus compinches mafiosos a un pequeño pueblo, donde se sigue practicando la esclavitud 70 años después de su abolición. "Creo que ésta será una de las escasas ocasiones en las que los Panteras Negras y el Ku Klux Klan estén de acuerdo, odiarán la película". Son estas las palabras de Von Trier, que a pesar de los años, no parece haber perdido ese afán provocador, y que incentiva aún más en Manderlay. En ella, Von Trier retoma las características formales de su anterior película, es decir, trabajar en un set sin apenas decorados más que lo imprescindible; marcar los espacios con líneas pintadas y añadir el nombre a cada uno de ellos.
Es el momento en que me permito realizar una ligera disgresión a propósito de esto último. Muchos fueron aquellos que criticaron al realizador danés por optar por esta radical puesta en escena en Dogville, criticando su vacuidad y su falta de coherencia con lo que contaba, más allá de una mera "paja autoral" del director. Pero solo hay que ser un poco observador para darse cuenta que Dogville (y por tanto, también Manderlay) es posiblemente la película más honesta de Von Trier, aquella en la que se revela como un manipulador total, como un elaborador de trucos. Salvando sus primeros trabajos, aquellos donde el ego y la pedantería del danés se mantenían en un estado de latencia, el amigo Von Trier siempre ha jugado al engaño. Mención especial para su trilogía de los “Corazones de oro” –a saber, Rompiendo las olas, Los idiotas, Bailar en la oscuridad-, donde pretendía hacer pasar por naturalista sus bonitos artificios, a través de su cámara en mano, de los escenarios abiertos, o de esas reglas dogmáticas que tan pacientemente se saltaban sus adeptos –y él mismo, claro está-.
Sin embargo, la elección brechtiana de la puesta en escena en Dogville/Manderlay no responde ni a esa presunta desnudez de sus personajes para captar mejor sus sentimientos, ni a esa descontextualización situacional de la acción –von Trier sabe adonde van a parar sus envenenados dardos-, sino al carácter de manipulador de su creador, ya que es ahora cuando el artificio es total, y donde puede jugar con sus muñecos tal y como le plazca. Y es que en definitiva, sus obsesiones siempre han sido las mismas: esas heroínas-mártires movidas como marionetas en un tablero de ajedrez, abocadas a un final trágico a pesar de su candidez e inocencia. En Dogville/Manderlay el “niño” ya tiene su decorado, ya puede sacarse de la manga una tormenta de arena para motivar un enfrentamiento entre sus habitantes, en resumen, ya deja las costuras de su cine al aire para que todos las vean. No solo eso, ya que ambos largometrajes se inician con un plano cenital sobre el escenario, plano que repite a lo largo del metraje a modo de mirada omnisciente sobre su universo.
Ya centrándonos en Manderlay, es necesario reconocer que visualmente no impacta tanto como su predecesora, pero como bien explica Manuel Yáñez, “su discurso político es más concreto (…), lo que le da un impulso reivindicativo mayor” (1). Lars von Trier nunca ha sido amigo de las medias tintas ni de la sutileza, así que expone con gran crudeza y haciendo uso de una retórica más punzante su discurso, un acercamiento nada recatado a las miserias del ser humano, en esta ocasión, a través del pasado no tan lejano de Norteamérica. Aquí no se salvan ni los opresores (crueles e hipócritas), ni los oprimidos (adueñados por un conformismo que sonroja), ni los gángsteres, ni la propia Grace, alter ego del espectador bienpensante y concienciado de esta sociedad del bienestar, cuya ingenuidad choca con una realidad que la supera.
También es cierto que Manderlay tiene fallos, en especial de construcción. Era bien sabido que Lars von Trier quería seguir contando con Nicole Kidman para este proyecto, pero la actriz australiana desechó la opción tras el arduo rodaje de Dogville. Su sustituta, Bryce Dallas Howard, asume bien los galones de la Kidman, pero no se aprecia en su personaje ningún proceso de maduración tras su paso por el pueblo de Dogville. De hecho, Manderlay funcionaría mejor como una precuela, tanto por el carácter de su protagonista –parece mentira que tras el sufrimiento experimentado, la chica siga igual de ingenua-, así como por el mero aspecto físico –Dallas Howard se asemeja más a una adolescente que a una mujer adulta-, e incluso por el final del relato, que podría entroncar perfectamente con el inicio de Dogville. Además, la planificación es irregular, en particular por la presencia de un raccord incómodo que es difícil de explicar.
Por lo demás, y si bien el discurso supera al contexto en el que se plantea, Von Trier sigue empeñado en “ensuciar” su película gracias a esas fotos que acompañan a los títulos de crédito –al igual que en Dogville-. Sinceramente, ya sabemos que es un auténtico, con perdón, tocapelotas, pero no es necesario buscar la sonrisa cómplice de un sector del público, mediante el siempre FÁCIL recurso de poner una bonita imagen de Bush. No es necesario Lars, para payasos ya tenemos a Michael Moore.
(1)http://www.miradas.net/2005/n39/actualidad/articulo1.html
Saludos
También es cierto que Manderlay tiene fallos, en especial de construcción. Era bien sabido que Lars von Trier quería seguir contando con Nicole Kidman para este proyecto, pero la actriz australiana desechó la opción tras el arduo rodaje de Dogville. Su sustituta, Bryce Dallas Howard, asume bien los galones de la Kidman, pero no se aprecia en su personaje ningún proceso de maduración tras su paso por el pueblo de Dogville. De hecho, Manderlay funcionaría mejor como una precuela, tanto por el carácter de su protagonista –parece mentira que tras el sufrimiento experimentado, la chica siga igual de ingenua-, así como por el mero aspecto físico –Dallas Howard se asemeja más a una adolescente que a una mujer adulta-, e incluso por el final del relato, que podría entroncar perfectamente con el inicio de Dogville. Además, la planificación es irregular, en particular por la presencia de un raccord incómodo que es difícil de explicar.
Por lo demás, y si bien el discurso supera al contexto en el que se plantea, Von Trier sigue empeñado en “ensuciar” su película gracias a esas fotos que acompañan a los títulos de crédito –al igual que en Dogville-. Sinceramente, ya sabemos que es un auténtico, con perdón, tocapelotas, pero no es necesario buscar la sonrisa cómplice de un sector del público, mediante el siempre FÁCIL recurso de poner una bonita imagen de Bush. No es necesario Lars, para payasos ya tenemos a Michael Moore.
(1)http://www.miradas.net/2005/n39/actualidad/articulo1.html
Saludos
2 comentarios:
Aplausos, muchos aplausos por la crítica porque das en el clavo en muchos puntos y te sales, como siempre :-). Pero una discrepancia con el párrafo final, aunque creo que ya te lo dije. No te niego que sea un tocapelotas, pero yo creo que los créditos son la bofetada final de Von Trier para los americanos, una especie de 'si no crees que esto sea verdad, mira'. No creo que haga un panfleto, es simplemente un 'os odio'.
Nos vemos mañana, futuro crítico de Dirigido ;-)
Me encanta que discrepemos Caperucita, como casi siempre. Ya sabes que tú y yo sin discusiones cinéfilas, no seríamos lo mismo..jajaja. Sobre lo de Von Trier, creo que tampoco hace falta; ya sabemos por donde tira el amigo para que lo explicite aún más con imágenes un tanto efectistas. Creo que se le consiente por ser quien es, y por disparar contra quien dispara. Si el caso fuera distinto, no se si se sería tan complaciente.
Gracias por lo demás, y ya sabes que sabemos distinguir las cosas, es lo que me enorgullece de nuestra relación, a pesar de que te pases un poco con Papi Spielberg..jeje.
Saludos
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