jueves, enero 21, 2010

La herencia Valdemar en CINE365



Aquí os dejo el ENLACE al texto sobre La herencia Valdemar para Cine365, una producción española de terror que pintaba no muy bien y resulta que no está mal. Hay que acogerla con mimos y ojos de género, eso sí.

Saludos

miércoles, enero 20, 2010

Yuki & Nina


Aquí os dejo un texto que debía haber correspondido a Diciembre, sobre esta joya de Nobuhiro Suwa e Hippolyte Girardot.


APRENDER A SENTIR

Puestos a buscar culpables, yo culpo al cine. Lo culpo por no asumir la responsabilidad de ser la más significativa herramienta pedagógica de nuestro siglo (y del siguiente), por no aprovechar todo su potencial didáctico, por haberse conformado con los estereotipos y los lugares comunes; culpo al cine porque siendo el producto vicario clave para tantas y nuevas generaciones, no las ha enseñado más que a fabricar sueños rotos y utopías imposibles.

El cine ha sido honesto porque le ha dado al espectador lo que éste ha requerido. Digamos que ha sustraído la vida de la ficción porque nadie está interesado en ella. Y sobre todo, ha ocultado esos fotogramas que realmente enseñan a vivir. No es este un tema baladí; hay generaciones que han crecido a través de heurísticos cinematográficos que han conseguido borrar situaciones cotidianas y sus inevitables consecuencias. Sojuzgado por sus creadores para convertirse en una máquina de evasión, el cine se ha olvidado de la vida y nos ha enseñado que hay experiencias que no ocurren en la realidad y que hay tramos vitales que se suceden en diez fotogramas al ritmo de Simon & Garfunkel. En definitiva, que algunas vivencias se han hecho tan lejanas que uno ya desconoce cómo experimentarlas.

Nobuhiro Suwa

Más allá de sus influencias culturales y cinematográficas, el cine del japonés Nobuhiro Suwa ha difuminado las fronteras y se ha encargado de explorar esas zonas vitales invisibles. Nos ha demostrado que la existencia tiene otro ritmo, que los sentimientos tienen un cauce distinto, y que la música nos acompaña en momentos puntuales pero no fagocita el dolor. El cine de Nobuhiro Suwa nos recuerda que la vida se vive en plano fijo —con un algún travelling, por si acaso—, que el montaje no nos hace desaparecer más que cuando le damos a la espalda a la persona que queremos, y que los efectos especiales son fruto de conexiones sinápticas que se activan cuando nos enamoramos.

Suwa no se ejercita en el hastío como Antonioni ni escarba en el dolor como Cassavetes, no aspira al azar cotidiano como Rohmer ni se empecina en el falso realismo de Guerín. Su cine hinca los dientes en la realidad para transportarla a lo bruto, para continuar allí donde otros la esquivan por evitar que el espectador desista en su mirada. Porque no hay escena más cruel en Yuki & Nina (2009) que aquella en la que los padres de Yuki discuten para abandonar la mesa y dejar a su hija sola en el encuadre, intrigada ante una interacción que no alcanza a comprender o inmutable ante un conflicto que ya ha normalizado. Porque MO/ther (1999) es la película que mejor desentraña los celos, la rabia, la envidia y demás sentimientos negativos que se agazapan tras una estructura familiar. Y porque Un couple parfait (2007) es el progresivo desmoronamiento de una pareja hasta llegar a aquello que jamás pensaron que podrían decirse. Nobuhiro Suwa es, por tanto, un artista empeñado en hacer visible aquello que no queremos ver. Como David Cronenberg, Jia Zhang-ke, Jan Svankmajer, Mel Gibson, Takashi Miike o Jean Eustache.

Yuki & Nina

En Yuki & Nina, Suwa persiste en su disección del microcosmos familiar, relatando los efectos colaterales que ciertos actos provocan en otros miembros de ésta. La perplejidad de los menores ante decisiones que no pueden concebir. La dificultad de los padres para hacer extensivo a sus hijos los motivos de una separación. La voluntad de la infancia por dar vida a lo que ya está podrido. Y la fantasía como espacio de resolución de conflictos y como travesía de superación personal. Para ello no tiene miedo en hurgar en las heridas cotidianas, evitando caer en los paradigmas ficcionales del dolor y en el sensacionalismo del tópico.

Porque cuando Suwa y Girardot dejan la cámara quieta, cuando mantienen el plano esperando que sus personajes den un paso más allá, enseñando aquello que el cine se ha empeñado en ocultar, es entonces cuando la vida se revela ante nosotros y su arte cobra una relevancia única. Es entonces cuando uno se olvida de la cámara, aparta el decoupage, relega a los actores, y simplemente aprende. Porque cada vez resulta más y más difícil encontrar una película que enseñe sin moralizar, que opine sin sentar cátedra, que muestre sin juzgar. En definitiva, agradezcamos la existencia de una película como Yuki & Nina porque se trata de una maravillosa obra para aprender a sentir.

Saludos

lunes, enero 11, 2010

Capitalismo: una historia de amor


Este mes, Michael Moore por partida doble:

1) Texto en CINE365

2) Texto en Miradas de Cine

UN CUENTO DE NAVIDAD

De todas las relecturas del famoso cuento de Dickens que cada año nos invaden, posiblemente sea una no estrenada como An American Carol (David Zucker, 2008) la más malévola e inteligente. En ella, su protagonista, un Michael Moore que pretende acabar con el 4 de Julio, es visitado por tres personalidades históricas norteamericanas –John F. Kennedy, el General Patton, y George Washington- para que tome conciencia de la importancia de las contiendas armadas y cómo a través de ellas se ha consolidado la democracia y el espíritu yanqui. La broma orquestada por Zucker, de una notable ambigüedad política, arremete contra el modelo izquierdoso al mismo tiempo que deja en evidencia –dado su carácter abiertamente paródico– a los colectivos más reaccionarios. Un film de una tremenda acritud que finaliza con un Michael Moore rodando en Monument Valley, como si quisiera emular a un John Ford a la hora de glorificar el denostado american way of life.

No sabemos si Michael Moore ha tomado nota del largometraje de Zucker, pero su último trabajo parece partir de una necesidad oliverstoniana de redimirse y congraciarse con su propia idiosincrasia patriótica. La coyuntura sociopolítica no puede ser más ideal: la aguda crisis económica dando la mano al advenimiento del mesías negro. El objetivo: el cuestionamiento del devenir económico desde la administración Reagan y su relación con el idealismo norteamericano. ¿El trasfondo? Carece de importancia. Supongo que a estas alturas de la película entrar en discusiones acerca de la intenciones de Moore es un tema baladí, porque una vez liberados del decrépito ejercicio de crítico de inferencia, solo queda un documental y el lugar que este ocupa en el mundo. Y en el caso de los trabajos de Moore, un lugar más que destacable.

Capitalismo social

Porque exigirle criterio o rigor a un personaje como Michael Moore, sería como pedírselo a las tertulias sobre política que entre noticia rosa y crónica negra trufan todo programa matutino que se precie. Tertulias donde participan supuestos expertos en lanzarse los trastos a la cabeza, donde el insulto suma share y el análisis queda invalido por los sms que indican quien mola más en la mesa. Algo parecido ocurre con los documentales de Moore, cuyo grado de histerismo es inversamente proporcional al de investigación. Desde que se convirtiera en paladín de la clase obrera y cruzado de las causas proletarias, el cine de Moore ya no puede aspirar a una compleja explicación de lo real. Su objetivo es enardecer conciencias colectivas, excitar a la masa, y tener suerte que alguien se anime a explorar lo que hay detrás y adquiera La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre (Ed. Paidós, 2007), escrito por Naomi Klein. Un cine que llega, hipótesis que desde otro prisma jamás adquirirían su necesaria cuota social, y es aquí donde radica su importancia y desde donde puede ser interpretado.

Capitalismo visual

Con Capitalismo: una historia de amor, Moore perfecciona su gramática visual. Si hablamos de Lisandro Alonso, Naomi Kawase, o Isaki Lacuesta como ejemplos de contaminación entre los lenguajes de la ficción y el documental, Michael Moore no debería quedarse atrás. Amparado en su visión populosa de la realidad, Moore utiliza con habilidad las herramientas que posee y dramatiza todo lo necesario para epatar. Abre su película con un paralelismo entre la Antigua Roma y los Estados Unidos para conectarlo con una tensa grabación amateur de una familia que va a ser desahuciada. Monta materiales de archivo como si se tratase de un albañil del found footage, ficcionaliza hasta límites caricaturescos diversos conflictos sociales, tergiversa datos y coreografía secuencias musicales que acompañen sus reflexiones. Moore barre las fronteras entre la realidad y la ficción, transmutándose en un Frank Capra del documental y divulgando un mensaje de esperanza, un New Deal actualizado que no por manipulado carece de emoción y de intensidad. Más que nunca, Moore busca en la ficción esos ingredientes que le permitan inyectar más dramaturgia a los testimonios reales que empapan sus películas, y así abordar un terreno de hiperrealidad que le conceda un mayor impacto.

Capitalismo familiar

Perdonen por el inciso personal, pero creo que viene a cuento. Hace unos días viajaba en un tren de cercanías cualquiera con destino al trabajo. A mí alrededor tomó asiento una familia: un pequeño prepúber de apenas ocho años de edad se colocó frente a un servidor equipado con una Nintendo DS. A su lado, su hermana adolescente conversaba con la madre de ambos. Pues bien, apenas transcurridos cinco minutos, el chaval entregó la consola a su madre mientras extrajo de un bolsillo otra consola portátil, en este caso la PSP. No terminó ni una partida al Pro Evolution Soccer cuando devolvió el aparato a su madre para pedirle, en esta ocasión, un brillante iPod Nano. Diez minutos más tarde el tren llegaba a su destino. Después de contemplar esta estampa –y haber desechado un posible diagnóstico de TDAH- uno podría preguntarse si no estamos echando siempre balones fuera; si en el fondo no estamos criando a jóvenes capitalistas escudándonos en la sociedad del bienestar. Si esos niños no serán los magnates insatisfechos del mañana, en pos de una infelicidad material perpetua.

Y también podríamos preguntarnos qué cola se muerde la pescadilla o qué gallina puso el primer huevo. Es posible, o puede que no valga para nada. Lo que sí es posible es que cada uno aprenda a asumir la cuota de responsabilidad que le toca. Porque la culpa no siempre viene equipada con corbata, maneja un Mac y se embadurna de gomina. La culpa es de un sistema social que formamos todos y cada uno de nosotros. Algo que Michael Moore también debería recordar de vez en cuando por mucho que Capitalismo: una historia de amor sea una película muy divertida.

Saludos