Resulta lamentable que, de todos los aspectos positivos que posee La noche de Halloween (Halloween. John Carpenter, 1978) –que son muchos, créanme-, su influencia en el cine de terror posterior se haya limitado a la explotación de una serie de “tics” y clichés que el género solo ha sabido desvirtuar y ultrajar. Adolescentes copulando y consumiendo drogas, que terminaban siendo pasto de salvajes “psycho-killers” enmascarados sin otro leit-motiv que el “splatter” puro y duro. De esta manera, un género intrínsecamente trasgresor como el terror se terminó acomodando a los parámetros del establishment, aleccionando a modo de extensión cinematográfica de la política Reagan de los ’80, mediante el uso de tópicos acotados a la moral neoconservadora (la agrupación entre el sexo, las drogas y la muerte, la heroína virgen, etc…). Pero la intención de un cineasta siempre a contracorriente como John Carpenter estaba lejos de lo que derivó su obra. Inspirándose directamente en los métodos narrativos del “giallo”, Carpenter establece las bases temáticas de un nuevo subgénero (el "slasher"). Sin embargo, a diferencia del acabado formal de directores como Mario Bava o Dario Argento, cuyo cine se basa en una recargada puesta en escena, a través de abigarrados encuadres, hiperbólicos movimientos de cámara o excesos hemoglobínicos, Carpenter se decide por un tratamiento muy depurado, por un minimalismo formal que crea una inusitada sensación de desasosiego, un temor a lo cotidiano, incluso a lo neutro.
La noche de Halloween es el ejemplo de cómo hacer uso del espacio escénico para la creación de una atmósfera asfixiante y perturbadora, sin necesidad de acudir a convenciones clásicas como la noche o la mansión encantada. Ya no es necesario un paseo por los barrios proletarios del Londres victoriano, una ducha nocturna en un solitario motel de carretera o un trayecto motorizado por la América profunda, para palpar el peligro. Ahora el Mal está cerca, nos persigue de día, acecha en una comunidad burguesa donde los jóvenes aprovechan la salida de sus padres al mall más cercano, para fornicar con sus novias y luego ver películas de terror conscientes de que están a salvo. Carpenter establece un juego metalingüístico al decirnos que nosotros, voyeurs cinematográficos, consumidores de tragedias ajenas, estamos siendo observados por un merodeador, por otro voyeur aún más letal.
La noche de Halloween es el ejemplo de cómo hacer uso del espacio escénico para la creación de una atmósfera asfixiante y perturbadora, sin necesidad de acudir a convenciones clásicas como la noche o la mansión encantada. Ya no es necesario un paseo por los barrios proletarios del Londres victoriano, una ducha nocturna en un solitario motel de carretera o un trayecto motorizado por la América profunda, para palpar el peligro. Ahora el Mal está cerca, nos persigue de día, acecha en una comunidad burguesa donde los jóvenes aprovechan la salida de sus padres al mall más cercano, para fornicar con sus novias y luego ver películas de terror conscientes de que están a salvo. Carpenter establece un juego metalingüístico al decirnos que nosotros, voyeurs cinematográficos, consumidores de tragedias ajenas, estamos siendo observados por un merodeador, por otro voyeur aún más letal.
El estudio del Mal presente en La noche de Halloween está plenamente justificado. Carpenter lo presenta mediante tres factores. En primer lugar, a través de la puesta en escena, con el uso del plano-subjetivo como figura retórica estilizada, que por momentos rompe con una cierta ortodoxia narrativa, que subraya esa capacidad del psicópata para “poseer el espacio” (1), para demostrar que éste está bajo su control. También destaca el uso del formato scope, que unido a la profundidad de campo y a esos largos plano-secuencia, inciden en una visión decadente de las urbanizaciones norteamericanas: zonas solitarias, de aspecto mortecino, plagadas de personajes mezquinos y poco solidarios. En segundo lugar, Carpenter priva a su asesino de rostro adjudicándole una máscara blanca, fetiche que recalca al Mal como entidad abstracta e intangible. La máscara no es más que un elemento que dota a su propietario de un carácter anónimo, es decir, el asesino puede ser cualquiera.
Y en tercer lugar, el contexto. La elección de la noche de Halloween no es para nada casual o fortuita. Carpenter, en su intento por explorar el Mal en estado puro, sitúa la acción en el 31 de Octubre, que según leyendas célticas daba inicio a la despedida del Sol, y al anuncio del frío y la oscuridad. En ella, el Señor de la Muerte tomaba prisionero al Sol y convocaba a los espíritus. Por tanto, All Hallow Even, desprovista de sus matices festivos, procedía de una tradición pagana donde el Mal campaba a sus anchas durante toda la noche. Es por ello que Michael Myers se presenta como un asesino en serie casi sobrenatural, cuyo inquietante jadeo no se detiene a pesar de los disparos. Un psicópata que no atiende a motivaciones existenciales ni a traumas psicológicos, por mucho que las inevitables secuelas se dedicaran a explicitar.
(1) Gonzalo de Lucas, El cine de terror moderno, Dirigido por, nº 291, junio de 2000.
Saludos
Y en tercer lugar, el contexto. La elección de la noche de Halloween no es para nada casual o fortuita. Carpenter, en su intento por explorar el Mal en estado puro, sitúa la acción en el 31 de Octubre, que según leyendas célticas daba inicio a la despedida del Sol, y al anuncio del frío y la oscuridad. En ella, el Señor de la Muerte tomaba prisionero al Sol y convocaba a los espíritus. Por tanto, All Hallow Even, desprovista de sus matices festivos, procedía de una tradición pagana donde el Mal campaba a sus anchas durante toda la noche. Es por ello que Michael Myers se presenta como un asesino en serie casi sobrenatural, cuyo inquietante jadeo no se detiene a pesar de los disparos. Un psicópata que no atiende a motivaciones existenciales ni a traumas psicológicos, por mucho que las inevitables secuelas se dedicaran a explicitar.
(1) Gonzalo de Lucas, El cine de terror moderno, Dirigido por, nº 291, junio de 2000.
Saludos