Hay personas que se montan su pequeño microcosmos y consiguen vivir en él con sus propias reglas. No tienes que ser precisamente un ermitaño y/o eremita, simplemente basta con que formes tu propia comunidad y te aisles de los demás, algo que puede confirmarse en los vastos espacios de la red, formados por foros y comunidades que respiran una sorprendente autarquía cultural. Así, uno puede vivir feliz con su propia moral y visión del mundo, hasta que alguien se cruza en tu camino o tú terminas cruzando una puerta que no sabes ni cómo abrirla (¿como Javier Marías?). Es entonces cuando esa puerta, llámese blog, mujer, hombre, acontecimiento traumático o box office, te devuelve una realidad que obliga a replantearte tus principios...salvo que seas demasiado viejo, terco o arrogante, que prefieras vendarte los ojos y hacer cómo que no ha pasado nada.
Algo parecido le ha sucedido a Frank Miller con su adaptación de The Spirit. Como si no hubiera salido jamás del plató de Sin City, Miller pidió incluso a Zack Snyder que le pasara su (memorable) versión de 300 detrás del decorado verde, para así no "abrir otras puertas" que pudieran poner en jaque su visión del comic de Will Eisner. Miller entendió que sólo a través de las herramientas que le proporcionó Rodríguez podía concebir su particular acercamiento al "Citizen Kane de los comics" (jojojo), y le ha salido una película bastarda, un Sin City vigoréxico pero que tampoco supone un salto cualitativo con respecto a éste, sino más bien un clon que ya parece hasta pasado de moda. Basculando entre lo ridículo y lo épico, entre una dramaturgia heterodoxa (por sus constantes oscilaciones de humor) y el cartoon más disparatado (The Spirit es, una action movie elastizada sin solución de continuidad), Miller se asemeja a un anciano con demencia que se ha empeñado en hacer lo que ha querido, lo cual le honra pero no es excusa para que no le haya echado un vistazo a "El arte cinematográfico" del Sr. Bordwell. O como bien me comentaba Diego Salgado tras el pase, un Ed Wood con dinero embriagado de un arte (hasta "El contrataque del caballero oscuro", con todos sus defectos, era una obra rupturista) que no es su arte, aunque lo recubra de una estética monocroma. Viendo The Spirit uno se pregunta, primero, qué ha sido de ese artista capaz de volcar en la viñeta el expresionismo abstracto (o neoexpresionismo) de Basquiat o Schnabel; y segundo, que Robert Rodríguez sí sabe hacer cine, mejor o peor, pero sabe.
Y sí, hay mucho delirio en este The Spirit, tanto que podría considerarse puro cinema bis de la era digital, lo cual con un presupuesto cercano a los 50 milones de dólares debería hacernos reflexionar sobre los trasvases entre narrativa B y blockbusters contemporáneos. En definitiva, resumamos y pasemos de eufemismos: The Spirit es un bodrio considerable que hace que, si la posmodernidad es Port Aventura, la película de Miller sea la barraca de feria regentada por gitanos que hay en mi barrio, donde lo mejor es la inclinación parafílica de un superhéroe que desea follarse a su ciudad.
Saludos
PD: en Miradas hemos publicado un especial dedicado a la Colección FantaTerror de Suevia. Quien suscribe firma dos pequeñas reseñas: quien disfrutó con el texto dedicado a La séptima víctima tendrá en La torre de Londres un pequeño anexo que espero desarrollar en el futuro. El otro, La violencia del sexo, una pequeña paja que espero puedan disculparme.
Algo parecido le ha sucedido a Frank Miller con su adaptación de The Spirit. Como si no hubiera salido jamás del plató de Sin City, Miller pidió incluso a Zack Snyder que le pasara su (memorable) versión de 300 detrás del decorado verde, para así no "abrir otras puertas" que pudieran poner en jaque su visión del comic de Will Eisner. Miller entendió que sólo a través de las herramientas que le proporcionó Rodríguez podía concebir su particular acercamiento al "Citizen Kane de los comics" (jojojo), y le ha salido una película bastarda, un Sin City vigoréxico pero que tampoco supone un salto cualitativo con respecto a éste, sino más bien un clon que ya parece hasta pasado de moda. Basculando entre lo ridículo y lo épico, entre una dramaturgia heterodoxa (por sus constantes oscilaciones de humor) y el cartoon más disparatado (The Spirit es, una action movie elastizada sin solución de continuidad), Miller se asemeja a un anciano con demencia que se ha empeñado en hacer lo que ha querido, lo cual le honra pero no es excusa para que no le haya echado un vistazo a "El arte cinematográfico" del Sr. Bordwell. O como bien me comentaba Diego Salgado tras el pase, un Ed Wood con dinero embriagado de un arte (hasta "El contrataque del caballero oscuro", con todos sus defectos, era una obra rupturista) que no es su arte, aunque lo recubra de una estética monocroma. Viendo The Spirit uno se pregunta, primero, qué ha sido de ese artista capaz de volcar en la viñeta el expresionismo abstracto (o neoexpresionismo) de Basquiat o Schnabel; y segundo, que Robert Rodríguez sí sabe hacer cine, mejor o peor, pero sabe.
Y sí, hay mucho delirio en este The Spirit, tanto que podría considerarse puro cinema bis de la era digital, lo cual con un presupuesto cercano a los 50 milones de dólares debería hacernos reflexionar sobre los trasvases entre narrativa B y blockbusters contemporáneos. En definitiva, resumamos y pasemos de eufemismos: The Spirit es un bodrio considerable que hace que, si la posmodernidad es Port Aventura, la película de Miller sea la barraca de feria regentada por gitanos que hay en mi barrio, donde lo mejor es la inclinación parafílica de un superhéroe que desea follarse a su ciudad.
Saludos
PD: en Miradas hemos publicado un especial dedicado a la Colección FantaTerror de Suevia. Quien suscribe firma dos pequeñas reseñas: quien disfrutó con el texto dedicado a La séptima víctima tendrá en La torre de Londres un pequeño anexo que espero desarrollar en el futuro. El otro, La violencia del sexo, una pequeña paja que espero puedan disculparme.