Nunca podía haberse imaginado Gus Pierce (Thomas Gibson) que su muerte conseguiría desestabilizar la diáfana existencia de una pequeña población rural norteamericana, sabiendo que ni siquiera él era el alumno más popular del college, más bien todo lo contrario. Gus Pierce era ese (típico) chico rarito –o al menos, esa es la forma de etiquetarlo cuando las hormonas toman el control del cuerpo-, solitario y ligeramente acomplejado, con tendencias depresivas que sus logros académicos eran incapaces de minimizar, y cuya debilidad intentaba ser encubierta mediante el ingreso en una de esas hermandades de adolescentes burgueses que se estimulan humillando a sus semejantes. Pero el cadáver de Gus Pierce aparece un día ahogado en el lago del pueblo, y todo el mundo sabe que en esas poblaciones aparentemente idílicas donde la policía apenas sabe como actuar ante la aparición de un cuerpo sin vida, es mejor no tocar nada, no vaya a suceder que se descubra que los cimientos están más carcomidos de lo que se creía, y que un simple soplo de viento puede tirar toda la casa abajo. Por ello, The River King (2006), pese a estar vertebrada a través de la figura ausente de Gus, es una película sobre los que se quedan, sobre unas vidas que fingen ser estables y sólidas pero que una tragedia devuelve la fractura que pretenden esconder; o también las de unas vidas adormiladas que necesitan de un fuerte estímulo que las vuelva a poner en funcionamiento.
Su director, Nick Willing, en esta ocasión partiendo de una novela de Alice Hoffman –escritora que ha sido trasladada a la pantalla grande en algunos títulos tan pobres como Prácticamente magia (Practical Magic. Griffin Dune, 1998)-, ya demostró con anterioridad que su cine linda con lo fantástico –cf. Fotografiando hadas (Photographing fairies. 1997), Doctor Sleep(Close Your Eyes, 2004)-, aunque nunca se ha atrevido a dar el paso definitivo e ir más allá de lo que propone. Igualmente en The River King, lo fantástico actúa como resorte que mueve a sus personajes a preguntarse si realmente existe algo más que se esconde tras las apariencias, un reverso que Willing acentúa mediante la consecución de una atmósfera ingrávida, casi glacial, de detalles –un sonido, un golpeo, una luz- que conceden a su trabajo una pátina de realismo mágico, de una cotidianidad que es rota por el influjo de lo extraño, de lo maravilloso –y puede que también de lo siniestro-, de una fantasmagoría que toma la forma del muchacho muerto para así remover las débiles estructuras de la comunidad.
Su director, Nick Willing, en esta ocasión partiendo de una novela de Alice Hoffman –escritora que ha sido trasladada a la pantalla grande en algunos títulos tan pobres como Prácticamente magia (Practical Magic. Griffin Dune, 1998)-, ya demostró con anterioridad que su cine linda con lo fantástico –cf. Fotografiando hadas (Photographing fairies. 1997), Doctor Sleep(Close Your Eyes, 2004)-, aunque nunca se ha atrevido a dar el paso definitivo e ir más allá de lo que propone. Igualmente en The River King, lo fantástico actúa como resorte que mueve a sus personajes a preguntarse si realmente existe algo más que se esconde tras las apariencias, un reverso que Willing acentúa mediante la consecución de una atmósfera ingrávida, casi glacial, de detalles –un sonido, un golpeo, una luz- que conceden a su trabajo una pátina de realismo mágico, de una cotidianidad que es rota por el influjo de lo extraño, de lo maravilloso –y puede que también de lo siniestro-, de una fantasmagoría que toma la forma del muchacho muerto para así remover las débiles estructuras de la comunidad.
En The River King por tanto, lo fantástico, más que una certeza o una evidencia, es una necesidad que comparten sus protagonistas, y de hecho sus manifestaciones son tan borrosas que se confunden con los anhelos de aquellos que esperan que lo ilusorio se transfigure en realidad. Aquellos como Carlin (Rachelle Lefevre), amiga íntima de Gus, que incapaz de asimilar su muerte cree que éste la protege desde el Más Allá –en este sentido, resaltar la belleza de una secuencia donde Carlin, sola en una piscina, observa como un banco de peces (que simbolizan la presencia de Gus) se le acercan en su aislamiento (1)-; o Betsy (Jennifer Ehle), profesora de fotografía y literatura que cree ver al fantasma de Gus en las instantáneas que realiza, mientras inicia un apasionado romance con el policía local que la rescata de su insulsa relación prematrimonial; y el propio agente de la ley, Abel (Edward Burns), auténtico protagonista del largometraje, que abrumado por las espectrales apariciones de un niño, se embauca en una investigación que sacará a la luz toda una red de sobornos. Lo fantástico, para Willing, sería algo parecido a un clavo ardiendo al que aferrarse, un último risco que alcanzar cuando las circunstancias son extremas y la realidad es demasiado despiadada como para poder ser confrontada.
Asimismo, la presencia de Edward Burns puede proporcionarnos claves acerca de su personaje, siguiendo la estela que el actor, director y guionista ha marcado a través de sus anteriores trabajos, en particular en algunas de sus obras como realizador –Miércoles de ceniza (Ash Wednesday, 2002)-. Hay mucho de católico en el doliente vía crucis que su personaje recorre a la par que la investigación avanza, en un intento de expiar un pecado que subyace tras una situación traumática de su infancia, tratando de explicar lo inexplicable, de pugnar por lo impugnable. Porque en el fondo, The River King viene a convertirse en una película sobre el suicidio, sobre como éste puede ser una terrible decisión para el que la toma, pero también termina siendo el acto más grande de egoísmo; porque el que se marcha ya no está, pero a su vez lega una marca indeleble en el que se queda.
The River King es una película sencilla, quizás demasiado, decididamente honesta y aparentemente intrascendente, pero mucho más honrada que otros estrenos que en el fondo nos hablan desde muy arriba, como si pretendieran dar las soluciones sobre como funciona el mundo o cómo debería funcionar, como es el caso de Breaking and Entering (Anthony Minghella, 2006) o Juegos secretos (Little Children. Todd Field, 2006). Si en la segunda, Todd Field prefiere tratar a sus personajes con condescendencia y cinismo para al final, cual osado demiurgo, devolverles a una senda de la cual estaban ya descarriados, Nick Willing es consciente que sus personajes están demasiado jodidos como para ponerse a jugar con ellos.
(1) Secuencia que dada su planificación parece un bonito homenaje a la maravillosa La mujer pantera (Cat People. Jacques Tourneur, 1942)
Saludos
Asimismo, la presencia de Edward Burns puede proporcionarnos claves acerca de su personaje, siguiendo la estela que el actor, director y guionista ha marcado a través de sus anteriores trabajos, en particular en algunas de sus obras como realizador –Miércoles de ceniza (Ash Wednesday, 2002)-. Hay mucho de católico en el doliente vía crucis que su personaje recorre a la par que la investigación avanza, en un intento de expiar un pecado que subyace tras una situación traumática de su infancia, tratando de explicar lo inexplicable, de pugnar por lo impugnable. Porque en el fondo, The River King viene a convertirse en una película sobre el suicidio, sobre como éste puede ser una terrible decisión para el que la toma, pero también termina siendo el acto más grande de egoísmo; porque el que se marcha ya no está, pero a su vez lega una marca indeleble en el que se queda.
The River King es una película sencilla, quizás demasiado, decididamente honesta y aparentemente intrascendente, pero mucho más honrada que otros estrenos que en el fondo nos hablan desde muy arriba, como si pretendieran dar las soluciones sobre como funciona el mundo o cómo debería funcionar, como es el caso de Breaking and Entering (Anthony Minghella, 2006) o Juegos secretos (Little Children. Todd Field, 2006). Si en la segunda, Todd Field prefiere tratar a sus personajes con condescendencia y cinismo para al final, cual osado demiurgo, devolverles a una senda de la cual estaban ya descarriados, Nick Willing es consciente que sus personajes están demasiado jodidos como para ponerse a jugar con ellos.
(1) Secuencia que dada su planificación parece un bonito homenaje a la maravillosa La mujer pantera (Cat People. Jacques Tourneur, 1942)
Saludos
2 comentarios:
Buf, no se que decirte. Tiene pinta de telefilme de sobremesa, y Edward Burns, desde hace un tiempo, parece que no da una.
Veo que tu impresion no es mala, pero es una de esas pelis cuyo visionado va directo al DVD, en todo caso.
Saludos.
Sí, es innegable que tiene pinta de film, pero la realización de Willing (sin ser genial) la eleva lo suficiente para darle entidad. Pero vamos, aunque lo normal es que la machaquen sin piedad, a mi me ha parecido más digna que otras producciones con más pedigrí.
Saludos
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