A propósito de las adaptaciones de la obra de Edgar Allan Poe perpetradas por la Universal durante los años 30, José María Latorre escribía que “Poe no es adaptado, sino entendido en su dimensión obsesiva, alucinada y alucinante”. No le falta razón al experto al comprobar cómo dichas adaptaciones tomaban (a priori) a Poe como una excusa prestigiosa, erudita, o si se prefiere simplemente mercantil para dar forma a ficciones ajenas a los intereses argumentales primigenios del escritor de Boston. Solo Doble asesinato en la Calle Morgue (Robert Florey, 1931) se permitió el lujo de no perder de vista el relato detectivesco original, respetando algunos segmentos de su desarrollo. Por el contrario, tanto el título que nos ocupa como El cuervo (Louis Friedlander, 1935) toman como referencia dos motivos fundamentales de la obra de Poe para narrarnos historias bien distintas. No obstante, sin llegar al delirio del film de Friedlander –con la consabida dificultad de adaptar el memorable pero escueto poema-, Satanás (Edgar G. Ulmer, 1934) (1) acepta el reto y dialoga en el fondo con Poe, superando la imagen icónica del gato negro (2) y entendiendo la esencia, la sustancia de una parte (siempre una parte) de la densa obra literaria del norteamericano.
Nada como la sensibilidad artística de un autor germánico para entender la sensibilidad de un escritor, que si bien nacido en los Estados Unidos, tiene más de europeo dada su influencia creativa –desde ETA Hoffman a Goethe, de John Milton a William Goodwin- y un estilo expresivo derivado del romanticismo del XVIII, pasado por el tamiz de la novela gótica británica. Desde la imagen bella y al mismo tiempo mortuoria de la joven norteamericana, que ataviada con un sudario despierta la libido del dúo protagonista –la dupla Lugosi-Karloff-, en una referencia no solo a Lady Madeline Usher sino a las mujeres suplantadoras de Ligeia, Morella o Berenice; hasta el abominable sótano, que esconde conservada en formol el cuerpo de una hermosa mujer, de lo que se deduce una aberrante pulsión necrofílica -¿cómo la esposa de El gato negro?-. Satanás podría ser, entonces, una relectura post-expresionista del memorable relato La Caída de la Casa Usher, retratando su motivo fundamental: la casa como entidad viva, construida a la imagen y semejanza de un creador que ya está muerto, pero que a diferencia del cuento de Poe no es una construcción ya decadente, porque Ulmer sabe aglutinar el imaginario de Poe con un tema tan germánico como el Unheimlich, es decir la apariencia pulcra, uniforme, que va desvelando poco a poco un horror inimaginable en su interior. Satanás, como un buen relato de Poe, posee aparentemente esa geometría inflexible, un sentido estético muy estilizado, pero en el fondo se trata de un relato quebrado, emocionalmente hebefrénico, donde se conjugan los sentimientos torcidos y las conductas desviadas hasta alcanzar un desenlace catártico de sacrificio y muerte.
Nada como la sensibilidad artística de un autor germánico para entender la sensibilidad de un escritor, que si bien nacido en los Estados Unidos, tiene más de europeo dada su influencia creativa –desde ETA Hoffman a Goethe, de John Milton a William Goodwin- y un estilo expresivo derivado del romanticismo del XVIII, pasado por el tamiz de la novela gótica británica. Desde la imagen bella y al mismo tiempo mortuoria de la joven norteamericana, que ataviada con un sudario despierta la libido del dúo protagonista –la dupla Lugosi-Karloff-, en una referencia no solo a Lady Madeline Usher sino a las mujeres suplantadoras de Ligeia, Morella o Berenice; hasta el abominable sótano, que esconde conservada en formol el cuerpo de una hermosa mujer, de lo que se deduce una aberrante pulsión necrofílica -¿cómo la esposa de El gato negro?-. Satanás podría ser, entonces, una relectura post-expresionista del memorable relato La Caída de la Casa Usher, retratando su motivo fundamental: la casa como entidad viva, construida a la imagen y semejanza de un creador que ya está muerto, pero que a diferencia del cuento de Poe no es una construcción ya decadente, porque Ulmer sabe aglutinar el imaginario de Poe con un tema tan germánico como el Unheimlich, es decir la apariencia pulcra, uniforme, que va desvelando poco a poco un horror inimaginable en su interior. Satanás, como un buen relato de Poe, posee aparentemente esa geometría inflexible, un sentido estético muy estilizado, pero en el fondo se trata de un relato quebrado, emocionalmente hebefrénico, donde se conjugan los sentimientos torcidos y las conductas desviadas hasta alcanzar un desenlace catártico de sacrificio y muerte.
Pero constreñir el film de Ulmer a los dictados del material de Poe sería minimizar las múltiples virtudes de esta obra inagotable. De hecho, Carlos Losilla apuntaba una hipótesis sociológica para interpretar el largometraje. En sus propias palabras: “el comentario explícito de que el terror es una creación del propio hombre –la guerra y sus consecuencias- dinamita todas las convenciones anteriores (…) que convierte al filme en el más revolucionario y subversivo de su época: los “monstruos” hunden sus raíces en una de las más sangrientas actividades humanas, la guerra, que a su vez sirve de lóbrega premonición de los tiempos que se avecinan”. Empero, nos atrevemos ir un poco más allá de lo registrado por Losilla señalando que en el fondo Ulmer podría estar narrándonos en clara alegoría la ascensión al poder del nazismo en la Alemania posterior a la I Guerra Mundial, como deja entrever el detalle de esa casa erigida sobre los restos de una batalla. ¿Qué son esos restos, sino una contundente metáfora de la aterradora situación del país tras la contienda? Incluso más, ¿podría tratarse Satanás de un film profético, donde el cementerio no represente las pérdidas humanas de la guerra sino las futuras víctimas del Holocausto?
Conviene recordar que el estilo artístico preferido por el Tercer Reich estaba más cerca del art decó que del art nouveau, por su abundancia de líneas rectas, por una rígida geometría espacial que derivaba en una pseudoestructura jerárquica afín a los intereses de los mandos totalitarios. Así pues, la mansión construida por el personaje al que da vida Boris Karloff ostenta esa apariencia fría, pura, tremendamente íntegra, una fachada incorrupta que no es sino una mascarada de lo abyecto, de sótanos laberínticos donde se celebran pavorosos rituales esotéricos. Como en la Alemania nazi, en Satanás se evidencia la imposibilidad de esconder el horror, de cómo lo externo siempre cede ante la putrefacción de sus cimientos. Y entre las infamias del pasado y los “monstruos” del presente, se encuentra la figura de ese joven norteamericano, que comparte con el protagonista de El Tercer Hombre (Carol Reed, 1948) algo más que su vocación de escritor de segunda. Ulmer representa sin tapujos la indolencia así como la ignorancia de una nación joven incapaz de asimilar las complejas circunstancias de la Vieja Europa.
Más de treinta años después Boris Karloff –ya en el ocaso de su carrera- rodaría una película que, al igual que Satanás, pretendía desmitificar el género apelando a que los monstruos de la imaginación terminan desvaneciéndose ante los horrores de la realidad. Su título era El héroe anda suelto (Peter Bogdanovich, 1968).
(1) Os dejo un esbozo del argumento: Una pareja en viaje de luna de miel, viaja en tren por las tierras de Budapest con destino a Wiesegrad. Debido a un error de la ferroviaria, deben de aceptar hospedar en su vagón privado a un insólito huésped. Tras su llegada a la estación, los tres montan en un coche con destino al hotel pero sufren un accidente. Con la joven herida, el huésped –un médico ex-combatiente de una guerra- los guía hasta la casa a la que acude de visita. Allí los esperará un antiguo amigo del doctor, otra extraña persona cuyos vínculos con el invitado esconden un abominable secreto.
(2) Presente en la película casi a modo de concesión: uno de los protagonistas –el médico interpretado por Bela Lugosi- manifiesta una terrible fobia hacia la figura animal del gato negro.
Saludos
Conviene recordar que el estilo artístico preferido por el Tercer Reich estaba más cerca del art decó que del art nouveau, por su abundancia de líneas rectas, por una rígida geometría espacial que derivaba en una pseudoestructura jerárquica afín a los intereses de los mandos totalitarios. Así pues, la mansión construida por el personaje al que da vida Boris Karloff ostenta esa apariencia fría, pura, tremendamente íntegra, una fachada incorrupta que no es sino una mascarada de lo abyecto, de sótanos laberínticos donde se celebran pavorosos rituales esotéricos. Como en la Alemania nazi, en Satanás se evidencia la imposibilidad de esconder el horror, de cómo lo externo siempre cede ante la putrefacción de sus cimientos. Y entre las infamias del pasado y los “monstruos” del presente, se encuentra la figura de ese joven norteamericano, que comparte con el protagonista de El Tercer Hombre (Carol Reed, 1948) algo más que su vocación de escritor de segunda. Ulmer representa sin tapujos la indolencia así como la ignorancia de una nación joven incapaz de asimilar las complejas circunstancias de la Vieja Europa.
Más de treinta años después Boris Karloff –ya en el ocaso de su carrera- rodaría una película que, al igual que Satanás, pretendía desmitificar el género apelando a que los monstruos de la imaginación terminan desvaneciéndose ante los horrores de la realidad. Su título era El héroe anda suelto (Peter Bogdanovich, 1968).
(1) Os dejo un esbozo del argumento: Una pareja en viaje de luna de miel, viaja en tren por las tierras de Budapest con destino a Wiesegrad. Debido a un error de la ferroviaria, deben de aceptar hospedar en su vagón privado a un insólito huésped. Tras su llegada a la estación, los tres montan en un coche con destino al hotel pero sufren un accidente. Con la joven herida, el huésped –un médico ex-combatiente de una guerra- los guía hasta la casa a la que acude de visita. Allí los esperará un antiguo amigo del doctor, otra extraña persona cuyos vínculos con el invitado esconden un abominable secreto.
(2) Presente en la película casi a modo de concesión: uno de los protagonistas –el médico interpretado por Bela Lugosi- manifiesta una terrible fobia hacia la figura animal del gato negro.
Saludos
4 comentarios:
Sigue así, Roberto, a este paso te vas a convertir en la alternativa buena a "Dirigido" (la alternativa mala sería la propia "Dirigido", como no empiecen a cepillarse a algunos cachorros que ya conocemos y que no acostumbran a opinar en este blog tuyo).
Creo que el propio Ulmer se sonrojaría, abrumado, al leer un comentario tan juicioso y atinado sobre esta pequeña (y nada pretenciosa) obra. Bueno, eso, y al leer la palabra "hebefrénico" relacionándola con la misma...
Gran texto, camarada.
Gracias compañeros por vuestros siempre (exagerados) comentarios....jeje
Saludos
Hola, aquí dejo mi comment en el que no creo exagerar:
Gracias por tu despliegue para mantener tu R-O-S-E-B-U-D siendo para los que hemos llegado aquí, un referente de aprendizaje. Leyendo tu blog, que es uno de esos hallazgos que últimamente me precio de hallar, he disfrutado cimentando mi confianza en el cine, en sus realizadores, principalmente en los que se arriesgan experimentando, mostrando nuevas posibilidades cinematográficas. Tu análisis sobre Sin city por ejemplo me parece algo que si yo fuera crítica de cine, me hubiera gustado escribir.
Tus análisis sobre películas en la serie retro me resultan emblemáticos y denotan que tu dedicación a comprender y compartir esta comprensión del cine es vasta. Lo agradezco y como alguien que se considera desde ahora asidua visitante de
R-O-S-E-B-U-D te pido reanudes tus posteos que en realidad son muchoi más que posteos, son efectivamente
críticas de cine muy disfrutables, lo reitero. Y que al mismo tiempo cumplen con ese precioso objetivo del crítico por excelencia: enseñar, suscitar el debate, confluir opiniones.
Señalo finalmente un punto que valoro como destacable: cuando seleccionaste entre tus mejores 15 películas de décadas pasadas, a Alphaville, de Godard.
Lo que me resulta interesante es tu capacidad aglutinadora. Por mi parte yo pondero films de Godar y por otra aprecio al cine asiático. Oldboy es uno de mis films predilectos. Todo lo que no sé si estarás de acuerdo en llamar eclecticismo (¿o cómo se denominaría?) me resulta apasionante y aleccionador.
Mediante este blog, ya estoy buscando a Shymalan y espero ver lo más pronto posible El incidente u otro film suyo.
Inmenso salute Roberto A. O.
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