1. The War Tapes (Deborah Scranton, 2006)Mientras que la ficción aún se adentra con cautela en los delicados territorios políticos y morales de la guerra de Irak, el documental asume esa peliaguda misión desde su compromiso inminente con la actualidad. Así, dentro de esta pequeña retrospectiva titulada "Michael Moore y coetáneos (II)", DocumentaMadrid 07 no podía dejar de lado un conflicto que ocupa una posición prioritaria no sólo en el ámbito norteamericano sino también –es evidente- a nivel internacional. Dada la abundancia de obras surgidas en un pequeño lapso temporal, se ha apostado por acercamientos tangenciales que muestren no sólo los sucesos de Irak, sino que perfilen los efectos colaterales de dicha ofensiva en la sociedad norteamericana, u otros acontecimientos adyacentes. Tales son los casos de Why We Fight (Eugene Jarecki, 2005) o Control Room (Jehane Noujaim, 2004). No obstante, The War Tapes supone una aproximación frontal a la guerra de Irak, al recoger el testimonio in situ de tres reclutas que equipados con cámaras de vídeo, fueron testigos directos de la contienda. Aquí descansa el principal atractivo de un documental que desvela, sin cortapisas políticas, sin intereses gubernamentales ni verdades “oficiales”, las condiciones a las que se enfrentan los soldados enviados a Oriente Próximo.
The War Tapes es un incómodo recorrido a lo largo de una campaña de lucha “invisible”, que refleja la paranoica situación de la milicia norteamericana ante un enemigo casi intangible, inferior en logística pero muy superior en cuanto a conocimiento del terreno. El trabajo no escatima en imágenes dolorosas -cuando la cámara de uno de los soldados se fija en el cadáver de un iraquí, con el rostro desencajado y macilento-, así como nos lega momentos ciertamente emotivos –el paseo por la “necrópolis” de vehículos de guerra, que trae a la memoria a los compañeros muertos en combate-, pero obvia por completo el subrayado político más allá de las conclusiones que pueda extraer el espectador de lo cruento de dicha guerra. Atención especial merece que la directora prolongue el metraje hasta el regreso de los combatientes, poniendo en evidencia una realidad todavía peor: la difícil reinserción de los mismos, no solo a nivel social, sino debido a la manifestación de diversos trastornos mentales y de comportamiento.
2. Los Angeles Plays Itself (Thom Andersen, 2003)Hay imágenes que se graban en nuestras retinas, imágenes que se elevan por encima de lo prosaico, de lo trivial, imágenes que incluso superan a esas otras imágenes que las preceden o las suceden. ¿Pero qué ocurre cuando esas imágenes ya codificadas, ya existentes, son reformuladas, reinterpretadas dentro de otra ficción y se integran nuevamente parte en nuestro subconsciente? No nos confundamos pues con los trabajos de “found-footage”, ya que como bien se deriva de su nombre, se trata de imágenes perdidas que alguna vez formaron parte de algo que nunca conoceremos. En cambio, aquello que nos presenta la fascinante Los Angeles Plays Itself se encontraría muy cerca de Historie(s) du Cinema, en tanto que son dos hipnóticos ejercicios de cine-ensayo donde ambos artistas toman imágenes, y en lugar de vaciarlas semánticamente, las rodean de otras, expandiéndolas todavía más. De ahí que cuando uno termina de ver este trabajo sea capaz de recordar con igual intensidad los fotogramas de The Glimmer Man, A quemarropa o de una “gay porn” de los años ’70, como un conjunto homogéneo capaz de edificar una nueva ficción.
Si Godard acude a la Historia del Cine, Andersen acude a la Historia de Los Ángeles, entendiendo a la Ciudad como elemento fundamental en el hecho cinematográfico, como motivo icónico cardinal para la representación del cine dentro de la memoria colectiva. Pero su objetivo es también ejecutar un irónico ajuste de cuentas hacia la Ciudad –en este caso, Los Ángeles- como ente mancillado por la ficción. Andersen desmitifica, mitifica, desmiente y aclara; y todo ello de la mano de un extensísimo mural de largometrajes, que es capaz de conjugar desde ¿Quién engañó a Roger Rabbit? hasta Perdición, pasando por los films de Charles Burnett o por una de las secuelas de El justiciero de la ciudad, consciente que no hay una ficción verdadera, sino que cada una encara la escenificación de la ciudad, de sus habitantes, desde otro ángulo de la realidad. Pero quizás lo mejor de esta absoluta obra maestra es que por encima de los cuantiosos diálogos, en su recuerdo predominan las imágenes. Y eso es algo de lo que Thom Andersen seguro que se sentiría orgulloso.
Saludos