domingo, agosto 27, 2006

[Inciso Deportivo] Mundobasket 2006: Reflexiones




El MundoBasket 2006 que se está celebrando actualmente en Japón ha ido reuniendo progresivamente todas las papeletas para convertirse en un mundial único, irrepetible, y curiosamente premonitorio. En primer lugar habría que destacar la cobertura televisiva que nos ha brindado la Sexta, cadena que parece haberse volcado en la compra de grandes acontecimientos deportivos, a los que podría unirse perfectamente la adquisición de los derechos de la ACB. Gracias a la Sexta, los aficionados a este extraordinario deporte -que somos muchos-, tras años y años de ninguneo masivo por parte de las cadenas públicas, hemos podido disfrutar (y disfrutamos) de la práctica totalidad de los encuentros de la primera fase, con especial atención a los disputados por España y los Estados Unidos, pero siempre atentos a otras selecciones de primer nivel como Argentina o Grecia. En segundo lugar, y ya centrándonos más en lo deportivo, este Mundobasket está suponiendo la definitiva muestra de la llegada de la globalización al baloncesto mundial, un hecho cuya característica más fehaciente no se sitúa precisamente en el eje del campeonato sino en la constatación del cuantioso número de jugadores extranjeros que ingresan anualmente en la NBA. Desde el año 2001 donde Pau Gasol fue elegido en el número 3, pasando por el 2002 (Yao Ming), 2003 (Darko Milicic), 2005 (Andrew Bogut) o 2006 (Andrea Bargnani) -por citar elecciones muy altas en la lotería-, la liga norteamericana se ha ido surtiendo de talentos foráneos que no solo han elevado el nivel cualitativo de la competición sino que ha promovido el desarrollo de este deporte en los lugares más insospechados. Hoy por hoy no es raro comprobar como cada selección cuenta en su plantilla con uno o varios profesionales que han pasado por algún conjunto de la mejor liga del mundo, un aspecto que fomenta la competitividad global pero que también ha tenido como efecto colateral la pérdida del respeto hacia el siempre temible "Dream Team USA", lejos de aquellos años donde los norteamericanos parecían astros inalcanzables. Por último, destacar las magníficas sensaciones que transmite la selección española y que será analizada a continuación. Así pues, ya conocidos los emparejamientos de cuartos de final -los ocho mejores equipos-, es hora de repasar los detalles que hacen de este mundial un gran atractivo.


LA "FURIA" ESPAÑOLA: todos los expertos parecen estar de acuerdo en una cosa; éste debe ser el Mundial de España. Una generación ya consolidada de grandes talentos, un conjunto joven pero curtido en diversas citas internacionales así como en el cumplimiento de retos con sus respectivos clubes, y un grupo asequible para avanzar sin problemas al menos hasta las semifinales. Conviene señalar otro aspecto fundamental: el técnico. Pepu Hernández ha logrado dar con un sistema de juego propicio para sacar el máximo rendimiento de todos sus jugadores. Por ello sería injusto afirmar que los éxitos actuales puedan deberse a que el ex-técnico de Estudiantes se ha encontrado con la mejor generación de la historia del baloncesto patrio, lo cual no deja de ser verdad, pero a dicha sentencia habría que aplicarle ciertos matices. Para empezar, Pepu ha logrado crear una consistente química colectiva mediante un trabajo de mentalización individual pero dirigido a un fin: el éxito grupal, algo a lo que puede ayudar el hecho de que España no cuente con un líder claro en la cancha. Sí, Pau Gasol es un jugador de otra galaxia, un prodigio de 2'15 que se mueve por la pista con la lucidez del mejor base, pero no ha sido, no es, ni será nunca un líder. Ésto, que puede parecer un contratiempo supone toda una ventaja: del mismo modo que Manu Ginobili con Argentina, Gasol no representa el termómetro de una selección -como sí lo es Dirk Nowitzki en Alemania o Yao Mig en China- que funciona mejor si su buque insignia está "enchufado" al partido, pero que cuenta con la suficiente autonomía como para no depender de su estrella NBA. Curiosamente un detalle que debe asignarse más a la personalidad de Pau que al trabajo de Pepu, que no obstante ha sabido entender las necesidades de cada integrante para lograr que todos aporten, conformándose por tanto uno de los equipos más peligrosos del torneo.

España, dirigida con cabeza por José Manuel Calderón y aún sin contar con el mejor Navarro, tiene en el ataque su mejor baza: practican un juego fluido y práctico, con alternancias de juego interior y exterior, si bien este último se ve potenciado por la actuación de sus pívots, en particular Garbajosa, cuya fiable muñeca no esconde su profunda dermatitis cuando se acerca a la zona. Los temores con respecto a la poca fiabilidad defensiva han desaparecido tras comprobar su prestancia en los partidos ante Serbia o Alemania, donde precisamente sus dos titulares menos dispuestos a defender marcaron con solvencia a sus rivales -me estoy refieriendo a las defensas de Garbajosa y Navarro sobre Nowitzki y Rakocevic respectivamente-. Con todo, la selección cuenta con un punto débil importante, que es el rebote. Sin poder manejar a Felipe Reyes por una inoportuna lesión ni a un pívot tan duro y de tanta brega como Fran Vázquez, España solo cuenta con el apoyo de Jiménez para cerrar el rebote defensivo, ya que ni los hermanos Gasol ni Garbajosa son reboteadores: carecen del instinto y la colocación innata de áquellos. Empero, el combinado nacional se postula como favorito para el oro, y posiblemente sea esta una ocasión que no pueden dejar pasar.


LOS DE LAS BARRAS Y ESTRELLAS: un servidor no puede dejar de manifestar la simpatía que despierta en él el equipo norteamericano, debido en su mayor medida a un simple acto de rebeldía contra ese pensamiento único que desea la derrota del combinado USA, un sentimiento que va más allá de lo meramente deportivo y que se enraíza en rivalidades sociopolíticas de ningún interés para el basket. Esta generalizada animadversión provoca además una cierta ceguera analítica y muchas dudas acerca del estilo de juego y de las capacidades de sus jugadores, una opinión, por supuesto, abyecta; y manifestada en particular por ese pretendido lumbreras que es el Sr. Juanma López Iturriaga, apóstol del oportunismo y del triunfalismo patrio, cuyas escasas dotes para la lectura táctica de los partidos no puede disimularse por su sentido del humor nada gracioso. Sr. Iturriaga, si el equipo norteamericano recibe tantos puntos no se debe a su escasa capacidad defensiva, mas simplemente hay que acudir a las estadísticas para refutar este hecho: EEUU es el colectivo que más posesiones juega (de largo) en un encuentro, lo cual concede evidentemente más oportunidades (y por tanto tiros) al conjunto rival, tan sencillo como eso. Los porcentajes están ahí para comprobarlo.

Bien es cierto que los norteamericanos siguen practicando un juego bastante anárquico -y notablemente individualista-, muy rápido, en ocasiones demasiado precipitado, impidiendo que la defensa contraria se monte, lo cual podría entenderse por la presencia en el cuerpo técnico de Mike D'Antoni, actual técnico de los Phoenix Suns, cuyo veloz estilo de juego mantiene no pocos paralelismos con el de la selección. Pero hay un detalle aún más importante, y es la confianza del comité seleccionador en la nueva generación; de hecho, hay cuatro jugadores procedentes del mismo draft (Wade, James, Anthony, Bosh). A diferencia de la pasada Olimpiada, donde los Carmelo y Lebron acudían como testigos de sus mayores, es ahora cuando la responsabilidad ha recaído en sus jóvenes espaldas. Con la excepción de un par de veteranos como Brad Miller y Antawn Jamison, el resto del combinado no alcanza la treintena de edad. Es un grupo unido, motivado aunque no totalmente mentalizado, porque al fin y al cabo el interés de ellos descansa en su competición nacional. Sin embargo, el conjunto es heterogéneo y han sabido mezclar con inteligencia necesidades complementarias: el vertiginoso estilo de Chris Paul con la visión de juego de Kirk Hinrich, el desparpajo de Lebron James junto a ese currante que es Shane Battier, las penetraciones de Dwayne Wade con el tiro exterior de Joe Johnson, la potencia física de Dwight Howard con el fino estilismo de Chris Bosh, la dureza interior de Brad Miller frente a la versatilidad de Antawn Jamison, todo ello fortalecido desde el banquillo por la buena dirección de un técnico experimentado como Mike Krzyzewski. Por primera vez en muchos años, la selección USA presenta a su plantel más equilibrado, y por tanto, imprevisible y peligroso.


NO SIN MI ESTRELLA: la atracción mediática que suscita el equipo norteamericano ha impedido el análisis con detenimiento de otras selecciones cuyo lamentable juego colectivo parece pasar inadvertido ante los ojos de los expertos. Es el caso de conjuntos como Alemania, Francia o China, cuya débil estructura grupal se debe al liderazgo egocéntrico de sus estrellas. No obstante, no debe achacarse este hecho a las propias cabezas visibles sino también a la abulia deportiva del resto del plantel, así como a las frágiles y temerosas decisiones de sus entrenadores. El caso de Francia es paradigmático: la desgraciada lesión del base Tony Parker ha lastrado el rendimiento de sus compañeros, convirtiendo la baja de un jugador más en la sentencia de muerte de toda una plantilla. Basta con ver a Boris Diaw marcando jugadas para advertir la nula capacidad de reacción ante la pérdida de su estrella. Con ello, Francia ha logrado colarse en los cuartos de final, agradecidos por el inesperado y lamentable partido de Angola en octavos.

Todavía más cruento es el caso de Alemania. Dirk Nowitzki ejerce una labor casi dictatorial hacia sus compañeros, los cuales acatan sus tiránicas órdenes y resisten sus continuas broncas y recriminaciones. No es algo que pueda discutirse, Alemania es un monopolio deportivo, una banda de jugadores capitaneados por una superestrella que actúa como tal, y no puede entenderse otra manera de jugar que no sea ésta, ya que sin Nowitzki en la pista, posiblemente los germanos no estarían en este Mundial, así de fácil. Por último, podríamos conceder a China el margen de la duda...al fin y al cabo, ¿desde cuando juegan ellos a este deporte? China es un país en expansión en todos los sentidos, con gente todavía en formación, y Yao Ming es su actual referente. El pívot de los Houston Rockets lidera a un puñado de jóvenes que deberán afilar sus espadas para las Olimpiadas de Pekín.


LOS TIPOS DUROS: ver un partido de Grecia es un suplicio. Su tacañería atacante, su aspereza defensiva, su odiosa lentitud, la presión asfixiante hacia sus rivales y hacia el trío arbitral son características que logran exasperar a más de un espectador. Pero funciona, ya que los actuales campeones de Europa tienen algo más, un plus psicológico que les hace saltar a la cancha con varios puntos de ventaja por encima del contrario, una dureza mental que ni se aprende ni se mejora, simplemente se posee. Esta fuerte mentalidad suple su acusada falta de talento técnico, pero es suficiente tanto para estar metidos siempre en el encuentro como para gestionar diferencias muy cortas en el marcador. No por casualidad los helenos han ganado partidos imposibles: el ajustadísimo final ante Australia, la remontada frente a Turquía, o la victoria ante Brasil. Liderados por Papaloukas desde el exterior y por Papadopoulos en el interior de la zona, los griegos se lo pondrán muy difícil a los norteamericanos en las semifinales, siempre que el oráculo no falle (sic).

Precisamente Turquía se encuentra dentro de esta curiosa clasificación. Es otro conjunto sólido, luchador y que además cuenta con un par de estiletes ofensivos que no fallan: el jugador del Tau Serkan Ergodan y el escolta veterano pero todavía fiable, Ibrahim Kutluay. Aún sin contar con sus jugadores NBA, los turcos han sorprendido con un juego efectivo, que bascula entre su tendencia al tiro de tres y el buen trabajo de sus hombres interiores. Por otra parte, también podríamos nombrar a la ya eliminada Italia. Los transalpinos realizaron una gran primera fase, pero su incapacidad ofensiva les privó de derrotar a Lituania en el cruce de octavos. El imberbe Belinelli deberá mejorar todavía para conducir a este correoso equipo a cotas mayores.


VINIERON DEL ESTE....DE EUROPA: acostumbrados como estábamos nosotros, seguidores incondicionales del baloncesto, a la hegemonía de los países del Este en estas competiciones, nos ha deparado más de una sorpresa observar como sus conjuntos se encuentran actualmente en un momentáneo proceso de transición, en un estado de stand by tan fuerte que ni su imponente leyenda ha reavivado sus aspiraciones. Tanto Serbia y Montenegro -próximamente Serbia a secas- como Eslovenia han demostrado ser planteles muy débiles mentalmente, equipos deslavazados, mal construidos y peor entrenados, pandillas sobradas de calidad pero también de egos y pulsiones individuales.

Serbia se ha convertido en un cajón de sastre, una plantilla que aún se resiente de odios y recelos nacionales, de heridas sociales todavía sangrantes. La misiva enviada por su Federación a aquellos jugadores que se han negado a participar en el MundoBasket -Stojakovic, Radmanovic, Pavlovic...- no hace sino agravar el presente estado de inestabilidad y la incertidumbre de un futuro complicado. La situación de Eslovenia es menos sangrante pero también desalentadora, porque a pesar de haber reunido a nombres importantes como Nesterovic, Brezec, o Udrih, su dinámica de equipo se ha mostrado pobre, y es víctima de los impulsos de aquellos que no han destacado en la NBA: como ejemplo, ese triple en busca de la gloria de Nachbar en los segundos finales ante Turquía, con tiempo todavía para preparar una jugada más fiable. La fragilidad anímica que han demostrado ambas selecciones se hace extensible a Lituania, que también cuenta con un repatriado como Macijauskas con ansias de reivindicarse tras su penoso paso por la liga norteamericana. El vergonzoso minuto final jugado contra Italia vuelve a poner de manifiesto su incapacidad para cerrar los partidos, y sobre todo, la ausencia insustituible de Sarunas Jasikevicius en la dirección.


LAS SORPRESAS: Este MundoBasket también será recordado por la particular eclosión de los equipos africanos. Con la excepción de Senegal -encuadrada en un complicadísimo grupo-, tanto Angola como Nigeria han dado un paso adelante en sus aspiraciones deportivas. Empero, ambos conjuntos difieren en su modus operandi. Mientras Angola basa su juego en la rapidez de sus hombres exteriores y la movilidad de sus pivots, Nigeria destaca por su amplísima rotación interior, dotada de varios hombres que alcanzan los 2 metros y que poseen una envidiable presencia física. Los africanos han sorprendido también por la mejora de su tiro, pero siguen adoleciendo -al igual que las selecciones de fútbol- de cabezas pensantes que manejen correctamente el tempo del partido. Como siempre, la falta de experiencia y sobre todo, de ambición les han privado de alcanzar cotas mayores. Nigeria jugó un encuentro muy serio ante Alemania, guiada por el ala-pívot universitario Ekene Ibekwe, pero la precipitación final de su supuesta estrella, Ime Udoka (New York Knicks) -caso parecido al de Nachbar en el Turquía-Eslovenia- desbarató sus posibilidades de llevarse el partido. Quizás más incomprensible fue el caso de Angola, que tras pone en aprietos a España y forzar tres prórrogas ante Alemania con un estilo sobrio y sin complejos, firmó un desastroso partido frente a Francia, empañando mínimamente su excelente participación en este campeonato.

Además, y si bien es un país asiático, es obligatorio felicitar a Líbano, que tras vencer a Francia y a Venezuela en la fase de grupo quedó injustamente fuera de los octavos de final por una carambola.


LAS DECEPCIONES: América ha sido el continente que más ha decepcionado en este MundoBasket. Salvando las potentes Estados Unidos y Argentina, el resto de selecciones no han cumplido con las expectativas suscitadas con anterioridad. Puerto Rico, un fijo en este tipo de certámenes, se vió apeada de la fase final en favor de la débil China. Ni siquiera la labor anotadora de dos francotiradores como Carlos Arroyo y Larry Ayuso han logrado levantar a un plantel que parece deambular sin mucho margen para la renovación durante los próximos años. Por otra parte, Brasil mostraba ciertas credenciales para dar alguna que otra sorpresa. Sin llegar al nivel de tiempos pretéritos, el conjunto carioca presentaba a un grupo joven, abanderado por la tripleta Barbosa-Varejao-Splitter. Solamente el último ha rendido a un nivel estimable: el base de los Suns ha demostrado su valía como jugador de rotación más que como un hombre resolutivo, mientras que el alero de los Cavaliers se marcha dejándonos la triste imagen de su codazo al griego Zisis -le fracturó la mandíbula en tres partes-. Una sola victoria frente a Qatar solo puede entenderse como un gran fracaso.

Asimismo, Panamá cierra un desastroso concurso tras perder con la cenicienta del torneo, Japón. La falta de tiempo para la preparación así como la ardua adaptación al horario del país asiático no sirven como excusas para un combinado que cuenta con algunos jugadores de calidad, como Ed Cota, Douglas, o Garcés.


DESDE LAS ANTÍPODAS: Encomiable labor la de los dos equipos provenientes de Oceanía. Los neozelandeses comenzaron el Mundial de forma titubeante, pero lo asequible del Grupo B les permitió acceder a octavos. Los australianos, comandados por un pívot de la clase de Andrew Bogut y pese a ser barridos por el "Dream Team USA", han estado por encima de lo esperado, y solo su inconsistencia les ha vedado el acceso a una posición mejor. Ambas selecciones han despuntado gracias a su fortaleza colectiva, a su excepcional labor defensiva, y al reiterado uso del tiro de tres puntos. Sin grandes nombres ni excesivos alardes han alcanzado sus expectativas.

Y ahora nos preparamos para lo mejor: mañana comienzan los cuartos....

Saludos

domingo, agosto 13, 2006

[Literatura] "Cuentos fantásticos del XIX Vol II. Lo Fantástico Cotidiano" por Italo Calvino



“Cuentos fantásticos del XIX” es una doble antología donde Italo Calvino recoge, a su entender, las narraciones fantásticas más singulares y representativas de los autores más significativos de dicho período. En sus propias palabras, “el cuento fantástico es uno de los productos más característicos de la narrativa del siglo XIX y, para nosotros, uno de los más significativos, pues es el que más nos dice sobre la interioridad del individuo y de la simbología colectiva”. En esta ocasión, y a pesar de que existen cuentos en el primer volumen perfectamente intercambiables por los del segundo, nos decidimos por presentar aquel que, bajo el epígrafe “Lo fantástico cotidiano”, se acerca peligrosamente a la interiorización de lo sobrenatural, a las narraciones puramente subjetivas donde el terror o lo fantástico toma forma como consecuencia de las desviaciones psicológicas de sus protagonistas, de psiques escindidas que se pierden en abisales estancias mentales, de horrores procedentes de la represión, del tormento interior.

No es casualidad que Calvino abra dicha antología con El corazón delator (The Tale-Tell Heart, 1843), obra maestra literaria de Edgar Allan Poe, donde el norteamericano perfecciona sus brillantes monólogos criminales de asesinato y posterior indagación del complejo de culpa que ensayará en otros magníficos relatos como son El gato negro (The Black Cat, 1843) o El demonio de la perversidad (The Imp of the Perverse, 1845). Y es que habría que reconocer a Poe, no solo como ese genio de las atmósferas malsanas y de los actos siniestros y putrefactos, sino también como un probado psicólogo, dada su habilidad para penetrar en los abismos más insondables de la psicopatía -como demuestra la narración enteramente introspectiva de las alucinaciones que sufre un enajenado en El corazón delator– o para elaborar obras de una claridad expositiva en términos forenses que no tiene parangón en el género –y me estoy refiriendo por ejemplo a la exquisita El entierro prematuro (The Premature Burial, 1844), cuyo tratado acerca de la narcolepsia es de una lucidez abrumadora-.

El relato de Poe –que todo sea dicho, poco tiene de fantástico- resume toda una serie de cuentos cuyo punto en común es la intromisión de un elemento inexplicable en el devenir diario de sus personajes, pero cuyo origen primario es estrictamente mental. Sin embargo, más cerca del espíritu puramente subjetivo de Poe se encontraría Los amigos de los amigos (The Friends of the Friends, 1896), donde Henry James construye, en base a una prosa en ocasiones deslavazada, incoherente, la historia del progresivo desmoronamiento emocional de una joven aristócrata a causa de sus enrevesados delirios celotípicos, imbuido en una de esas sugerentes ghost stories tan del gusto del escritor nacido en Nueva York. Se adhieren a este modelo Los constructores de puentes (The Bridge Builders, 1898) de Rudyard Kipling, contextualizada (¡cómo no!) en la colonización de la India por parte de los británicos, donde la unión de un desgraciado accidente con los efectos residuales del consumo de opio culminan con sus protagonistas en una reunión de deidades locales, cuyo tono elegíaco revela un afán conciliador y pacifista entre pueblos y religiones; también Los agujeros de la máscara de Jean Lorrain, extraño relato de inequívocas tendencias filogays, y a la vez somero estudio de la confusión de la identidad; y por último, el memorable texto de Guy de Maupassant titulado La noche (La nuit, 1887), donde lo cotidiano se rebela mostrando todo su poder macabro, un minimalista cuento en el que se aprecia el terrible descenso a los infiernos que sufría su escritor, sumido en una crisis de esquizofrenia que le obligó a vivir sus últimos días hacinado en un manicomio: la oscuridad en la que se adentra su protagonista evoca el paulatino desapego de la realidad de su autor.

La presencia de lo misterioso se plasma en otra serie de historias encabezadas por la enigmática Un sueño (Son, 1876) de Iván Turguéniev, donde una pesadilla recurrente agita la conciencia de un joven fruto de una familia disfuncional: la pátina onírica eleva la elegancia de una narración cuya fluidez es achacable al incomparable estilo de los dramaturgos rusos. Por otra parte, en El guardavías (The Signal-man, 1866), Charles Dickens esboza un paisaje industrial deshumanizado –una estación de ferrocarril-, cuyos fantasmas surgen de la soledad, el desamparo y el aislamiento de quienes lo moran. Y es la inglesa Vernon Lee quien, en Amour Dure (1890), nos presenta cómo la enfermiza atracción de un joven intelectual polaco hacia una suerte de femme-fatale decimonónica ya fallecida deriva en una obsesión necrófila de fatales resultados.

Sin embargo, otro sector del libro se nutre de una serie de cuentos morales. Algunos como La sombra (1847) de Hans Christian Andersen o El diablo de la botella (The Bottle Imp, 1893) de Robert L. Stevenson confeccionan disparejas parábolas sobre la condición humana: el primero, un hosco relato sobre la pérdida de la sombra, cuya demoledora visión del hombre solo puede ser digerida gracias a su macabro sentido del humor; y el segundo, bastante más esperanzador, de reconocible estilo stevensoniano -conciso y directo-, donde el amor incondicional parece ser la única cura contra la codicia presentada bajo una botella que otorga cualquier deseo. Otras dos historias se decantan por abordar terrenos más explícitos, entre ellas destacar el gusto por lo truculento de Ambrose Bierce en Chickamauga (1891), alegoría acerca de la barbarie de la Guerra y de los horrores del militarismo. La otra, ¡Como para confundirse! (A s’y méprende!, 1883) de Auguste Villiers de I’sle-Adam, para mi gusto la menos interesante de toda la antología, una efectista (Italo Calvino dixit) fábula moral sobre la avaricia, cuyo único interés reside en una curiosa táctica literaria puesta en práctica por el autor.

Finalmente y como es habitual en las compilaciones, se olvidan en la estacada algunos textos cuya ambigüedad temática e inclasificable estilo limitan la posibilidad –y practicidad- de acotarlos en un listado. Por ejemplo Chertogón (1879), del ruso Nikolái Semiónovich Leskov, que narra las peripecias nocturnas de un estudiante junto a su opulento familiar, un relato rematadamente alucinado y febril que tiene mucho de odisea felliniana. También aborda terrenos pantanosos El país de los ciegos (The Country of the Blinds, 1899) del siempre genial H. G. Wells, que con inteligencia subvierte el “mito de la Caverna” de Platón en un cuento donde un explorador aterriza por puro azar en un pueblo cuyos habitantes son ciegos. Las dobleces morales evitan cualquier indicio de demagogia por parte del novelista, que perfila al personaje principal como un aprovechado que subestima a la comunidad debido a su discapacidad física, pero que también ataca los sectarismos de un grupo humano inmovilista e intolerante.

Saludos

martes, agosto 08, 2006

[Próximo Estreno] "La joven del agua", de M. Night Shyamalan: Las fábulas morales de un maestro



Para Manoj Nelliyattu Shyamalan, el fantástico nunca ha sido un fin en sí mismo. Al realizador hindú no le interesa simplemente contar una ghost story convencional, ni trasladar la iconografía del relato de superhéroes aprovechando una moda que se aprecia pasajera, o incluso recurrir a una invasión alienígena que se reduzca a la búsqueda del efectismo o al aprovechamiento de la tecnología CGI. En el fondo, el cine de Shyamalan tiende al debate moral, a la reflexión casi metafísica sobre los temores del hombre, sobre su situación con respecto al universo que le rodea. Por ello, su predilección por el acercamiento a los géneros populares –y malditos-, además de para abarcar al mayor número de espectadores y hacerlos partícipes de sus dudas existenciales, le sirve como una suerte de vasija fílmica, la cual moldea y redecora a su gusto, derribando sigilosamente las sólidas estructuras del clasicismo y encontrándose a sí mismo como un cineasta inexorablemente moderno, una modernidad que se configura mediante el particular uso de la epifanía, de la toma de conciencia de la realidad por parte de sus protagonistas, y no a través de sus supuestas violaciones del relato tradicional –sus famosos final-twists-, solo presente en El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999). Pero también Shyamalan es un cineasta moderno porque los conflictos que plantea, es decir aquellos que le conducen a realizar obras de arte, se encuentran enraizados en las preocupaciones (extra)ordinarias del ser humano contemporáneo, un hecho que vuelve a poner de manifiesto en La joven del agua (Lady in the water, 2006).

Para Shyamalan, el fantástico no surge como materialización física de los traumas o de las represiones psicológicas de los personajes, sino como herramienta de conexión, como elemento extraño pero poderosamente vívido que pone a prueba a los seres humanos, que les ayuda a revelar la verdad –su verdad-. De ahí que en el fondo, las películas de Shyamalan tratan sobre hijos que vuelven a comunicarse con sus madres, sobre padres de familia que logran reunificar a los suyos, sobre hombres que se redimen, donde el fantástico aterriza para volver a marcharse una vez que ha cumplido su función como impulsor y catalizador de los hechos –Señales (Signs, 2002), El bosque (The Village, 2004)-, o para quedarse estableciendo una fluida simbiosis con sus protagonistas –El sexto sentido, El protegido (Unbreakable, 2000)-. Por ello podríamos afirmar que Shyamalan no deja de ser un humanista (1) que no desdeña una concepción teológica de la existencia, ya que el realizador de origen hindú apuesta por las características humanas como medio para ser mejores, para perfeccionarnos, para abrazar lo Trascendente, lo que le sitúa en una postura intermedia, sin los radicalismos del antropocentrismo o del teocentrismo.


En su intento por plasmar la irrupción de lo extraordinario en un universo mundano, triste, donde sus pobladores vagan en un perpetuo conflicto de identidad tratando de encontrar la llama que vuelva a dotar de sentido a sus vidas, el firmante de Señales imbrica con incomparable talento lo cotidiano y lo fantástico, lo insulso y lo sublime, haciendo uso de un estilo neutro, frío, naturalista cuando se decanta por la cámara al hombro, pero a la vez etéreo, inaprensible, perfilando un ambiente cargado por la presencia subliminal de lo sobrenatural, que progresivamente se vuelve más palpable y visible. Visionar La joven del agua nos invita a recordar los misteriosos pasajes de cuentos como “El diablo de la botella” (1893) de Robert L. Stevenson (2), dada la facilidad de ambos artistas para establecer una comunión entre lo realista y lo insólito, donde todos sus personajes admiten con inusual naturalidad la presencia de lo desconocido porque saben que sin ello, su vida carece de fundamento (3). También su cine evoca las lúgubres texturas de los films fantásticos de Jacques Tourneur, no tanto por su poder de sugerencia visual –que también, aunque como hemos afirmado previamente, el cine de Shyamalan fluctúa de lo insinuado a lo mostrado -, sino por la atmósfera en suspensión que caracteriza a ambos directores. Todas estas constantes, así como su particular manera de entender el mundo se dan cita en esta bella fábula, mágica en su forma y rica en digresiones en su fondo, donde el maestro se refugia ahora en las convenciones del cuento infantil, en su narrativa reposada y estructurada, y sobre todo, en su moraleja final, eso sí, cuestionándolas como el demiurgo que es. Shyamalan ya no esquiva su condición de storyteller, de tenebroso cuentacuentos, algo que pareció ensayar en El bosque, y que ahora asume en su obra más elocuente, la que más dice sobre él y que termina mostrándose como una inesperada muestra de exorcismo personal, así como de mordaz y burlón ajuste de cuentas.

Los primeros minutos de La joven del agua explicitan sin complejos el terreno en el que se moverá el propio film, porque si de algo no podemos catalogar a M. Night Shyamalan es de falta de honestidad o de tramposo, aunque las piezas encajen al límite de lo coherente, como en El sexto sentido. Una emotiva introducción visualizada como una mezcla de dibujo infantil y pintura rupestre, embriagada por la seductora partitura del ya habitual James Newton Howard, nos introducen en ese universo fantasioso donde todo es posible, nos animan a adentrarnos en una leyenda mitológica, atávica, que cuenta como en una ocasión el mundo fue compartido por humanos y criaturas fabulosas, que el paso de los siglos consiguió segregar. Pero en un complejo de apartamentos de Philladelphia, aquel mundo que fue condenado a existir de manera alternativa, chocará con aquellos otros que lo obviaron.


El protagonista masculino de La joven del agua, Cleveland –Paul Giamatti-, difiere más bien poco del resto de protagonistas del espectro de Shyamalan: un hombre de mediana edad, de clase media, con pasado tormentoso y traumático, de gesto alicaído y apagado, que se refugia en una burbuja para renegar de su pasado y que posiblemente rumia sus problemas en pesadillas recurrentes. Su encuentro con lo extraordinario, personificado en la figura de una “narf” –Bryce Dallas Howard-, una suerte de ninfa que habita en la piscina del complejo de apartamentos donde vive, supone un incentivo, un reto, una oportunidad para replantearse una vida mediocre y desesperanzada, al igual que la invasión alienígena sirve para que el pastor Hess ponga en duda la pérdida de su fe. Alrededor de él, Shyamalan construye un pequeño cosmos en miniatura que le sirve como metáfora de la sociedad: una sociedad interracial, poblada por seres ensimismados en sus preocupaciones, individualistas, vacíos de fe, pero sobre todo, de ilusión. El advenimiento de Story –oportuno nombre con el que dota el director y guionista a la “narf”-, un ente profético de excesiva fragilidad, cuya existencia aciaga está marcada por la transmisión de un mensaje de importancia vital para la Humanidad, sacude las débiles estructuras de la comunidad, atónitos ante la existencia de “otro” mundo.

Shyamalan conduce la narración con delicadeza y pausa, a modo de fábula infantil, pero cuestionándola en todo momento, bien sea con juegos metalingüísticos –el espectador asiste a la narración de la misma historia dentro de ella-, o bien con el tratamiento de los personajes, ya que a diferencia de las convenciones que rigen a los cuentos infantiles, éstos no son una mera posición moral ante un conflicto, sino que tienen vida propia, son seres de carne y hueso, personas cotidianas al fin y al cabo. El cineasta norteamericano logra de esta manera articular un discurso que ya se advierte en sus films anteriores, pero enfatizado por la moraleja inherente del cuento: la creencia en un plan maestro que guía toda nuestra existencia, la inexistencia del azar, la oportunidad para la redención, la necesidad de encontrar nuestro propósito en la vida; divagaciones que se unen al carácter humanista de su creador –Shyamalan parece decirnos que todo tiene un sentido, que nuestros defectos, al igual que los de sus personajes, están encauzados a una Obra Mayor-, y que lo conectan con los principios del hinduismo, que manifiesta que el hombre imperfecto puede hallar una vía que lo conduzca al Absoluto, es decir, a Dios (4). Pero no por ello podemos tachar de moralista a Shyamalan, ya que al hacerlo también deberíamos catalogar como tal a Hans Christian Andersen, a Charles Perrault o a los Hermanos Grimm: la vasija de la fábula infantil le permite teorizar sin caer en la moralina o en el adoctrinamiento, y aquí radica la inteligencia de su propuesta.

Por si esto no fuera suficiente, y en un ejercicio de total autoconciencia, de incuestionable valentía para los tiempos mediocres que corren –y que ha conseguido que algunos disfracen su animadversión hacia él bajo críticas banales e injuriosas-, Shyamalan se reserva un papel fundamental dentro de la trama, que le sirve para reflexionar sobre su posición como artista, sobre su situación como cineasta incomprendido dentro de un aparato mercantil en el que posiblemente no tendrá cabida, dada la rabia y superioridad con la que expone sus teorías. El realizador de Los primeros amigos (Wide Awake, 1997) se une de esta manera a un exclusivo clubs de nombres que firman sus obras con una convicción aplastante, con una vehemencia y frenesí que renuncia a cualquier atisbo de pensamiento “políticamente correcto”, a directores del cariz de Mel Gibson y La pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004), Gaspar Noé e Irreversible (Irréversible, 2002), o Rob Zombie y Los renegados del diablo (The Devil’s Rejects, 2005). La joven del agua, a pesar de su aparente faceta de “película familiar”, comercial y veraniega, termina conformándose como un largometraje arriesgadísimo, ferozmente personal y radical a contrapronóstico. Habrá muchos –de hecho ya los hay- que lanzarán furibundas diatribas contra su último film, que criticarán el ego de su creador y se alegrarán de su fracaso económico (5). No debería extrañarnos, ya que como el propio Shyamalan expone en su nueva obra maestra, vivimos en unos tiempos donde la “realidad” –y atentos a la presencia de imágenes de la guerra de Irak en los televisores de la comunidad- parece haber mutilado nuestra capacidad para creer, de imaginar, de fabular, en definitiva, de sentir: un mensaje que por más que parezca obvio, no deja de ser siempre necesario.


(1) Tras finiquitar este texto recupero el dossier que Antonio José Navarro dedicó al realizador norteamericano para asistir, entre la satisfacción y la perplejidad, a unos comentarios donde afirma: “De entrada, diríamos que M. Night Shyamalan es un cineasta incómodo debido a que es, al mismo tiempo, un humanista”. Por tanto, es mi obligación el citarlo. Dirigido Por Nº 337, Septiembre 2004, Pág. 45.
(2) Relato que será recomendado próximamente dentro de una fabulosa antología de cuentos fantásticos.
(3) Curiosamente, las dos historias comparten su naturaleza de fábulas morales.
(4) Op. cit. 1 pág. 57.

(5)
De hecho, La joven del agua ya es un auténtico fiasco en la taquilla norteamericana, y en la página web www.rottentomatoes.com el porcentaje de críticas positivas no supera el 23% (!!!!!!)

Saludos

jueves, agosto 03, 2006

[Votaciones] Las mejores de los 60, por Miradas.net


Como cada año por estas fechas, la revista de cine Miradas se marca unas votaciones para elegir a las Mejores Películas de una década. Su recorrido cinematográfico les ha conducido desde los años '90 hasta los '60, esta última década de una gran fertilidad fílmica, a poco que se analicen muchos de los largometrajes producidos en ella. Como siempre, la premura a la hora de redactar la maldita lista -las cuales todos rechazamos pero al final caemos rendidos ante la tentación de elaborarlas- nos lleva a absurdas equivocaciones e inexplicables olvidos. Aquí expongo mi listado ¿definitivo?, encabezado por una obra maestra del cine fantástico que podeis apreciar en la imagen superior.

MIS 15 FAVORITAS

-La máscara del demonio (Mario Bava, 1960)
-El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962)
-Ojos sin rostro (Georges Franju, 1960)
-Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968)
-El sirviente (Joseph Losey, 1963)
-Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961)
-Persona (Ingmar Bergman, 1966)
-Los canallas duermen en paz (Akira Kurosawa, 1960)
-Las novias de Drácula (Terence Fisher, 1960)
-Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960)
-Grupo Salvaje (Sam Peckinpah, 1969)
-La Jeteé (Chris Marker, 1962)
-Una mujer en la arena (Hiroshi Teshigahara, 1964)
-El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962)
-Alphaville (JL Godard, 1965)

MIS 5 SOBREVALORADAS

-El guateque (Blake Edwards, 1968)
-Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966)
-Gertrud (Carl T. Dreyer, 1964)
-Días de vino y rosas (Blake Edwards, 1962)
-Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965)

Saludos