Texto en MIRADAS DE CINE
En su reseña para la Guía del Ocio y a propósito de 300 (Zack Snyder, 2007), Roberto Piorno firmaba la siguiente frase: «Snyder busca reclutar a la platea adolescente con un lenguaje afín a sus filias multimedia, incrustando monstruos y criaturas feroces en la faena magníficamente vendible en miniaturas de merchandising» . De esta sentencia pueden extraerse toda una serie de fobias y acartonadas disquisiciones que ponen de manifiesto el gradual, y posiblemente irreversible, proceso de degradación de la crítica cinematográfica. En primer lugar, supongo que el susodicho crítico no pretenderá afirmar que aquellos que disfruten/disfrutamos de 300 seamos unos adolescentes —término entendido con un sesgo particularmente peyorativo—, o si es así, quien suscribe estas líneas no debe haber madurado mucho porque ha caminado durante casi 120 minutos con Leónidas y sus 300 espartanos a la cruenta batalla frente al ejército persa. En segundo lugar, nos enfrentamos una vez más a la enésima mueca de disgusto en contra del “videojuego”, que al igual que el “videoclip” en su tiempo, parece convertirse en el culpable de los males actuales del cine. Se hace evidente que existen demasiadas mentes obtusas incapaces de vislumbrar un futuro de mestizaje multimedia —algo que por cierto adelanta un visionario David Lynch en Inland Empire (2006). Y es que parece que muchos no se han enterado todavía que el cine no es un arte disecado ni dispuesto para su autopsia, sino un ente vivo y cambiante, que no sólo se nutre de la literatura, la pintura o el teatro, sino también de todo tipo de manifestaciones audiovisuales, aunque éstas puedan ser tan poco distinguidas como el “videojuego”. ¿Hasta cuando tendremos que aguantar las constantes descalificaciones que se vierten sobre este formato? ¿Cuándo aquellos que hemos crecido en su regazo emprenderemos una enconada defensa –y esta vez sí, “resistencia”- contra aquellos que lo critican posiblemente sin conocerlo? Y por último, habría que preguntarle a Frank Miller si esa peculiar propensión a la deformidad y las taras físicas responden a un simple afán mercantilista. A lo mejor resulta que el crítico tiene razón en sus afirmaciones.
Largometrajes como 300 ejemplifican la persistencia de un estado comatoso, de un profundo raquitismo argumental, que unido a una endeble capacidad analítica, no solo distorsionan el noble ejercicio de la crítica —oficio que entendido como género literario supone creación y reflexión; del mismo modo que el artista parte del mundo para concebir una obra de arte, el crítico parte de esa obra para crear a su vez otro mundo— sino que terminan por embrutecer a un lector cuyo alimento cultural se reduce al acatamiento de unas tesis “opinativas” que carecen de todo valor. Sin entrar a considerar todo el daño que la crítica gacetillera y periodística ha hecho a este oficio —espacio reducido al SÍ y al NO, a una guía de consulta a modo de “fast food” que el reformado urbanita consume de forma atropellada para evitar el cine comercial y abrazar el cinema d’auteur, y que en ocasiones ni se entiende, rebosada de estructuras adjetivales y de palabrejas que buscan disimular su nula voluntad de razonamiento—, la crítica de cine parece reducirse de manera creciente a un total subjetivismo que incluso niega cualquier valor, por mínimo que éste sea, de una obra de arte en detrimento de los gustos del personaje de turno. Así pues, el lector, engullido por tal torbellino de mentecatez termina por consentir aquellas reseñas que mejor conecten también con sus gustos, aunque estén privadas de un acerado estilo interpretativo de la obra en cuestión. Este hecho, claramente trasladable al mundo del cinematógrafo —aceptamos mejor las obras que comulguen con nuestro estilo de pensamiento, pese a que puedan ser tibias o carentes de virtudes artísticas, mientras que condenamos a aquellas que atacan o ponen en cuestionamiento nuestros principios éticos, morales— solo puede engendrar un universo ensimismado, agresivo, individualista y poco tolerante, en definitiva, un universo maniqueo, curiosamente plasmado por un largometraje como 300.
De este modo, el gran porcentaje de textos que pueden leerse sobre 300 se restringen a la exaltación o vilipendio de sus (no) logros, a si es una película épica o no lo es, a si es “como un videjuego” o no lo es, a si emociona o no emociona, como si la emoción fuera algo cuantificable o medible, y que recuerda a la peor versión de esos escritos sobre “cine sensorial” que apelan a la conexión emocional con el espectador para que la película funcione (¡¡puaj!!). Y no hablemos de las odiosas comparativas con los peplums de Pietro Francisci, Vittorio Cottafavi, o Riccardo Freda, como si fuera imposible disfrutar al mismo tiempo del Ulises (Ulisse. 1955) de Mario Camerini o del Ercole al centro della terra (1961) de Mario Bava, como de 300, resucitando fantasmas que deberían estar ya enterrados [1]. Siempre nos quedará la duda de saber si quienes afirman lo anterior habrían aplaudido toda esta cosecha genérica en su momento, o si esto no deja de ser un entrañable ejercicio de pose.
Pero, ¿por qué 300 es como es? ¿Qué puede aportar el lenguaje digital a este tratado sobre la valentía y el heroísmo? La virtud de 300 descansa en que pretende acariciar lo glorioso mediante una puesta en escena que adopta el paroxismo, la hipérbole. De este modo, la pomposa escenificación digital es capaz de edificar un universo legendario que mitifique unos valores, una esencia del Ser que va más allá de la Historia, de la simple representación de unos hechos pasados. El barroquismo formal del film, su exagerada artificiosidad nos introduce deliberadamente en una epopeya irreal, arcaizante, carente de amarras con la reconstrucción fidedigna de una batalla histórica, y por tanto sin ningún interés por perfilar una confrontación realista. 300 no quiere narrar, desea ilustrar, trascender, epatar. El largometraje de Zack Snyder acomete el ejercicio de la Épica [2] a través de una sublimación de todas sus constantes: la narración en off, a modo de poema homérico, contada por un superviviente de la feroz contienda; la firme predisposición de sus personajes, sin dudas, sin temores, dispuestos a entregar su vida por su empresa; la enaltecida caracterización de Leonidas —un inconmensurable Gerard Butler—, cuya presencia física, sentido del deber y bravo aliento guerrero rememora a héroes de la talla de Hércules o Maciste, pero con la sabia condición del mejor estratega; el terreno de combate, que a diferencia del largometraje de Maté, es en esta ocasión apenas un opresivo y angosto desfiladero; los grandilocuentes diálogos, que vaciados de todo realismo, reclaman la trascendencia del sacrificio… En 300, por tanto, el hombre no existe como tal, su figura se encuentra difuminada en un entorno ilusorio que lo transforma en un ideal abstracto, donde se exalta —guste o no; se busque o no— la familia, las relaciones paterno-filiales —que hermosa es la correspondencia entre ese padre que se siente orgulloso de ver a su hijo a su lado, combatiendo escudo con escudo—, el honor, la camaradería, el militarismo o la abnegación. Detrás de su naturaleza de somera adaptación de una novela gráfica, de divertimento intrascendente, de film apolítico, 300 es un tajante panegírico, un rotundo apólogo ideológico, pero encarado con arrojo y convencimiento, sin remilgos ni medias tintas.
(Leonidas en las Termópilas; Jacques-Louis David, 1814)
Al igual que Apocalypto (Mel Gibson, 2006), 300 ya ha sufrido el estigma de ser considerada una película simple, chata y maniquea. Pero no deja de ser curioso que ambas se erijan como portavoces de una sociedad contemporánea que sufre de un notable maniqueísmo, fracturada entre buenos y malos, terroristas y no terroristas, nacionalistas y no nacionalistas, entre el sentirse español o no (!!!!). Es más, calificamos a estos trabajos de planos cognitivamente hablando, cuando el ser humano, en su cotidiano conductismo, tiende a simplificar su vida y sus relaciones mediante estos términos, como bien expone el famoso sesgo de atribución; es decir, cuando nosotros cometemos un error lo atribuimos a la situación, a causas externas, pero si lo comete el prójimo lo imputamos a su personalidad. 300 sí es un largometraje maniqueo, pero no pretende ser otra cosa. Expone su dualidad desde el principio: los cuerpos apolíneos de los espartanos frente al perfil dionisiaco de los persas; la sosegada monogamia de unos frente a las orgías de lujuria y desenfreno de los otros; la ortodoxia religiosa del espartano en contraste con el paganismo de los persas; o la oposición entre un testosterónico Leonidas y un afeminado Jerjes. 300 no trata de vendernos un mundo ambiguo, con aristas, lo suyo es exponer un enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Y del mismo modo que la obra maestra de Mel Gibson, 300 deja de ser simple en el momento que pretende radiografiar a un ser humano enfrentado a una situación extrema, que pone en peligro la existencia de un hombre y la de los suyos. En ambas películas se obliga al civilizado espectador, apaciblemente sentado en su segura butaca de cine, a experimentar una regresión a un estado primitivo, a confrontarse con su yo más primario cuando se cuestiona su seguridad, su hogar, su familia. En este momento 300 no solo no es una película simple, sino de un humanismo cuyos valores parecen ser vetados/reprimidos por el urbanita contemporáneo.
Domenico Paolella, malogrado artesano, prestigioso realizador dentro del cine de aventuras italiano, afirmaba que «(…) Los films mitológicos atraen a las masas en épocas de escasa evolución o en períodos de clara involución» [3] . A la vista pues de la repercusión que está trayendo consigo la recuperación actual del peplum y del kolossal, sería oportuno preguntarnos qué sostienen títulos como 300, o si lo que nos narran es tan intrascendente como podrían aparentar. Quizás porque detrás de su vacuidad, de su falta de alma, se enmascaran afirmaciones que en este mundo tan crispado que compartimos, tememos afrontar.
[1]Lo mismo ocurre con la comparativa con El león de Esparta (The 300 Spartans. 1962), dirigida por Rudolph Maté, cuyo acercamiento a la Batalla de las Termópilas es (afortunadamente) equidistante de la versión Snyder/Miller, pese a que compartan puntos en común.
[2]Otra cosa es que a uno no le parezca épica por la razón que sea. Lo importante no es esto, sino explicar el porqué de esta recepción.
[3]Extraído de El peplum italiano; Más rápido, más alto y más fuerte; por Antonio José Navarro. Revista Dirigido por…nº354; Marzo 2006; pág. 40.
Saludos
Largometrajes como 300 ejemplifican la persistencia de un estado comatoso, de un profundo raquitismo argumental, que unido a una endeble capacidad analítica, no solo distorsionan el noble ejercicio de la crítica —oficio que entendido como género literario supone creación y reflexión; del mismo modo que el artista parte del mundo para concebir una obra de arte, el crítico parte de esa obra para crear a su vez otro mundo— sino que terminan por embrutecer a un lector cuyo alimento cultural se reduce al acatamiento de unas tesis “opinativas” que carecen de todo valor. Sin entrar a considerar todo el daño que la crítica gacetillera y periodística ha hecho a este oficio —espacio reducido al SÍ y al NO, a una guía de consulta a modo de “fast food” que el reformado urbanita consume de forma atropellada para evitar el cine comercial y abrazar el cinema d’auteur, y que en ocasiones ni se entiende, rebosada de estructuras adjetivales y de palabrejas que buscan disimular su nula voluntad de razonamiento—, la crítica de cine parece reducirse de manera creciente a un total subjetivismo que incluso niega cualquier valor, por mínimo que éste sea, de una obra de arte en detrimento de los gustos del personaje de turno. Así pues, el lector, engullido por tal torbellino de mentecatez termina por consentir aquellas reseñas que mejor conecten también con sus gustos, aunque estén privadas de un acerado estilo interpretativo de la obra en cuestión. Este hecho, claramente trasladable al mundo del cinematógrafo —aceptamos mejor las obras que comulguen con nuestro estilo de pensamiento, pese a que puedan ser tibias o carentes de virtudes artísticas, mientras que condenamos a aquellas que atacan o ponen en cuestionamiento nuestros principios éticos, morales— solo puede engendrar un universo ensimismado, agresivo, individualista y poco tolerante, en definitiva, un universo maniqueo, curiosamente plasmado por un largometraje como 300.
De este modo, el gran porcentaje de textos que pueden leerse sobre 300 se restringen a la exaltación o vilipendio de sus (no) logros, a si es una película épica o no lo es, a si es “como un videjuego” o no lo es, a si emociona o no emociona, como si la emoción fuera algo cuantificable o medible, y que recuerda a la peor versión de esos escritos sobre “cine sensorial” que apelan a la conexión emocional con el espectador para que la película funcione (¡¡puaj!!). Y no hablemos de las odiosas comparativas con los peplums de Pietro Francisci, Vittorio Cottafavi, o Riccardo Freda, como si fuera imposible disfrutar al mismo tiempo del Ulises (Ulisse. 1955) de Mario Camerini o del Ercole al centro della terra (1961) de Mario Bava, como de 300, resucitando fantasmas que deberían estar ya enterrados [1]. Siempre nos quedará la duda de saber si quienes afirman lo anterior habrían aplaudido toda esta cosecha genérica en su momento, o si esto no deja de ser un entrañable ejercicio de pose.
Pero, ¿por qué 300 es como es? ¿Qué puede aportar el lenguaje digital a este tratado sobre la valentía y el heroísmo? La virtud de 300 descansa en que pretende acariciar lo glorioso mediante una puesta en escena que adopta el paroxismo, la hipérbole. De este modo, la pomposa escenificación digital es capaz de edificar un universo legendario que mitifique unos valores, una esencia del Ser que va más allá de la Historia, de la simple representación de unos hechos pasados. El barroquismo formal del film, su exagerada artificiosidad nos introduce deliberadamente en una epopeya irreal, arcaizante, carente de amarras con la reconstrucción fidedigna de una batalla histórica, y por tanto sin ningún interés por perfilar una confrontación realista. 300 no quiere narrar, desea ilustrar, trascender, epatar. El largometraje de Zack Snyder acomete el ejercicio de la Épica [2] a través de una sublimación de todas sus constantes: la narración en off, a modo de poema homérico, contada por un superviviente de la feroz contienda; la firme predisposición de sus personajes, sin dudas, sin temores, dispuestos a entregar su vida por su empresa; la enaltecida caracterización de Leonidas —un inconmensurable Gerard Butler—, cuya presencia física, sentido del deber y bravo aliento guerrero rememora a héroes de la talla de Hércules o Maciste, pero con la sabia condición del mejor estratega; el terreno de combate, que a diferencia del largometraje de Maté, es en esta ocasión apenas un opresivo y angosto desfiladero; los grandilocuentes diálogos, que vaciados de todo realismo, reclaman la trascendencia del sacrificio… En 300, por tanto, el hombre no existe como tal, su figura se encuentra difuminada en un entorno ilusorio que lo transforma en un ideal abstracto, donde se exalta —guste o no; se busque o no— la familia, las relaciones paterno-filiales —que hermosa es la correspondencia entre ese padre que se siente orgulloso de ver a su hijo a su lado, combatiendo escudo con escudo—, el honor, la camaradería, el militarismo o la abnegación. Detrás de su naturaleza de somera adaptación de una novela gráfica, de divertimento intrascendente, de film apolítico, 300 es un tajante panegírico, un rotundo apólogo ideológico, pero encarado con arrojo y convencimiento, sin remilgos ni medias tintas.
(Leonidas en las Termópilas; Jacques-Louis David, 1814)
Al igual que Apocalypto (Mel Gibson, 2006), 300 ya ha sufrido el estigma de ser considerada una película simple, chata y maniquea. Pero no deja de ser curioso que ambas se erijan como portavoces de una sociedad contemporánea que sufre de un notable maniqueísmo, fracturada entre buenos y malos, terroristas y no terroristas, nacionalistas y no nacionalistas, entre el sentirse español o no (!!!!). Es más, calificamos a estos trabajos de planos cognitivamente hablando, cuando el ser humano, en su cotidiano conductismo, tiende a simplificar su vida y sus relaciones mediante estos términos, como bien expone el famoso sesgo de atribución; es decir, cuando nosotros cometemos un error lo atribuimos a la situación, a causas externas, pero si lo comete el prójimo lo imputamos a su personalidad. 300 sí es un largometraje maniqueo, pero no pretende ser otra cosa. Expone su dualidad desde el principio: los cuerpos apolíneos de los espartanos frente al perfil dionisiaco de los persas; la sosegada monogamia de unos frente a las orgías de lujuria y desenfreno de los otros; la ortodoxia religiosa del espartano en contraste con el paganismo de los persas; o la oposición entre un testosterónico Leonidas y un afeminado Jerjes. 300 no trata de vendernos un mundo ambiguo, con aristas, lo suyo es exponer un enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Y del mismo modo que la obra maestra de Mel Gibson, 300 deja de ser simple en el momento que pretende radiografiar a un ser humano enfrentado a una situación extrema, que pone en peligro la existencia de un hombre y la de los suyos. En ambas películas se obliga al civilizado espectador, apaciblemente sentado en su segura butaca de cine, a experimentar una regresión a un estado primitivo, a confrontarse con su yo más primario cuando se cuestiona su seguridad, su hogar, su familia. En este momento 300 no solo no es una película simple, sino de un humanismo cuyos valores parecen ser vetados/reprimidos por el urbanita contemporáneo.
Domenico Paolella, malogrado artesano, prestigioso realizador dentro del cine de aventuras italiano, afirmaba que «(…) Los films mitológicos atraen a las masas en épocas de escasa evolución o en períodos de clara involución» [3] . A la vista pues de la repercusión que está trayendo consigo la recuperación actual del peplum y del kolossal, sería oportuno preguntarnos qué sostienen títulos como 300, o si lo que nos narran es tan intrascendente como podrían aparentar. Quizás porque detrás de su vacuidad, de su falta de alma, se enmascaran afirmaciones que en este mundo tan crispado que compartimos, tememos afrontar.
[1]Lo mismo ocurre con la comparativa con El león de Esparta (The 300 Spartans. 1962), dirigida por Rudolph Maté, cuyo acercamiento a la Batalla de las Termópilas es (afortunadamente) equidistante de la versión Snyder/Miller, pese a que compartan puntos en común.
[2]Otra cosa es que a uno no le parezca épica por la razón que sea. Lo importante no es esto, sino explicar el porqué de esta recepción.
[3]Extraído de El peplum italiano; Más rápido, más alto y más fuerte; por Antonio José Navarro. Revista Dirigido por…nº354; Marzo 2006; pág. 40.
Saludos
13 comentarios:
Como a mí no me pagan por escribir sobre las películas ni estoy obligado a razonar mis opiniones, diré simplemente que me parece una mierda y que, aún diría más, su mera existencia me cabrea.
Bueno, a mi tampoco me pagan por escribir sobre las películas, y no por ello desatiendo el razonar sobre las mismas, que me parece un ejercicio muy sano e inteligente, aparte de productivo y enriquecedor. No creo que una cosa lleve a la otra ni que ambas tengan la más mínima relación.
Por lo demás, Kesher, no deja de ser curioso que asumas una posición muy parecida a la que toma una película que según dices, te parece una mierda y te cabrea...jejeje.
Saludos
Bueno, Roberto, ya sabes lo que opino porque supongo que habrás leído lo que escribí en mi blog. Allí argumenté, a mi modo y con toda la subjetividad que se quiera, los motivos por los que no me gustó nada.
Tengo que decir que buena parte de tu texto me ha recordado a lo que Ángel Sala hace tantas veces, y no es otra cosa que poner en tela de juicio a las críticas y los críticos que con él no coinciden, hablando de que están desfasados, sufren cerrazón de mente o ignoran de lo que hablan. Atacar a los demás para, en parte, defender una postura propia nunca me ha ha parecido un camino muy válido, puesto que veo cierta sobradez ahí. Luego hablas de la película en sí, pero antes ya te has puesto, de alguna forma, en un escalón superior.
A mí me encanta "Apocalypto" y detesto "300". La de Gibson me hace "sentir", me remueve por dentro, me hace vivir una aventura primaria, mientras que "300" me produce una indiferencia brutal, me agota, me deja de interesar desde muy pronto. La diferencia, creo yo, es abismal, por no decir que Gibson, para mí, supera en mucho a Snyder como director.
PD: Tómate este comentario como una observación de buen rollete, que ya sabes que por escrito a veces uno se lleva impresiones equivocadas.
Mira Max, no puedo evitar que quien lea este texto pueda o no sentirse aludido a las afirmaciones que él contiene. Tampoco voy a estar abriendo paréntesis o notas al pie para evitar que alguien se sienta como parte de esa multitud a la que va enviada esta misiva. Tampoco es mi intención ir de "sobrado" (¿?) porque hoy por hoy mis conocimientos son bastantes limitados como para afirmarlo. Déjame un par de años y lo mismo me considero un "sobrado" en la materia...jejejeje. Actualmente soy un psicólogo en paro que escribe sobre cine sin ver un duro por ello (por ahora, cuando cobre, si es que lo hago algún día, estaré encantado y lo diré), y cuyas invectivas, mal que le pese, no van a cambiar nada, así que su única función es la necesidad de escribir sobre cine.
Sin embargo, permíteme decirte que has malinterpretado completamente la primera parte de este texto, porque en ningún momento pongo en tela de juicio a aquellos que están en disonancia conmigo con respecto a la recepción de "300" (2º párrafo, parte final), ya que si esto fuera así caería en el mismo error que critico. Solo pongo en evidencia a un tipo de crítica que "mata" a la crítica, o al menos a la crítica tal y como yo la entiendo. Y esto atañe tanto a los que le gustó la película como a los que no le gustó (por cierto, la crítica del Sr. Sala para Imágenes me pareció tan execrable como la de Roberto Piorno, pero es curioso que me compares con él...al menos es en esta parcela y no en la analítica porque sino mal íbamos...jejeje), porque considero igual de objetable el decir "300 es una obra maestra" a decir "300 es una mierda". Ambas afirmaciones no son más que juicios de valor situados a ambos extremos de la misma línea; y ambas se caracterizan por una profunda nulidad analítica. Es una mera sentencia subjetiva, que la puede decir Jonathan Rosenbaum o mi abuela.
Patiendo de la obviedad que la crítica (como el arte) es una actividad subjetiva (sino fuera así, no sería arte, sino otra cosa), bajo mi manera de ver esto, sí existen cualidades objetivas que deben tenerse en cuenta. Repito: esto es mi manera de ver el mundo, única e intransferible, y por tanto no busco que la compartas. Intento que esta visión (siempre cambiante) impregne a mis textos, dejando libertad para el lector para que los lea o no, y para que esté de acuerdo o no. Intento que cuando alguien lea un texto mío, saque algo de provecho y le haga reflexionar, aunque esté de acuerdo o no con lo que escribo. De hecho, esto lo que hago yo cuando leo a la gente que me interesa, se llame K.Brohn, Hilario J. Rodríguez, Nostalghia o Carlos Losilla.
Pero si hay algo en lo que confío es en la REFLEXIÓN, y eso es algo que cada vez veo menos. Lo que sí veo es mucho "yoísmo", y mucho "me gusta, no me gusta", "me emociona, no me emociona". A mí no me interesa que te emocione o que no te emocione, me interesa saber por qué te emociona o por qué no te emociona. Quiero saber por qué "Apocalypto" te parece una aventura primaria y "300" te produce indiferencia, pero me importa un camino (con perdón) que te interese o no la película.
A todo esto, y cambiando de materia, estoy cansado de leer que "300" es mala porque parece un "videojuego", sin que nadie me explique por qué...o por qué cuando se dice que una película tiene un estilo de "videojuego" automáticamente es una mala película; mientras que nadie reflexiona por qué ciertas películas absorben elementos del "videojuego", qué es capaz éste de aportarles, o cómo les benefician o lastran.
También uno se cansa de que porque "300" está rodada con tecnología digital, tiene que ser una película hecha "sin ganas" o con menos interés o deseo que los "peplums" de los años 60, cuando muchas de las películas que estos realizadores rodaron en su época casi les eran impuestas por contrato. Hay que recordar que Snyder decide adaptar "300", pero Terence Fisher declaró una vez que se sentía prisionero de su éxito y que siempre había soñado con rodar una historia de amor que nunca pudo hacer (al menos no abiertamente)...¿por qué?...por obligaciones contractuales. Lo que pasa es que lo que hacía, lo hacía muy bien, mientras que Mick Garris, por mucho que le encante Stephen King, nunca rodará una obra maestra.
O no sé, quizás Ray Harryhausen causaba cierta pesadez entre algunos puristas porque era un "coñazo" con sus "figuritas" para los efectos especiales, del mismo modo que Bazin fruncía el ceño ante el montaje de Eisenstein porque creía que el montaje debía cumplir otra función.
Es a esto a lo que me refiero, a esta "cerrazón", a esta "estrechez de miras". Si tales afirmaciones suenan como si quien las dijera fuera de "sobrado", poco puedo hacer para evitarlo. Pues eso..jeje, que parece que nos crispamos pero no es así.
Saludos
PD. Gibson también me parece mejor director que Snyder.
Y por cierto, el texto lo escribí hace más de una semana, lo que pasa es que estaba aguantando a que lo subieran a Miradas. Al final me adelanté....y lo digo para que nadie se piense que disparo en otras direcciones.
Saludos
Hombre, perdona si te ha molestado la comparación con Sala (algo excesivo por mi parte, vale), pero es que notaba un tufillo que me ha recordado a ese señor que acostumbra a criticar a la crítica. Será que he malinterpretado el sentido de tus palabras. Ha quedado claro entonces.
Si lees la reseña de mi blog verás que, más mal que bien, he tratado de justificar mi decepción con razones (KesheR también lo ha hecho en los comentarios). No se trata de lanzar sensaciones al vuelo y no decir más. Digo lo que, para mí, supone esta película sin pretensiones de redactar un análisis exhaustivo y sesudo, entre otras cosas porque a) quizás no podría porque no sé y b) no me merece la pena invertir un tiempo desmenuzando una película que no me gusta nada.
Tampoco es cuestión de repetir lo mismo que he escrito allí en estos comments, porque esto se puede hacer eterno, pero creo que dejo clara mi opinión. Sobre lo de "Apocalypto" y "300", Roberto, creo que juegan en ligas diferentes y que galaxias las separan. Mientras que la de Gibson me parece una bestia parda en todos los sentidos, la de Snyder me resulta un artificio inofensivo y desmesurado de lo más aburrido.
La estética videojueguil ni me molesta ni me deja de molestar "per se". Aunque no es santo de mi devoción, ya que aquí me resulta de lo más falsa, creo que el mayor problema de la película es, sobre todo, su guión.
No nos vamos a crispar por esta peliculita, hombre. Aunque pueda parecer lo contrario, todo está dicho desde el buen rollete y el respeto, que conste.
Bien vistas, es obvio que Apocalypto y 300 no tienen nada que ver, mas alla de lo que explicas muy bien en tus ultimas lineas. Y es que ese mismo instinto primitivo, esa brutalidad que puede aflorar en cualquier ser humano al ver en peligro a sus seres queridos, donde se unen peliculas como Apocalypto y 300. Ahora bien, es normal que a una persona le pueda encantar una y odiar la otra, puesto que la de Gibson es un retraro hiper realista, totalmente humano, casi se puede palpar la dureza de sus imagenes, mientras que 300 es un compendio de (magnificas) imagenes de impacto del campo digital. Todo es conscientemente mas falso, pero aun asi funciona perfectamente, ya que no es nada mas lejos de sus pretensiones: un comic del genero fantastico (por mucho que este apoyado sobre base historica real) hecho pelicula.
Ahora, tambien es cierto que 300 es de esas peliculas que, al tener tanto boom social, terminan por crear prejuicios en algunos espectadores, y son mas odiadas de lo que deberian por los mismos que, me atrevo a decir incluso, de no ser tal dicho boom social, incluso estarian a favor de la propuesta.
en primer lugar, si, señor, la crítica puede y debe ser un ejercicio de libre interpretación, una continuación de calidad impresiva sobre el objeto de análisis...más o menos, algo así como lo que en un foro de debate se realiza, no cómo esa sintaxis categórica impresa en el medio oficial y que tiende a creerse a sí misma.
En segundo lugar, si, parece que nuestros actuales crecimientos de "civilizaciones" que en realidad puede que sólo lo sean de culturas o mercados y su consecuente respuesta en inestabilidades socio-políticas a lo largo del globo, parecen tener respuesta en esa demanda de odiseas bélicas e historias épicas, no sólo por la propia historia, pues la película más zafia del main sistem americano tiene esa prosodia épica, que parece que recoge las andanzas de un hombre en un escorzado plano contrapicado, donde el héroe proagón se bate contra su destino.
En cuanto a que estamos ante una brecha estilística, fomentada en gran parte por el desarrollo de medios digitales, más cercana a un nuevo neo-expresionismo, no hay motivo de alarma, pues cómo corriente estética, coexiste con otras tan encomiables y mas comedidas en el uso del artificio y la espectacularidad...nada nuevo, vamos...y en cuanto al filme, en sí, psss...quizá si eché en falta un "talante en Leónidas, porque aún siendo de tan dura casta espartana, rey de reyes, de pueblo de guerreros domadores de caballos, qué se yo..quizá se eche en falta un carácter más anguloso, menos plano, pues no se enfrenta a sí mismo ni jamás conoció duda, no muestra una transformación a lo largo de la historia, más que para alcanzar la catarsis sangrienta por medio de la batalla y honor, y sí...eso está bien, pero no hace sombra a los grandes héroes griegos ,que son tan contemporáneos a esta realidad como nosotros mismos y además están descritos de manera cojonuda...así, esto es transmitible a la lieterariedad del texto: Frank Miller dibuja cómo Dios, pero no es nadie ante Homero,Esquilo, Sófocles, Eurípides,Séneca y tantos otros maestros de la Épica literaria, en los albores de la creación y civilización... pues sus héroes son cómo Leónidas en las Thermópilas, nada diferente, sólo que éste último ( supongo en parte guión Frank Miller, en parte dirección Snaider) me parece un tipo vulgar, ordinario, sin reacciones confrontada o elevadas...y dicho mi único comentario crítico al respecto, que más puedo decir...La Peli es una corrida, un gustazo estético, el placer de ver un cómic de Miller en pantalla, lejos esta vez de las calles de ciudad pecado, próximo al abismo donde se deciden los destinos de los hombres...un gustazo (plásticamente) que al fín y al cabo, es lo que pretendía el cómic, que si no...hubiera sido otra cosa, eh?
Bueno, quizá es inevitable sentirse adolescente al ver esta película. A mi me pareció el entretenimiento perfecto -además de la escena cómica del año-
Saludos!
Interesante trabajo, la verdad que debe ser una de las notas más interesantes y completas que vi sobre el film. Saludos
¿No hubiese sido mejor desligar la reflexión sobre el "arte" de la crítica del caso concreto de esta película por mucho que ciertas voces altisonantes se prestaran mucho a ello? Es que a mí no me produce las sensaciones que comenta Max algún comentario más arriba, sino la idea de que a los que esta película les parece una maravilla (no es mi caso) tienen que justificar su forma de ver las cosas en general antes de poder entrar a hablar de algo, en este caso 300. Se ve que es terriblemente sencillo echar por tierra algo sin apenas justificarse y, en este caso, has de ser tú el que tenga que razonar algo que otras personas sencillamente prefieren pensar que es una memez y ea, ahí se queda la cosa y no me digas nada que mis oidos están tapados por mis prejuicios...
Por mi parte, 300 no me entusiasma ni me aberra, pero sí que hay elementos que me fascinan y otros que me cuesta entender que hayan salido adelante en la película porque están a años luz de terminar de funcionar y acaban por castrar la hipotética fuerza épica de lo que se nos está contando. Por mi parte, no sé si el artículo con el que "despaché" la película incurrirá en algún error notable de raíz (simplemente he intentado ser justo obviando las voces que elevan a la película al nivel de hito o los que la dejan al nivel de cualquier vomito fílmico de chuck norris), pero del tuyo no me ha gustado esa sensación de que te has visto forzado a autoreivindicar tu criterio por culpa de otros comentarios maliciosos hacia la película. No sé, quizá no iban por ahí los tiros, pero creí conveniente comentarlo.
Un saludete!
Jejeje, no hombre Max, lo de Sala me ha hecho gracia, te lo digo en serio. Y bueno, es obvio que en muchas ocasiones el espacio obliga y no siempre uno puede/tiene ganas de soltar una parrafada. Por lo demás, yo también creo que Gibson, no solo tiene más talento que Snyder, sino que tiene las ideas mucho más claras de lo que para él significa el oficio de cineasta, y qué cosas puede transmitir con él. Y nada de crispación por Dios, bastante tenemos con como están las cosas hoy en día, pero vamos, no entiendo por qué te has tomado tan a pecho el texto.
Amigo Freddy, no voy a reescribir mi primera intervención en estos comentarios, porque creo que lo dejé bastante claro más arriba. No quiero desligar la reflexión sobre la crítica con la película, porque una me llevó a la otra, así de simple. Y no, fácil es decir que la película es buena o mala sin más, eso sí que es fácil. Si no se quiere justificar una opinión, pues perfecto: a mí no me parece correcto, sobre todo a según que niveles.
Pero vamos, que no reivindico mi criterio (no tengo necesidad de hacerlo) sino manifiesto unas sensaciones...¿que aparenta ser lo primero? ¿que parece "altanero", "sobrado" o lo que sea? pues mira, no puedo evitar que así parezca. Total, a 300 la han calificado com fascista cuando dudo que Snyder tuviera esa intención. Uno crea "algo", y ese "algo" ya está libre de las influencias de su creador.
A todo esto, repetir que la película no me parece ni un hito ni una obra maestra, por si no ha quedado claro...y lo digo sin justificarme ni apaciguar mi opinión.
Saludos
SI es que a mi en ningun momento me da la sensacion de ir de sobrado ni nada por el estilo, más bien me apena la sensación de que ante ciertas voces esa reflexión que hagas sea necesaria. Y sobre lo de calificar una película como algo que no era buscado, ese es el más grave error de eso que se defiende de la polisemia de las películas y los límites de las decodificaciones aberrantes, algo que nunca me ha terminado de convencer...
En fin, un saludillo
Publicar un comentario