domingo, agosto 13, 2006

[Literatura] "Cuentos fantásticos del XIX Vol II. Lo Fantástico Cotidiano" por Italo Calvino



“Cuentos fantásticos del XIX” es una doble antología donde Italo Calvino recoge, a su entender, las narraciones fantásticas más singulares y representativas de los autores más significativos de dicho período. En sus propias palabras, “el cuento fantástico es uno de los productos más característicos de la narrativa del siglo XIX y, para nosotros, uno de los más significativos, pues es el que más nos dice sobre la interioridad del individuo y de la simbología colectiva”. En esta ocasión, y a pesar de que existen cuentos en el primer volumen perfectamente intercambiables por los del segundo, nos decidimos por presentar aquel que, bajo el epígrafe “Lo fantástico cotidiano”, se acerca peligrosamente a la interiorización de lo sobrenatural, a las narraciones puramente subjetivas donde el terror o lo fantástico toma forma como consecuencia de las desviaciones psicológicas de sus protagonistas, de psiques escindidas que se pierden en abisales estancias mentales, de horrores procedentes de la represión, del tormento interior.

No es casualidad que Calvino abra dicha antología con El corazón delator (The Tale-Tell Heart, 1843), obra maestra literaria de Edgar Allan Poe, donde el norteamericano perfecciona sus brillantes monólogos criminales de asesinato y posterior indagación del complejo de culpa que ensayará en otros magníficos relatos como son El gato negro (The Black Cat, 1843) o El demonio de la perversidad (The Imp of the Perverse, 1845). Y es que habría que reconocer a Poe, no solo como ese genio de las atmósferas malsanas y de los actos siniestros y putrefactos, sino también como un probado psicólogo, dada su habilidad para penetrar en los abismos más insondables de la psicopatía -como demuestra la narración enteramente introspectiva de las alucinaciones que sufre un enajenado en El corazón delator– o para elaborar obras de una claridad expositiva en términos forenses que no tiene parangón en el género –y me estoy refiriendo por ejemplo a la exquisita El entierro prematuro (The Premature Burial, 1844), cuyo tratado acerca de la narcolepsia es de una lucidez abrumadora-.

El relato de Poe –que todo sea dicho, poco tiene de fantástico- resume toda una serie de cuentos cuyo punto en común es la intromisión de un elemento inexplicable en el devenir diario de sus personajes, pero cuyo origen primario es estrictamente mental. Sin embargo, más cerca del espíritu puramente subjetivo de Poe se encontraría Los amigos de los amigos (The Friends of the Friends, 1896), donde Henry James construye, en base a una prosa en ocasiones deslavazada, incoherente, la historia del progresivo desmoronamiento emocional de una joven aristócrata a causa de sus enrevesados delirios celotípicos, imbuido en una de esas sugerentes ghost stories tan del gusto del escritor nacido en Nueva York. Se adhieren a este modelo Los constructores de puentes (The Bridge Builders, 1898) de Rudyard Kipling, contextualizada (¡cómo no!) en la colonización de la India por parte de los británicos, donde la unión de un desgraciado accidente con los efectos residuales del consumo de opio culminan con sus protagonistas en una reunión de deidades locales, cuyo tono elegíaco revela un afán conciliador y pacifista entre pueblos y religiones; también Los agujeros de la máscara de Jean Lorrain, extraño relato de inequívocas tendencias filogays, y a la vez somero estudio de la confusión de la identidad; y por último, el memorable texto de Guy de Maupassant titulado La noche (La nuit, 1887), donde lo cotidiano se rebela mostrando todo su poder macabro, un minimalista cuento en el que se aprecia el terrible descenso a los infiernos que sufría su escritor, sumido en una crisis de esquizofrenia que le obligó a vivir sus últimos días hacinado en un manicomio: la oscuridad en la que se adentra su protagonista evoca el paulatino desapego de la realidad de su autor.

La presencia de lo misterioso se plasma en otra serie de historias encabezadas por la enigmática Un sueño (Son, 1876) de Iván Turguéniev, donde una pesadilla recurrente agita la conciencia de un joven fruto de una familia disfuncional: la pátina onírica eleva la elegancia de una narración cuya fluidez es achacable al incomparable estilo de los dramaturgos rusos. Por otra parte, en El guardavías (The Signal-man, 1866), Charles Dickens esboza un paisaje industrial deshumanizado –una estación de ferrocarril-, cuyos fantasmas surgen de la soledad, el desamparo y el aislamiento de quienes lo moran. Y es la inglesa Vernon Lee quien, en Amour Dure (1890), nos presenta cómo la enfermiza atracción de un joven intelectual polaco hacia una suerte de femme-fatale decimonónica ya fallecida deriva en una obsesión necrófila de fatales resultados.

Sin embargo, otro sector del libro se nutre de una serie de cuentos morales. Algunos como La sombra (1847) de Hans Christian Andersen o El diablo de la botella (The Bottle Imp, 1893) de Robert L. Stevenson confeccionan disparejas parábolas sobre la condición humana: el primero, un hosco relato sobre la pérdida de la sombra, cuya demoledora visión del hombre solo puede ser digerida gracias a su macabro sentido del humor; y el segundo, bastante más esperanzador, de reconocible estilo stevensoniano -conciso y directo-, donde el amor incondicional parece ser la única cura contra la codicia presentada bajo una botella que otorga cualquier deseo. Otras dos historias se decantan por abordar terrenos más explícitos, entre ellas destacar el gusto por lo truculento de Ambrose Bierce en Chickamauga (1891), alegoría acerca de la barbarie de la Guerra y de los horrores del militarismo. La otra, ¡Como para confundirse! (A s’y méprende!, 1883) de Auguste Villiers de I’sle-Adam, para mi gusto la menos interesante de toda la antología, una efectista (Italo Calvino dixit) fábula moral sobre la avaricia, cuyo único interés reside en una curiosa táctica literaria puesta en práctica por el autor.

Finalmente y como es habitual en las compilaciones, se olvidan en la estacada algunos textos cuya ambigüedad temática e inclasificable estilo limitan la posibilidad –y practicidad- de acotarlos en un listado. Por ejemplo Chertogón (1879), del ruso Nikolái Semiónovich Leskov, que narra las peripecias nocturnas de un estudiante junto a su opulento familiar, un relato rematadamente alucinado y febril que tiene mucho de odisea felliniana. También aborda terrenos pantanosos El país de los ciegos (The Country of the Blinds, 1899) del siempre genial H. G. Wells, que con inteligencia subvierte el “mito de la Caverna” de Platón en un cuento donde un explorador aterriza por puro azar en un pueblo cuyos habitantes son ciegos. Las dobleces morales evitan cualquier indicio de demagogia por parte del novelista, que perfila al personaje principal como un aprovechado que subestima a la comunidad debido a su discapacidad física, pero que también ataca los sectarismos de un grupo humano inmovilista e intolerante.

Saludos

8 comentarios:

Hombre Lobo dijo...

Curiosamente he leído hace poco los dos tomos de esta antología, y a pesar de que en algunos casos la selección de algunos autores no me pareció la más acertada ("El corazón delator", si bien es una de las piezas más "representativas" de Poe, no está, para mí, entre sus mejores trabajos), a nivel general me ha parecido bastante buena.

Desde hace tiempo he estado pensando, por cierto, en elaborar una lista de literatura de terror del siglo XX. De más está decir que se aceptan sugerencias.

Gawyn dijo...

Completamente de acuerdo con el comentario anterior. Mis cuentos favoritos de Poe siempre fueron "Los crímenes de la Rue Morgue" -a pesar de que es poco "poeano"-, "El entierro prematuro" y, por supuesto, "El pozo y el péndulo". Por cierto, he visto por ahí que en el primer tomo aparecen cuentos de Gogol. ¿Está "El capote"?

Gawyn dijo...

Me había olvidado de "El barril de amontillado" y "La máscara de la muerte roja". Son tantos...

Regina dijo...

Ahhh, la literatura del siglo XIX, qué maravilla. Yo soy aficionada también a los relatos fantásticos y mi biblioteca está repletita de recopilaciones.

Estos dos otmos no los he catado aún, ¿podrías poner datos bibliográficos para poder encontrarlos más fácilmente?

;)

Tonio L. Alarcón dijo...

Grandísima recopilación, ésta de Italo Calvino. Gané los dos tomos ("Lo fantástico visionario" y "Lo fantástico cotidiano") como premio en un concurso literario en 2º de BUP, y los disfruté como un burro.

Los libros están editados por Ediciones Siruela, tanto por separado como en un solo tomazo de 640 páginas. Yo tengo una edición algo vieja ya, en concreto la reedición de 1990.

Roberto A. O. dijo...

A mi es que Poe...ufff, me fascina, aunque mi relato favorito es uno de los más desconocidos: "Un cuento de las montañas escabrosas"...es de un romanticismo tan vibrante!!!

Creo que el relato de Gogol es "La nariz", en el primer tomo...joder, y es que nada como los escritores rusos: tienen un estilo, una clase, una prosa inigualable. Se les reconoce sin dudarlo

Por cierto, que estoy fuera de Madrid durante al menos una semanita, así que las actualizaciones...jejeje, ya volveré.

Saludos

Anónimo dijo...

No sé si a estas alturas lo leerás... Tampoco tiene que ver mucho con el tema, pero te quería recomendar "Ciudades invisibles" (de I.Calvino). Yo me lo estoy leyendo ahora y está realmente bien. Es una recopilación de cuentos en los que Marco Polo explica a Kublai Khan las ciudades (imaginarias, claro) por las que ha viajado. Tampoco está tan alejado de algunas ideas que apuntas en tu escrito...

Besos!

Roberto A. O. dijo...

Gracias Nora, me lo apunto a una larga lista ya...jejejeje

Saludos